Usted está aquí: domingo 17 de diciembre de 2006 Opinión Los guerreros del ocaso

Guillermo Almeyra

Los guerreros del ocaso

La aparición pública de varios grupos guerrilleros armados en apoyo (y en sustitución) de la APPO plantea diversas reflexiones. Las clases explotadoras y su aparato estatal, cuando están fuertes, no necesitan presentar su aparato represivo policiaco-militar en primer plano: les basta con el apoyo pasivo que les da el sentido común reaccionario que hace que los oprimidos consideren "naturales" las desigualdades sociales y la dominación. Tienen consenso amplio y, por lo tanto, no necesitan la represión, de modo tal que durante casi dos siglos Inglaterra reservó sus horcas móviles y sus fusilamientos a las colonias, mientras en su territorio los policías no tenían armas porque la inmensa mayoría de los ingleses llevaban el Estado dentro de la cabeza y eran fieles súbditos de la reina. Sólo cuando el mundo colonial se mete en las metrópolis y forma parte integral de las mismas, el racismo armado y la represión de las clases explotadas lleva a los Sarkozy franceses o a los crímenes policiales en el Metro londinense. La aparición de los guerreros busca sustituir "el imperio de la ley" (o sea, la naturalización masiva de la opresión clasista) por un aparato más omnipotente y revela el ocaso de la legitimidad de las clases gobernantes ante sus súbditos.

En los movimientos sociales, el auge de los mismos da transparencia a todos y a todo. No es el momento de los enmascarados, que son nocturnos, ni el de los subcomandantes y comandantes autodesignados y reconocidos en un grupito. Incluso en un movimiento que confía en el futuro y lucha por él, aunque la relación de fuerzas lo obligue a la clandestinidad, los enmascarados no tienen lugar. ¿Los hubo acaso en al Revolución Francesa, en la Mexicana, en el anarquismo o el bolchevismo, en la Revolución Rusa? Las masas de oprimidos ­presentes y a la ofensiva, o futuras, en las que se cree­ dan protección y legitimidad. Y los guerreros sólo aparecen, a mediodía del proceso, cuando éste es atacado por las clases dominantes en retroceso. La guerra, extensión de la Revolución, o sea un proceso siempre masivo, lleva entonces a los Napoleones o a la creación de un Ejército Rojo por "guerreros" como Trotsky, que ni siquiera había hecho el servicio militar, o a los generales campesinos mexicanos.

Los pequeños aparatos militaristas que pretenden enfrentar al gran aparato militar del Estado capitalista son, en cambio, sustitutivistas y pretenden actuar en vez de los movimientos sociales en los que no creen o que subestiman porque esos aparatitos son verticalistas y paternalistas. Tal fue el caso de los Montoneros, con sus ridículas jerarquías militares, del ERP-PRT, que atacaba cuarteles en pleno auge de la esperanza masiva en un gobierno progresista (el de Cámpora, "el Tío"), el de los mismos Tupamaros (y por eso uno de sus máximos líderes, José Mujica, es ministro y dice que hay que reforzar a la burguesía para sacar algo de ella). El MST brasileño es un movimiento campesino de masas. Es semiclandestino y sólo algunos dirigentes, siempre los mismos, los "públicos", dan la cara, pero no ostenta armas ni disfraza a sus militantes. El EZLN del comienzo, en enero de 1994, fue una excepción porque combinó un levantamiento comunitario de masas, democrático, con un concepto militarista que le llevaba a creer que era posible derrotar al Ejército y tomar la ciudad de México. Pero después dependió sólo de la movilización comunitaria y de su autodefensa mientras su aparato militar en parte se tornaba político-militar, no sin darle un margen de acción desproporcionado a Marcos. Por su parte, las milicias campesinas de autodefensa están armadas, en diversos países, y las guerrillas campesinas como las de Lucio Cabañas aseguraban su anonimato con el apoyo y el sostén de la población local y no pretendían imitar al Ejército de los opresores.

La APPO es un gran movimiento socio-político de masas. Pero las asambleas y megamarchas de cientos de miles, tras los asesinatos cometidos por policías y parapoliciales de Ulises Ruiz y de la represión de la PFP son hoy mucho menores. La APPO, sin embargo, profundiza sus raíces en la intervención indígena y comunitaria y en las acciones legales de masa de las organizaciones de las etnias y las comunidades, las cuales son a la vez centros de acción gremiales, de educación política de masas, promotores de solidaridad y de educación y gérmenes de poder local democrático. Pero los grandes movimientos sociales de masas son, obviamente, pluralistas y no se someten a comandante o subcomandantes que buscan dirigirlos. De ahí la aparición pública de esos militares cuando creen que hay un ocaso del movimiento al que consideran que, si no es siempre ascendente, ya está superado y debe ser estimulado y sustituído por la nueva fase que ellos, naturalmente, conducirán con pericia. Lástima que esa visión favorezca a la represión ya que la concentra sobre pocos, y la justifica y retrasa, y dificulta la única política para la reorganización, o sea, la constitución de un Frente Amplio Social, con la APPO, la otra campaña (no sólo el EZLN), el FAP, la CND, los sindicatos democráticos, en la lucha común por un programa contra la represión, la política agresiva y regresiva del gobierno, y por las reivindicaciones sociales y políticas de los trabajadores y oprimidos. Además, hay que recordar que la infiltración en los pequeños grupos clandestinos siempre fue posible: el jefe del terrorismo de los socialrevolucionarios rusos era un agente zarista, el único diputado bolchevique también lo era y en la dirección de las Brigadas Rojas italianas la CIA y la policía tenían sus hombres. La vacuna contra eso es el control directo del movimiento de masas, donde no valen los grados ni el palabrerío.

 
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