Usted está aquí: sábado 9 de diciembre de 2006 Política Rocío González

Enrique Calderón A.

Rocío González

Como muchos de los hombres y mujeres que dedican sus vidas a la educación, Rocío González fue una mujer extraordinaria.

Tuve la oportunidad de conocerla en 1985, cuando desarrollábamos un conjunto de programas de simulación que nos permitieran interesar a los niños de primaria y secundaria en el estudio de la física, la biología y las matemáticas.

Con esos programas realizábamos talleres en las escuelas y en el museo de la Comisión Federal de Electricidad, con bastante éxito, y en ello contribuyó mucho la participación de un grupo de profesores que nos enseñaron realmente cómo acercar a los niños a la tecnología, cosa que como técnicos se nos dificultaba.

Una de esas pedagogas era Rocío, que sin conocimientos previos aprendió a operar las computadoras y a usar los programas de simulación, preparando experimentos y guías que facilitaban el trabajo de los profesores y hacían divertido el aprendizaje para los niños.

En 1987 tuvimos oportunidad de viajar a Puerto Rico invitados por la Escuela de Matemáticas de la Universidad de Río Piedras, a impartir un conjunto de talleres y pláticas, organizados como parte de un congreso de la UNESCO. Eramos tres mexicanos, el doctor Rafael Soto, Rocío González y yo. En ese viaje conocimos a varios de los personajes más importantes en el campo de la tecnología educativa, como Juda Schwartz, del Tecnológico de Massachusetts, y Alvaro Galviz, de la Universidad de los Andes. Desafortunadamente también en él supimos que Rocío estaba seriamente enferma; desde pequeñita le habían detectado una variedad de diabetes muy agresiva, y si bien ella había aprendido a vivir con su enfermedad, tuvo una crisis durante el encuentro, la cual pudo superar con nuestro auxilio, dirigidos siempre por ella misma. Desde entonces ella sabía que su vida sería muy corta, pero lejos de amedrentarse o deprimirse, eso la hacía vivir y trabajar intensamente.

Si con anterioridad su trabajo me había impresionado, la experiencia que tuvimos me permitió conocer su grandeza y valentía; de hecho, durante los dos años que la había tratado, nunca supe que estaba enferma. Su palidez y su bajo peso resultaban irrelevantes ante su empuje y su entusiasmo interminable. No sólo trabajaba en la preparación de materiales y en la realización de experimentos. También daba clases al grupo de instructores que nos apoyaban en las escuelas.

En los años siguientes Rocío asistió a varios congresos nacionales e internacionales y fue uno de los personajes centrales del Proyecto Galileo, hasta su terminación en 1992. Pero al mismo tiempo estudiaba dos maestrías, la de sicología educativa en la UNAM y la de computadoras en la educación en la Fundación Rosenblueth, y apoyaba a esta fundación para que sus programas de posgrado obtuvieran los registros de la SEP y su incorporación en el padrón de excelencia del Conacyt. En esos años, ella recibió como herencia de su abuela una huerta con una casita pequeña en el municipio de Atizapán. Pensó entonces que uno de los sueños de su vida estaba cerca de concretarse; con unos pocos ahorros que tenía y lo que obtuvo de la venta de su Volkswagen, logró establecer una escuelita rural que pronto se llenó de niños.

Perdí el contacto con ella durante un buen tiempo pero sabía de sus quehaceres por medio de amigos. La escuela le permitía vivir, aunque muchos de los papás de los niños que atendía no tenían dinero para pagarle; algunos le llevaban guisos, ella había acondicionado un cuarto en la casita y con todo y sus carencias era feliz.

Su enfermedad fue disminuyendo sus energías y un día fue a parar al hospital. Su amor por la vida le permitió salir adelante pero tuvo que cerrar su escuela; sin embargo para entonces era ya una especialista conocida y respetada en la comunidad educativa. Ello le permitió trabajar un tiempo como consultora de varias escuelas, instituciones y organizaciones educativas como Tanesque, hasta recibir una invitación en 2001 para dirigir un proyecto en el Instituto Nacional de Educación para los Adultos, en donde pasó los últimos años de su vida.

Para quienes la conocimos, su vida y su trabajo permanecerán mucho tiempo con nosotros. Su decisión de enfrentar la enfermedad con firmeza, aun cuando le era necesario someterse a los procesos de diálisis de manera cada vez más frecuente, fue permanente. Su afán por seguir sirviendo en forma callada y humilde, pero sobre todo su lucha por vivir, serán siempre un ejemplo para quienes tuvimos la dicha de conocerla y estar cerca de ella. Rocío falleció la semana pasada. Hacer este pequeño recuento de lo que conocí de ella me parece hoy más importante que cualquier otro tema, aunque estoy cierto de que muchas de las cosas más importantes que hizo las desconozco.

 
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