Usted está aquí: miércoles 6 de diciembre de 2006 Opinión No hubo muertos

Arnoldo Kraus

No hubo muertos

Ni en las reyertas previas a la asunción de Felipe Calderón ni el día en que asumió la Presidencia hubo muertos. Los diputados del PAN y del PRD se conformaron con puñetazos, empujones, sillazos, gritos, trompicones, toma de lugares estratégicos y toneladas de comentarios para los medios de comunicación, así como intercambio de agresiones verbales. Todo quedó grabado. Todo se filmó. Los invitados especiales tuvieron que aguardar, protegidos por la policía, para entrar al recinto de San Lázaro y presenciar la investidura del nuevo Presidente de México. Da pena decirlo, pero quien ganó fue el PRI: ninguno de sus miembros subió al ring.

El ex presidente Vicente Fox y el presidente Felipe Calderón lograron traspasar las barreras de la discordia, seguramente porque los malparidos políticos acordaron que sería mejor que al menos una fotografía del nuevo dirigente con la banda presidencial circulase por el mundo. El acto duró cinco minutos. Después, ambos huyeron para festejar la transferencia del poder e iniciar un nuevo mandato, signado, in útero, por nubarrones y desasosiego. Ante la génesis de los desencuentros, y la certeza que tiene la tercera parte de la población acerca de que en las elecciones hubo fraude, es evidente que Calderón tendrá que lidiar, desde el primero de diciembre ­Calderón dixit­ con un producto malformado. La transparencia de su triunfo ha sido cuestionada no sólo por los que apoyan a Andrés Manuel López Obrador, sino por buena parte de la población.

Después de abandonar la cantina San Lázaro, Calderón se topó con una de las "primeras verdades": calles atiborradas de policías para garantizar la paz, inspección de automóviles en las zonas aledañas a los festejos y una manifestación convocada por la oposición para deslegimitizar su victoria. Todo en un día. Puñetazos, Presidencia, rencor, manifestaciones a favor y en contra y, sobre todo, un país brutalmente dividido. Buena parte de la población vive sumida en el escepticismo por lo que sucedió, enojada por la ineptitud de nuestra mendaz política y por la imparable vulgaridad e impericia de nuestros dirigentes. La ristra de acontecimientos que inaugura el mandato de Calderón da miedo.

Las reyertas de San Lázaro continuaron mostrando la imagen real de nuestro país ante el mundo. Parecería que fuese poco lo que sucede en Oaxaca, insuficiente el drama de las mujeres vejadas en Atenco, poco importante la tragedia de los indocumentados que mueren en la frontera ­nuestros verdaderos héroes, que, entre otras cosas, junto con los precios del petróleo, salvaron al régimen de Fox de la quiebra económica­ o insuficiente el horror de las mujeres violadas y asesinadas en Ciudad Juárez. Había que agregar la historia de cantina San Lázaro.

El Palacio Legislativo retrató la fuerza muscular de nuestros políticos y el ingenio para jugar al gato y al ratón. Mientras unos ocupaban la tribuna otros corrían a resguardar las entradas del santísimo recinto; mientras unos solicitaban sleeping bags, otros ordenaban refrigerios para continuar la lucha; mientras unos coreaban México otros respondían, ¿qué? La cantina San Lázaro mostró también la imposibilidad del lenguaje y de la razón.

Lo que sucedió en San Lázaro, por supuesto, era esperable. El desacuerdo entre ambas partes nació a partir de la desconfianza generada por la turbiedad de las elecciones. Sabíamos que habría enfrentamientos y los hubo. ¿Qué hacer?, ¿qué sigue? Son dos las certezas visibles. Los puñetazos como diálogo, como sino de la nación y la molestia de la población hacia sus dirigentes. Pésimo amanecer, pésima combinación.

En San Lázaro, por fortuna, a diferencia de lo que acontece en Oaxaca y en otros sitios de este país tan desgobernado, no hubo muertos. Qué bueno que fue así. Lo que en cambio continuó muriendo es la imagen de nuestra clase política y el descrédito hacia ellos. Ya ni siquiera anima la frase de Antonio Gramsci que tanto me gusta citar: "Pesimismo de la razón y optimismo de la voluntad". Difícil sembrar en estos tiempos. Difícil encontrar motivos para fortalecer la voluntad, y a partir de ella dar voz a la razón. La cantina San Lázaro ­he estado en mejores­ es claro ejemplo de la imposibilidad de la inteligencia y del fracaso de la democracia.

 
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