Usted está aquí: lunes 18 de diciembre de 2006 Opinión APPOlogía

Gustavo esteva

APPOlogía

A pesar de su inmensa visibilidad, la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) sigue siendo un misterio. ¿Qué clase de organización es ésta? ¿Cuáles son la naturaleza y alcances de este peculiar animal político? Propios y extraños la siguen tratando como a cualquier organización política. Suponen que, como casi todas, tiene la mirada puesta en el Estado y reproduce la estructura del aparato que querría encabezar. Como él, sería vertical y jerárquica. Como los funcionarios elegidos o designados, sus dirigentes caerían a menudo en corrupción y protagonismo.

Conforme al prejuicio de que la gente no puede tomar iniciativas por sí misma, se sigue buscando la mano que mece la cuna de la APPO. Además de imaginar un personaje, grupo o partido que tiraría las piedras y escondería la mano, se intenta identificar o construir un líder o grupo que serían los responsables de manipular a las masas dóciles.

Este tratamiento habría sido plenamente justificado si se hubiera aplicado a la APPO recién nacida ­cuando nadie le daba mayor importancia. La sección 22 del sindicato magisterial es una organización vertical y jerárquica, cuyos dirigentes son frecuentemente acusados de protagonismo y corrupción. Ellos invitaron a dirigentes de organizaciones amigas, de características similares a las suyas, para crear la Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca (en singular) el 20 de junio. No tendría más función que apoyar la lucha del sindicato. En el acto fundacional, la APPO era muy poco más que esos dirigentes que habían traído a sus huestes. En las siguientes semanas se incorporaron a esa APPO dirigentes de organizaciones diversas, por lo general sin consultar a sus socios o "bases". Se trataba, por tanto, de una especie de coalición de dirigentes sociales y políticos, articulada por una Coordinadora Provisional de 30 personas que pasaba buena parte de su tiempo dirimiendo sus grandes contradicciones internas.

Pero se produjo una mutación. Poco a poco, al principio, y luego en avalancha, la gente y las organizaciones empezaron a tomar iniciativas por su cuenta bajo el manto de la APPO, que cambió su nombre al actual. La Coordinadora tenía que andar averiguando por dónde quería ir la gente, hacia dónde conducía el proceso y cómo era posible dar cauce al descontento y a los impulsos de transformación profunda. Empezó a mandar obedeciendo, como en los pueblos.

Las colonias populares fueron siempre un acertijo. El tejido comunitario generado desde la migración indígena se combinó con múltiples anarquismos ideológicos o vitales. Los colectivos de barricadas defendieron ferozmente su autonomía, a veces con propósitos aviesos y una carga de violencia difícil de encauzar, dada la previa acumulación de agravios desde el poder.

Los pueblos indios tardaron en hacerse presentes, pero lo hicieron con paso firme y decidido, dando nuevo cariz al movimiento, cada vez más sesgado hacia el espíritu autonómico y asambleario, que también se dejó sentir al aparecer en las regiones.

Algunos concejales parecen pensar que el Consejo es la APPO y que sin ellos ésta desaparecería. Los concejales afiliados a organizaciones locales o nacionales con su propia agenda política parecen desencantados porque no logran poner a la APPO al servicio de esa agenda. Otros más, sobre todo de la camada inicial, preparan nuevas estrategias protagónicas para el caso de naufragio de la APPO. Algunos, por último, buscan nuevos acomodos fuera y empiezan a atacarla.

Los concejales que de vez en cuando pueden reunirse, unos 50, deciden lo que pueden decidir, que no es mucho. De ahí surge la sensación de debilidad que produce satisfacción en las autoridades federales, triunfalismo en las filas de Ulises Ruiz y desesperanza en mucha gente.

La APPO real, mientras tanto, ese pueblo organizado en múltiples encarnaciones, parece llena de vigor. A pesar del terrorismo de Estado, que generó horrores que apenas se están haciendo visibles, la gente sigue tomando iniciativas inesperadas y promisorias y avanza en su reorganización.

El Consejo no controla verticalmente a la APPO ni puede asumir responsabilidad por cuanto se hace en su nombre, pero podría dar cauce y concertación eficaces a la fuerza popular desatada por el movimiento. Es el interlocutor apropiado para evitar la confrontación violenta y realizar las transformaciones cuya necesidad todo mundo reconoce. Pero debe ser tratada como lo que es, sin manías o prejuicios, sin atribuirle rasgos que sólo conservan algunos de sus integrantes.

A pesar de su corta vida la APPO merece ya una APPOlogía, un estudio riguroso de lo que es. Merece también una apología, un discurso que celebre sus notables hazañas, que apenas han empezado ­aunque muchos, incluso en su interior, quisieran ya darla por muerta.

 
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