Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de diciembre de 2006 Num: 613


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Más allá de la belleza
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ entrevista con YANNIS KOUNELLIS
Una muestra llamada a ser referente
EDUARDO ESPINA
Gonzalo Portocarrero, en prosa y en verso
PEDRO GRANADOS
Síncopes
(fragmentos, inédito)

ALLAN MILLS
Réquiem por un fracasado
GUSTAVO OGARRIO
Santa María de Onetti
CARLOS PASCUAL
De la corrección política
RICARDO BADA
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ

Señales en el Camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

(h)ojeadas:
Reseña de Jorge Alberto Gudiño Hernández sobre Las motivaciones inútiles

Cuento
Reseña de Alejandro Michelena sobre Un rico universo narrativo


Directorio
Núm. anteriores
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NMORALES MUÑOZ

LA VOZ OVAL

Tengamos en claro, de entrada, que hay escrituras impensables sin la relación que trenzan con su contexto: discursos erigidos para redimensionar las relaciones del individuo con su entorno. Escrituras que buscan redefinir los modos de habitar el espacio, de convertir al paisaje vacuo en territorio de significado; que quieren reacomodar, en suma, el ángulo de nuestra mirada sobre la cotidianeidad.


Enrique Olmos

Consciente de ello (acaso demasiado), el joven dramaturgo hidalguense, Enrique Olmos, ha querido fijar en papel todo cuanto le significa respecto a la ciudad que lo cobijó y lo hizo hombre. Porque La voz oval es, ante todo, una ficción de, sobre y para Pachuca en tanto que ciudad y discurso urbano, un homenaje emotivo a los usos y costumbres que han servido para, de alguna u otra forma, reafirmar los conceptos básicos de identidad. El futbol, la fidelidad a unos colores y los ritos sociales que lo circundan como motivo central.

En esta poética de lo urbano debemos detenernos para evaluar los alcances reales de la obra de Olmos, cuyo montaje a manos de Alberto Villarreal ha formado parte de la programación de la xxvii Muestra Nacional de Teatro, llevada a cabo, en medio de una auténtica glaciación, en la ciudad de Pachuca. Porque, aunque la dramaturgia de Enrique detona otras líneas narrativas, su dramaturgia permanece aún en espera de su maduración: su tratamiento del enamoramiento adolescente por una mujer y su retrato de un padre castrante son, en el mejor de los casos, insinuaciones inscritas dentro del terreno de la enunciación: acontecen y nos son comunicadas a partir de que los personajes las dicen, mas no las habitan; los sucesos de la trama, y hasta cierto punto algunos recursos del lenguaje, son artificios cuya inserción está expuesta y no incorporada orgánicamente. Para muestra un botón: Néstor Rossi, el entrenador que dirige técnicamente a un club hidalguense de primera división, es argentino a los ojos del público por el hecho de vosear, soltar de vez en vez un "pibe" o decir "fútbol" en vez de "futbol"; su argentinidad está definida a partir de lo que dice y de cómo lo dice, y no de una elaboración que se desmarque de los recursos orales para complejizar, digamos, un retrato más consistente de la extranjería y del exilio.

Pero tampoco habría que incurrir en injusticia ni precipitación, pues la obra de Enrique también es juvenil en el mejor de los sentidos: por su frescura y su oportunidad, estamos ante una pieza que inyecta vitalidad, que no renovación, a la dramaturgia mexicana emergente. Del rigor de la forma a la utilización de un humor dosificado y eficaz, la dramaturgia olmiana se conecta directamente con el público al que se ha pensado como destinatario principal: los jóvenes en general, los pachuqueños en particular y los seguidores del Club de Futbol Pachuca más en específico. Narrada en primera persona desde la perspectiva de un nerd que escribe palíndromos y luego batalla contra el impulso de sus hormonas y una afición creciente al equipo que dirige su padre, La voz oval supera su pedantería intrínseca (en este caso, por romantizar el folclor futbolero importado a México desde Sudamérica en los noventa) gracias a su autenticidad, y permite augurar, basándose en la acogida que el público ha dado al montaje, éxitos significativos de audiencia. Allí su acierto y su valía.

Alberto Villarreal ha cuajado, acaso, una de sus puestas en escena más logradas y congruentes. Primero, por su renuncia a cualquier parafernalia, luego por su sentido de la síntesis (dramática, escénica, narrativa), y por último por la conformación de un estilo interpretativo sólido entre su elenco. Soraya Barraza, Daniel Rivera, Jorge Muñoz y Francisco Barreiro logran, en primera instancia, cumplir con uno de los postulados básicos del diseño de Villarreal: llenar la inmensidad (la del teatro San Francisco) con el detalle microscópico. De allí a la perfección queda un trecho largo, pero la sabiduría anticipada de Villarreal sabe reconocer en las fisuras una posibilidad de hallazgo particular para cada espectador, desmarcándose así de la tiranía altanera de directores de estas y otras épocas, para quienes el universo de ficción será perfecto, redondo y predigerido o no será. Si en la contradicción, entendida como un hueco de sentido que el oyente deberá resanar, reside buena parte de lo que se persigue y se entiende como teatro contemporáneo, hemos asistido a un ejemplo significativo.