Usted está aquí: lunes 11 de diciembre de 2006 Deportes La afición chiva se adueñó de la fiesta con el gol del Maza

Al terminar el cotejo hizo propio el "sí se pudo, sí se pudo"; Morales fue a abrazar a su hermano

La afición chiva se adueñó de la fiesta con el gol del Maza

MARLENE SANTOS ALEJO ENVIADA

toluca, edomex, 10 de diciembre. Cuando Armando Archundia dio el pitazo final que decretó el triunfo del equipo más popular del país, todos los jugadores rojiblancos fueron a estrecharse, entre saltos y gritos con su capitán, el portero Oswaldo Sánchez.

La excepción fue Ramón Morales, quien de inmediato buscó entre las filas enemigas a su hermano menor, Carlos Adrián, para fundirse en un largo y conciliador abrazo.

Chivas acabó con el maleficio de nueve años sin victoria en la cancha del estadio Nemesio Diez y lo hizo bordando tintes heroicos, pues Oswaldo jugó infiltrado durante toda la liguilla por un desgarro en la parte posterior del muslo derecho.

La mañana en la fría capital mexiquense comenzó con una invasión de aficionados tapatíos. En restaurantes y avenidas buscaron calor y ánimos ante la complicada misión de su equipo, y luego, en hordas, se dirigieron hacia el estadio, el cual lució pletórico desde hora y media antes del mediodía.

La porra local Perra Brava hizo honor a su mote pues lanzó lascivos silbidos a las curvilíneas edecanes, pero se mostró agresiva cuando salió a calentar el cuadro visitante y también cuando frente a ella aparecieron los comentaristas de Televisa, a los que dedicaron sonoras rechiflas y mentadas, especialmente al Perro Bermúdez.

A primera vista el público parecía estar con los de casa, pero la afición tapatía se adueñó de la fiesta a partir del tanto del empate a cargo del Maza Rodríguez. Desde entonces poco espacio dejaron para el grito de "Diablos-Diablos", y al último hasta se robó el clásico canto local, el "¡sí se pudo, sí se pudo!" corrió jubiloso entre las gargantas visitantes.

El presidente del equipo derrotado, Rafael Lebrija, palmoteó uno a uno a sus cabizbajos jugadores, inmóviles, petrificados como estatuas.

En el palco de los aficionados del Guadalajara ya se repartían las playeras blancas con las 11 estrellas y la leyenda: "Ser número uno es reflejo de nuestra gloria".

Jorge Vergara era felicitado. El dueño de Chivas entró a la cancha dando saltos y comenzó a fundirse en abrazos con sus jugadores, mientras Omar Bravo ondeaba su playera jubiloso frente al mayor grupo de aficionados rojiblancos.

El Tolo Gallego, estratega local, se fue como llegó, discreto, en su hoy ineficaz conjunto de pants negro.

 
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