Usted está aquí: domingo 31 de diciembre de 2006 Capital Buen año

Angeles González Gamio

Buen año

Hoy despedimos 2006, año pleno de conflictos, que hacían desear su conclusión; por fin llegó, y siempre optimistas, confiamos que el que se inicia en unas horas, se caracterice por la concordia que tanto anhelamos todos los mexicanos. Del fondo de mi corazón les deseo a los lectores un buen año 2007.

Hoy vamos a irnos siglo y medio para atrás, con uno de los mas prolijos cronistas decimonónicos, don Antonio García Cubas, quien en su deleitoso Libro de mis recuerdos, nos describe las festividades de fin de año en esas épocas y nos brinda una detallada descripción de los vendedores ambulantes.

Dice: ''El día de San Silvestre, la buena ciudad de México cierra el año con broche de oro, acordándose al fin de que hay un Dios ante quien debe prosternarse para darle gracias por los favores recibidos el año que termina e implorar su socorro para el año que comienza.

''Todos los templos de la ciudad, desde las siete de la noche, se hallan henchidos de gente, cuyas fervorosas plegarias suben a la mansión celeste acompañadas de las majestuosas y sonoras voces del órgano y envueltas en las perfumadas nubes del incienso... Por donde quiera se escuchan las palabras 'Feliz Año' y por todas partes se ven aparadores atestados de hermosísimos objetos, debidos a la industria humana, y por las calles, criados que van y vienen con lujosos regalos y hermosos ramilletes de flores. Es el día grande de las congratulaciones".

Costumbre arraigada era la "Rifa de Santos" el día 1º de enero. Depositábase en una ánfora cedulillas de papel, en cada una de las cuales constaba el nombre de un santo o virgen... De aquella ánfora iban sacando las jóvenes, una por una, las mencionadas cedulillas, y a ese santo debían consagrar especial devoción durante el año... Nunca faltaban San Francisco de Paula, por casamentero, y Santa Rita, por allanadora de imposibles.

Previamente, el cronista nos había descrito con lujo de detalles los preparativos navideños, las posadas, las pastorelas, los nacimientos, las misas de aguinaldo y de gallo, y las rifas de compadres y la de santos, que mencionamos.

Describe el Zócalo: "Por aquí veíanse montones de grandes ramas de oloroso pino, montones de lama y heno y de algunas flores; por allí las mesas con sus sombrajos y tiendas improvisadas, en que se vendían juguetes muy variados, para repartir en ellos la colación durante la noche de las posadas, así como esculturas de barro o cera para los nacimientos".

Habla de que en esas fechas la gran plaza era una Babel, en donde las voces de los que ofrecían sus mercancías y las de los compradores, y el murmullo de la multitud, producían una "confusión inexplicable"; esto no ha cambiado gran cosa.

Otra simpática reseña de don Antonio es la que hace de los vendedores ambulantes, que lo eran en sentido estricto, ya que deambulaban por la ciudad durante todo el año, pregonado con tonadillas su mercancía. Menciona: '''Carbo siú', voceaba el indio otomí, que por lo tiznado se asemejaba a un etíope. 'Mantequilla de a real y medio', repetía sin cesar otro indio que llevaba a espaldas en un huacal su producto. 'Haaaay chichicuilotitos vivos', cantaba la vendedora de las garbosas avecillas. 'Meeercarán pollos', voceaba el pollero, que conducía a los infelices animales apretados y confundidos en el huacal"; y así sucesivamente nos van apareciendo una variedad de vendedores y oficios: "Mercarán ranas; tierra para las macetas; compren tinta; zapatos que remendar; sillas que entular; buenas cabezas de horno; al buen coco fresco; alpiste para los pájaros; cristal y loza fina ¿hay ropa que cambiar?; agujas, alfileres y bolitas de hilo; buenas palanquetas de nuez; aquí hay tamales y atoles"; y no faltaba "Chencho, el de las tenazas", que vendía esos instrumentos indispensables para hornillas y fogones, ofreciéndolos con palabras inarticuladas, a la vez que hacía sonar las tenazas, hiriéndolas con una varilla de hierro.

Estos pregones se extendían a algunas fondas y cafés, como el que después habría de volverse el famoso Café de Tacuba, que todavía existe en esa calle, que en la puerta tenia un muchacho anunciando a grito partido que ahí se servia café con leche y mollete con mantequilla. Su descripción de los cafés es maravillosa y nos permite reconstruir dicha faceta gastronómica de esa ciudad de México, que entonces tenía 200 mil habitantes y abarcaba lo que ahora llamamos Centro Histórico.

El problema es que nos despierta el apetito, pero afortunadamente este tipo de establecimientos todavía existen y continúan ofreciendo básicamente los mismos manjares. Muy apreciados son los conocidos como Café de Chinos, que todavía existen en el corazón de la ciudad, con su amplia oferta de biscochos para "sopearlos" en café con leche en vaso, atole o chocolate.

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