Usted está aquí: martes 26 de diciembre de 2006 Opinión Bellas Artes: Gabriel Orozco

Teresa del Conde/ II y última

Bellas Artes: Gabriel Orozco

Ampliar la imagen Gabriel Orozco, artista mexicano de renombre internacional Foto: Carlos Cisneros

Recordando que los cineastas Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro están en las ligas mayores, resulta satisfactorio que Gabriel Orozco esté en el mismo caso, aunque al respecto no se oculta que a sus dotes creativas une la capacidad ­circunstancial o buscada­ de su actual posición. No fue que lo descubriera ningún gobierno, las autoridades culturales se montaron en una presencia ya consolidada internacionalmente o en vías de consolidarse, como pudo haberlo advertido en París, la actual directora del Museo del Palacio de Bellas Artes, residente allí por más de ocho años.

Por tanto, a mi juicio, Gabriel Orozco no configura un fenómeno artificial, pues ha aceptado y procurado de magnífico grado su inserción en la aldea global y eso es legítimo, como también lo es que Toledo se haya rehusado hasta el momento a ocupar por entero las salas disponibles del Palacio de Bellas Artes. Hará unos 10 años, Gabriel recibió del entonces director, Agustín Arteaga, una propuesta más discreta que él agradeció pero pospuso para mejor momento.

No es al acaso que haya conservado sólo el apellido de su padre, el pintor muralista Mario Orozco Rivera, Gabriel pudo haber elegido como nom de plume un apellido doble: Orozco Félix u Orozco Romandía, como sucede con frecuencia. Su patronímico normal lo anexa al Orozco de Jalisco, cosa que resultó adecuada para que el Orozco veracruzano marcase su cambio de postura hacia el muralismo, pues es un hecho contundente que casi todo el mundo semientendido en estas cuestiones, aquí y en otros países, sabe quién fue José Clemente, que condicionado por su nombre, fue socarronamente inclemente y entre las generaciones recientes de artistas mexicanos él es el más aclamado de los muralistas.

La pieza más antigua que se exhibe de Gabriel Orozco data de 1975. Es una buena pintura cubistoide que se titula La Tierra y se encuentra en la sala Westheim, la que le sigue en edad es ya punto de partida de su quehacer actual: El vestido de Salomé, de 1989.

No me llaman la atención sus acrílicos con círculos cortados, excepto Papalotes, 2005, que fue adquirido por el MoMa de Nueva York, quizá porque constituye una versión curvilínea, más complicada que otras suyas, de De Stijl (Mondrian, Van Doesburg, Vantongerloo) muy presentes en aquel museo, si bien estas equivalencias de opuestos no son ascéticas como las de los rectilíneos y angulares predecesores, en todo caso entre las del mexicano hay una que ­como pieza de arte concreta­ es la mejor, Grafito solar, un cuadrado de aproximadamente 50 x 50 realizado a lápiz este mismo año.

En la sala González Camarena es posible observar varios dibujos. Uno es similar a los ejercicios que hacíamos con compás en la secundaria a partir de círculo central, el resultado es un rosetón, capaz de reproducirse ad infinitum que trae inscritas en inglés las siguientes palabras: liberación, revolución, sublevación, insurgentes, insurrección, ilustración (en el sentido de enlightment), tal vez sugiriendo que todas estas instancias están ligadas y se muerden la cola.

Muy conocido es el enorme abanico de paletitas de madera que se despliega a partir de la silueta vacía de su propia mano en la sala Tamayo, donde hay otros objetos efectuados a partir de la reiteración de un solo elemento, como el políptico de 49 hojas en transfer (2004) que me recordó trabajos de José Castro Leñero, sin que exista conexión alguna entre ambos, sólo coincidieron en un determinado modo de hacer mediante multiplicaciones, intención similar a la que animan las envolturas de cigarros Alas, montadas sobre tela en ascenso o descenso, perteneciente a la nutrida colección madrileña Vilardel.

Debido a su postulado de que la arquitectura es un recipiente (como la famosa caja de zapatos vacía), Gabriel Orozco recreó la pérgola de Carlo Scarpa, de 1952, posiblemente a modo de homenaje al arquitecto veneciano propulsor del buen oficio arquitectónico nacido hace 100 años y fallecido al despeñarse de una escalinata en 1978.

Por otro lado, la maqueta realizada por Roberto Rodríguez y Alonso Medina que se exhibe junto con bocetos, en algo recuerda la predilección de Scarpa por Palladio y quizá también por Etienne Louis Boullé, quien proyectó sus monumentos (rarísima vez construidos) durante la segunda mitad del siglo XVIII, entre ellos el dedicado a Newton en forma de esfera.

La media esfera de la mencionada maqueta, cóncava en vez de convexa, inspirada en el observatorio de Jantar Mantar en Nueva Delhi, permite al veedor hacer tales conexiones.

No es que Gabriel Orozco sea el único artista en México capaz de asociar de modo ingenioso, pero sucede que ha contado con los medios, ha sabido hacerlo y se maneja con elegancia contenida. Estaría bien que se le encargara una obra pública, como recién sucedió con los murales del Metro Taxqueña de Alberto Castro Leñero.

 
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