Usted está aquí: lunes 4 de diciembre de 2006 Sociedad y Justicia Aprender a Morir

Aprender a Morir

Hernán G. González

Vivir a la fuerza

Escribe la tanatóloga Mercedes Bonilla Arandia: "Una de las desgracias necesarias más humillantes, en el caso del enfermo terminal, son los hospitales. En un solo lugar, cosa imposible en cualquier domicilio, hay médicos especialistas, enfermeras, paramédicos, camas electrónicas, rayos láser, ojos que ven lo invisible, quirófanos flotantes, espías electromagnéticos, rayos X cinematográficos y hasta imaginología. Todo esto listo para intentar "salvar" una vida con talento y eficiencia o, más aterrorizante aún, para prolongarle la agonía.

Sin embargo, en los hospitales hay algo que con frecuencia se olvida: el hecho de que los enfermos son seres humanos con derecho a la vida, pero también con derecho a la muerte. La medicina moderna es milagrosa casi en todo, menos en el respeto a la voluntad personal.

Los médicos son entrenados para prolongar la vida hasta lo imposible. Para ello convencen a los pacientes de que lo mejor es vivir a costa de lo que sea. Si al principio éstos no aceptan, entonces se abusa de la autoridad que les otorga la ciencia, se les debilita la voluntad, se les vence la sensatez y se los hunde en la nada.

Todo esto desde luego se hace con la mejor voluntad del mundo. Más que de sadismo hablo de un nuevo enfoque hacia la vida y de un olvido del respeto a la muerte. Si me da un paro cardiaco, pido, exijo, solicito, suplico que respeten a la naturaleza, que dejen a mi corazón en paz y que el cuerpo obedezca las leyes a la que, como ser humano, está sometido.

Morir no es un delito. Vivir a la fuerza, por medio de artificios, de choques eléctricos, como estadística triunfante, es un atentado, un homicidio a la muerte. No hablo de eutanasia sino del respeto a morir con dignidad.

Lo perverso de la medicina "moderna" es la criminal intención de prolongar espantosas agonías, arrebatarle al ser humano el derecho a morir con dignidad. Nadie debe existir como momia o como experimento de laboratorio, la naturaleza es sabia. El individuo tiene su dosis de vida. Cambiar la vida por agonía es un crimen ecológico.

Esta medicina ha convencido a los familiares de que la vida debe prolongarse hasta donde la ciencia dé. Si se atreven a discrepar, les mueven culpas, les hacen sentir que en sus manos está la vida y la muerte de su ser querido, que la vida artificial es lo único moralmente aceptable. Lo acusan, aunque sea con la mirada, de ser un asesino, un avaro o un enemigo de la vida.

A Sócrates nadie lo resucitó. A Jesús nadie le hizo transfusiones de sangre. Un ser humano tiene el derecho a morir con dignidad, ese derecho reclamo para mí y le pido a toda la gente que me conozca, que si alguna vez se entera de que me quieren conservar viva con aparatos, vaya en mi nombre y proteste.

Si llego a tener una enfermedad mortal, que obedezcan a la naturaleza. Acepto lo que permita vivir con dignidad, pero ni agua para que prolonguen mi agonía. Quiero morir totalmente viva."

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