Usted está aquí: sábado 16 de diciembre de 2006 Opinión Dorkbot: residuo sonoro posconsumo

Juan Arturo Brennan

Dorkbot: residuo sonoro posconsumo

Con frecuencia más o menos regular, suena el timbre de mi departamento y del otro lado del interfono una voz neutra y aburrida entona la frase: ''¡El medidor de la luz!" Bajo a abrir, y un personaje igual de neutro y aburrido que su voz entra al patio, explora con atención los números del medidor que indican el consumo de energía eléctrica del bimestre, hace las anotaciones del caso, y se marcha sin dejar huella. Nunca imaginé que detrás de este acto utilitario, repetitivo y mecánico (bueno, en realidad, es eléctrico) pudiera esconderse una propuesta sonora fascinante.

La guadalupana noche del 12 de diciembre, tuvo lugar en el auditorio Blas Galindo un asunto sonoro (no me atrevo a llamarle concierto porque probablemente el término se quedaría corto) anclado en los conceptos propuestos por el colectivo Dorkbot Ciudad de México. ¿Quiénes son Dorkbot? En principio son creadores de música electroacústica y exploradores de sus interfases con otros medios. Más interesante es, sin embargo, la definición que ellos mismos proponen: Gente haciendo cosas raras con electricidad. Y vaya que si son raras. La mencionada sesión, protagonizada por Iván Abreu y Rogelio Sosa, resultó una buena muestra de las posibilidades infinitas que puede ofrecer la combinación de conceptos muy básicos con tecnologías muy avanzadas.

He aquí una compacta descripción del interesante proceso de producción (y manipulación) sonora. Con la dedicación y atención que un pianista pondría en su instrumento, Iván Abreu manipula los controles de una consola de luces. El resultado inmediatamente perceptible de esa manipulación es que las luces del BlasGa se encienden, se apagan y cambian de intensidad lumínica gracias a los dimmers. Ahora bien, las luces manipuladas mediante la consola están conectadas a un banco de seis medidores de consumo eléctrico, de modo que según las fuentes luminosas estén encendidas, apagadas, o a medio camino entre ambos extremos, los medidores reaccionan a las distintas cantidades de consumo eléctrico. Esa reacción implica que los discos de los medidores están en reposo, en movimiento máximo, o en algún punto intermedio. Cada medidor está conectado, vía sensores, a la computadora, de manera que el movimiento diverso de los discos de los medidores y la resonancia de las agujas sobre ellos, es el input cibernético. Las señales recibidas de los medidores por la computadora son transformadas en sonidos, procesados y manipulados en tiempo real por Rogelio Sosa y difundidos en el espacio por medio de un sistema de amplificación. Gran mérito: la música así producida evade lo anecdótico, lo imitativo y lo referencial.

Como componente visual de esta propuesta intermediática, hay una cámara de video enfocada sobre los medidores de consumo eléctrico. La imagen así obtenida es proyectada, también en tiempo real, sobre la pared posterior de esa magnífica cancha de esquash musical que es el BlasGa. Así, el oyente/vidente tiene la oportunidad de observar el movimiento de los discos de los medidores, asunto que, si se me permite estirar un poco los conceptos, equivale a llevarse los binoculares a la sala de conciertos y ver de cerca el trabajo de los instrumentistas y sus instrumentos.

A todo esto se añade un detalle aparentemente menor, pero muy significativo. A medida que Abreu manipula las luces de la sala mediante la consola, cambia la intensidad de la iluminación del espacio, lo que provoca que la imagen de los discos de los medidores proyectada en la pared cambie constantemente sus valores de luminancia, de manera que el elemento visual de este proceso tiene de hecho dos componentes dinámicas bien diferenciadas: el movimiento de los discos y el cambiante valor lumínico de la proyección.

Tres comentarios finales.

1. Si les entra la curiosidad por saber qué es y qué propone Dorkbot, lo pueden averiguar parcialmente haciendo click en www.dorkbot.org

2. Parte del público asistente pecó de inocencia electroacústica, sentándose en los extremos del graderío del BlasGa. Es evidente que en esta clase de sucesos sonoros, hay que sentarse al centro de la sala para no perder el impacto de la espacialización estereofónica.

3. Ese público fue inmerecidamente escaso, formado por no más de 50 electrófilos (¿electrómanos? ¿electrópatas?) que nos aparecimos en el Centro Nacional de las Artes para ver y oír cómo se mide el consumo de energía eléctrica. Con el 0.0113 por ciento de los que estaban en la Basílica, hubiéramos llenado el BlasGa. Pero, claro, hay prioridades.

 
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