Usted está aquí: viernes 1 de diciembre de 2006 Política Entreguismo, parcialidad, falta de oficio, constantes en la gestión de Fox

Balance sexenal

Proclamaba como resueltos problemas que no lo estaban; negaba cualquier acusación

Entreguismo, parcialidad, falta de oficio, constantes en la gestión de Fox

Puso oídos sordos ante desmesuras de su familia y alentó las ambiciones políticas de doña Marta

ROSA ELVIRA VARGAS

Ampliar la imagen Integrantes de la organización Braceroproa se manifestaron ayer en uno de los accesos de la Basílica de Guadalupe, adonde acudió Vicente Fox para dar gracias a la Virgen Foto: María Meléndrez Parada

Además de ser recordado por sus cotidianos dislates verbales, siempre uno más desenfrenado que el anterior, Vicente Fox pasará a la historia como el presidente que recurrió a toda clase de subterfugios legales para entregar, sin medida, los sectores productivos del país a la iniciativa privada. Y como el mandatario que públicamente y por encima de toda restricción legal, anunció y puso en práctica toda la maquinaria estatal al servicio del candidato presidencial de su partido, el PAN.

También, como el político que llevó a México a sus peores niveles de relación con un buen número de naciones, y como aquel que, en lo interno, prácticamente rompió con el Poder Legislativo y emprendió una insaciable persecución contra su acérrimo enemigo político, Andrés Manuel López Obrador, al que logró desaforar.

Con la demagogia como divisa cotidiana, Fox Quesada se refugió en la osadía robada a su encargo y en más de una ocasión ­Oaxaca es el ejemplo más patente­ dio por resueltos conflictos políticos, sociales y económicos cuando tal condición estaba muy lejos de alcanzarse.

Así, no sólo llegó a enarbolar a los cuatro vientos que se había logrado una salida al problema migratorio, sino que dijo lo mismo del desempleo, del elevado precio de la electricidad en los estados del noroeste, de los añejos conflictos agrarios en varias regiones del país, de la transformación en las instituciones de procuración de justicia, del abasto de medicamentos en el Seguro Social y, por supuesto, hace varias semanas dio por superada la revuelta oaxaqueña lo que, además de ser falso, representó uno más de los temas que se negó a abordar en sus orígenes bajo el eterno argumento de que competía al ámbito local.

Transmitir la ilusión de estabilidad en todos los órdenes de la vida nacional y querer que todo el mundo viera "la parte llena del vaso", porque de ese modo buscaba contagiar su inveterado optimismo, se convirtieron en el estilo foxista para conducir la nación.

Y por ello, voltear la cara hacia otro lado para exclamar "¿Y yo por qué?" se convirtió en una actitud a la cual él y su equipo buscaban siempre las necesarias justificaciones.

A cambio, el empeño se centró en transmitir que todo en México operaba bajo un orden perfecto o en proceso de serlo: desde el país hasta su salud, la economía de los mexicanos gracias al "desarrollo estabilizador" ­que utilizó como expresión de éxito, sin importarle que ese modelo representara exactamente lo contrario de aquello que el PAN combatió por casi 30 años­, la educación o el combate a la criminalidad.

En no pocas ocasiones se refirió a sus antecesores del PRI en términos negativos y de reproche. Su principal víctima propiciatoria fue el ex presidente Luis Echeverría Alvarez, quien representa para Fox el ejemplo más acabado del "populismo"; y tampoco tuvo al menos la mínima cortesía de acudir al sepelio de José López Portillo.

Sin embargo, Vicente Fox jamás tuvo empacho en presumir su apego a las políticas económicas impulsadas sobre todo por Ernesto Zedillo como la clave para lo que llamaba un gobierno exitoso. Y todavía hace unos días dijo que el país avanza hacia su desarrollo gracias a lo realizado a lo largo de varios sexenios y seguramente se refería a los modelos impuestos sobre todo a partir de 1982, con Miguel de la Madrid como presidente.

Su sexenio también será ubicado como aquel durante el cual los ajusticiamientos y la inseguridad pública dejaron de sorprender a la población, al volverse parte del paisaje cotidiano. Y dejará la huella de un gobernante de saliva que sin rubor alguno prometió, como lo había hecho en campaña, lo inimaginable, y luego no tuvo el mínimo decoro de explicar o argumentar por qué no cumplió.

Fox Quesada puso, además, oídos sordos y ojos ciegos ante las desmesuras de su familia y defendió por encima de cualquier forma legal el comportamiento de su esposa Marta Sahagún y de los hijos de ésta, así como de sus propios vástagos. Alentó las ambiciones políticas de ella y salió al paso de cualquier acusación sobre enriquecimiento o negocios ilícitos de los hijos de ambos.

Porque así, sin más, el señor Vicente de pronto y por pura ocurrencia, ofrecía acabar con el analfabetismo, o dejar a todas las escuelas secundarias del país con el mismo nivel académico y de equipamiento como el de la Secundaria Anexa a la Normal Superior, considerada la mejor. O daba por hecho y anunciaba megaproyectos petroquímicos como El Fénix. En otros casos, los que sí decidía emprender, además de ponerlos en manos de la iniciativa privada quedaron, la mayoría, inconclusos, como la Terminal 2 del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y el tren suburbano.

Con el viejo principio autoimpuesto en los políticos que aconseja no responder a una acusación, y de ese modo lograr que la misma simplemente no exista, el jefe del Ejecutivo dejó pasar todo lo incómodo, inconveniente, acusatorio a su gobierno, persona o familia. Voltear la cara hacia otro lado, enviar a su vocero Rubén Aguilar a que también sólo con su palabra negara tal o cual denuncia o irregularidad, se convirtió en método y forma para desaparecer lo irregular o francamente ilegal.

Vicente Fox hizo tabla rasa de las instituciones a las cuales en el discurso juraba respeto y acatamiento de la norma y, por ejemplo, prácticamente rompió con la Comisión Nacional de Derechos Humanos.

De ese modo, fue un gobernante que no respetó el carácter laico del Estado mexicano, que utilizó todos los recursos del gobierno para su satisfacción personal, que nunca aceptó una crítica para su gestión o su familia, que entorpeció y de hecho desapareció la necesaria relación con el Poder Legislativo y con los partidos políticos distintos al suyo, y que jamás asumió la realidad del terreno ganado palmo a palmo por el narcotráfico.

A cambio, y sólo por su dicho, México queda, al término de su mandato, prácticamente con pleno empleo, buenos salarios, crecimiento económico y solidez de las variables fundamentales. Un campo productivo y enormes obras de infraestructura.

En suma, Fox Quesada dice que todo lo hizo bien, que se fue satisfecho y que lo vamos a extrañar. ¿Será?

 
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