Usted está aquí: miércoles 6 de diciembre de 2006 Opinión La traición como ritual

Alejandro Nadal

La traición como ritual

En sus estructuras de poder cualquier sociedad tiene rituales que desempeñan muchas funciones. Desde la coronación de una reina hasta los funerales de un presidente, el informe sobre el estado de la unión o la transmisión de poderes, el protocolo y el ceremonial simbolizan la continuidad y la legitimidad dentro de los cambios políticos que vive una sociedad. Cuando la estructura política de una sociedad carece de rituales aceptados por todos, tenemos un buen indicador de que las cosas no marchan bien. El caso de México es un buen ejemplo.

El ritual sirve, entre otras cosas, para que todos sientan que participan de la estructura del poder. En muchos casos hasta los grupos sociales más desfavorecidos y explotados sienten que son parte de la jerarquía de poder; las coronaciones y otras ceremonias de la realeza en Inglaterra son un caso interesante. Desde esta perspectiva se puede admitir que los rituales tienen un papel ideológico muy importante. Si no fuera porque suena muy cínico, se podría hasta decir que una sociedad de clases en la que no hay rituales por todos compartidos es una sociedad en la que la clase dominante no está haciendo su trabajo.

En una sociedad sana los rituales cumplen una función constructiva y contribuyen a cimentar una real y verdadera cohesión social. Pero cuidado con los rituales: dicen que de lo sublime a lo ridículo hay un solo paso. En México ya no hay rituales políticos creíbles. El viejo ceremonial acartonado del PRI no ha podido ser superado. El Informe presidencial cada año, o el Grito en las fiestas de septiembre no son rituales funcionales, son simples ceremonias vacías carentes de significado.

La transmisión de poderes la semana pasada es una muestra de la carencia de rituales en México. La famosa banda tricolor es un anacronismo que se antoja ridículo, y considerarla el centro de una transmisión de poderes es absurdo. Aun así, el señor Fox llegó al extremo de la torpeza o la mala fe al encargarle a un militar (no importa que sea un cadete del Colegio Militar) la banda tricolor a la medianoche del último día de su mandato. Lástima dio Calderón al participar en semejante desplante. Claro que veían difícil la "ceremonia" el día primero de diciembre y optaron por jugar a las escondidas.

La presencia de los cuerpos militares en estos rituales es señal de atraso político. En su monumental Masa y poder, Elías Canetti nos recuerda cómo el diktat del tratado de Versalles se convirtió en el eslogan más eficaz del nacional-socialismo a través de la identificación del pueblo alemán con el ejército. Lo peor del tratado no era que Alemania había sido derrotada: en realidad, la guerra se había terminado por un armisticio y no por una derrota incondicional y una ocupación (como sí sucedió en mayo de 1945). A nivel de la percepción popular, lo peor de Versalles fue la interdicción del servicio militar obligatorio y la prohibición de las ceremonias y rituales castrenses tan caros a la casta en el poder y tan eficazmente explotada por la maquinaria de propaganda nazi. ¿Seguirán leyendo Derrota mundial los adeptos de El Yunque en México?

La traición ya tiene dimensiones de ritual mítico en México. Desde la ley fuga, hasta darle agüita al preso para poder asesinarlo, pasando por Chinameca, la traición es reconocida por todos como una venerable tradición del poder. Quizá por eso la traición es el único ritual que ya se va haciendo costumbre cada vez que se inicia un nuevo sexenio. Así, cuando Zedillo comenzaba su trágico gobierno se buscó aprehender a los líderes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Había posibilidades de reiniciar un diálogo, pero la tentación de la traición ganó a Zedillo: en una conferencia de prensa casi saboreaba la noticia de que se había detenido a Marcos y se tuvo que contentar con revelarnos la "verdadera identidad" del subcomandante. Muy pocos hoy recuerdan el nombre que nos reveló, pero todos tienen presente el fraude del Fobaproa que la administración de Zedillo fraguaba por esos días.

Hoy Calderón siente que accede al poder y piensa que tiene que conservar la costumbre. Por eso ordena la traición nuevamente: Flavio Sosa, dirigente de la APPO, es aprehendido y seguramente será enviado al penal de Nayarit, donde ya se encuentran otros detenidos. Sosa estaba en el Distrito Federal para participar en negociaciones políticas con funcionarios de la Secretaría de Gobernación, pero otra vez la tentación de la traición le ganó al inquilino de Los Pinos.

Calderón tiene poder, pero no legitimidad. Muchos en la clase privilegiada creen que ahora sí se va a "poner orden". Su ingenuidad sólo es superada por su desesperación. Poder y legitimidad se encuentran en las antípodas. El orden social sólo se establece si hay legitimidad, no cuando solamente se tiene violencia que ofrecer. Los problemas de nuestro país no se van a resolver con represión. Parece que la elite social en México no tiene capacidad de salir adelante con trabajo político.

 
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