Usted está aquí: lunes 11 de diciembre de 2006 Política De la sana distancia a la prudente cercanía

Gonzalo Martínez Corbalá

De la sana distancia a la prudente cercanía

El doctor Ernesto Zedillo, siendo presidente de la República, estableció una regla de conducta política en relación con el partido que lo llevó a la primera magistratura de la nación, el PRI, que en realidad en la práctica raras veces funcionó plenamente, o más bien únicamente lo hacía cuando era menester para él mismo, decidido unilateralmente, atendiendo a los intereses del Poder Ejecutivo, sin tomar en cuenta los del partido, y desde entonces, hasta ahora, surgió una nueva posición del Presidente al afirmar que en este régimen él mantendrá una prudente distancia con su partido, el PAN, y bien vale la pena hacer algunas reflexiones respecto a estas posiciones de los jefes del Ejecutivo, que las han postulado, como era de esperarse, bajo muy diferentes circunstancias políticas.

Las diferencias son abismales, pero hay en el fondo un grave problema teórico-práctico que conviene intentar aclarar: ambas posiciones, tanto la del doctor Zedillo, como la del licenciado Calderón Hinojosa, plantean una distancia entre dos líneas de acción paralelas, separadas por una distancia mayor o menor, que en realidad no puede, ni debe concebirse de esta manera, que en la praxis es imposible guardar con un mínimo de objetividad verdadera.

Lo que sí debe hacer un presidente, y jefe del Estado en consecuencia, según establece nuestra Constitución, es que desde el Ejecutivo se tome en consideración a todas las fuerzas políticas actuantes en el país, cualquiera que sea su dimensión y el sentido que le dé su ideología, y haga la composición correspondiente para establecer la resultante de inmediato, y actuar él mismo, el jefe de Estado, y muy principalmente el Presidente, que también es el jefe del gobierno ­o sea del Ejecutivo­ de acuerdo con esta resultante producto de la composición de todas las fuerzas políticas actuantes.

Esta resultante, así obtenida, tendrá su propia dirección ideológica, que estará más cerca de la fuerza política mayoritaria que de las demás, como es natural, pero habrá recibido la influencia de las demás, por pequeñas que pudieran ser éstas, y de esta manera, quedarán determinadas todas las fuerzas del sistema y las características de la resultante, y es así como quedaría establecida la configuración de un gobierno realmente democrático. De esta manera sale sobrando aquello de la sana o insana distancia, así como la prudencia o la imprudencia de ésta, en relación con la dirección y el sentido de la acción del Ejecutivo, pues esta composición de fuerzas del sistema, en su característica universal está la esencia misma de la naturaleza democrática.

Por otra parte, hay que analizar también la conducta y la acción de los miembros del Poder Legislativo. En la Cámara de Diputados, esto se define por la propia Constitución General de la República como representante de la nación, y no de sus partidos, como ha sucedido recientemente, muy especialmente durante la toma de posesión del presidente Felipe Calderón, pues los miembros del PRD se propusieron impedir que el presidente de la Cámara le tomara la protesta de ley a quien fue el candidato del PAN y declarado Presidente electo por los órganos electorales competentes, esto es por el IFE y por el Tribunal Federal Electoral, y al oponerse los diputados del PRD a aceptar estos fallos, de acuerdo con la decisión del partido tomada en el Zócalo de la ciudad capital, en la que se declaró presidente legítimo de México al licenciado Andrés Manuel López Obrador, trasladaron una decisión del partido al ámbito de la Cámara de Diputados, donde, repito, su función, la de los diputados, no es de ninguna manera representar los intereses de su partido, sino los de la nación, como un todo. Esto vale para todos los partidos representados en la Cámara.

El carácter universal de la acción de llevar a cabo la composición de las fuerzas políticas del sistema nacional, sin excluir a ninguna, corresponde a los tres órdenes del gobierno, en todo el territorio, sin excepción, esto es, a los gobernadores de los estados de la República, y a los presidentes municipales. Por analogía, esta regla debe aplicarse, igualmente, a los diputados al Congreso de los estados, quienes representan allí los intereses locales de sus estados y, nuevamente, no a los de sus partidos.

En lo que toca al Senado, la existencia de senadores de circunscripción electoral se ha producido también una confusión muy grave que será conveniente que se modifique para la próxima legislatura, que consiste en que la verdadera y original función que les corresponde es representar a sus entidades estatales en el pacto federal, y tampoco a sus partidos de origen, aun cuando esto no los desliga de las obligaciones que tienen con éstos de mantenerse leales a sus orígenes políticos. Lo cual puede traducirse en que eventualmente tuvieran que votar en contra de algún dictamen que se considerara contrario a los principios de sus partidos.

El restablecimiento de estos conceptos, de composición política de todas las fuerzas del sistema y actuar en consecuencia con las características de la resultante, tanto como respetar las funciones para las que fueron creadas originalmente las cámaras de Diputados y de Senadores, es muy conveniente, aunque no se nos escapa que es también muy complejo, por el tiempo que llevan ya desviándose hacia diferentes direcciones, y se han creado situaciones de hecho que dificultarán cualquier rectificación, pero consideramos que es conveniente intentarlo para avanzar así con pasos más firmes en la impostergable tarea de perfeccionar nuestra democracia, como una demanda ya insoslayable de la sociedad y, particularmente, de los jóvenes mexicanos, quienes con todo derecho, absolutamente indiscutible, lo están reclamando.

 
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