Usted está aquí: viernes 1 de diciembre de 2006 Opinión ¡Oh cama de hotel!

José Cueli

¡Oh cama de hotel!

"¡Oh cama de hotel! ¡Oh dulce cama!/ Sábana de blancuras y rocío/ ¡Oh rumor de tu cuerpo con el mío!/ ¡Oh gruta de algodón, penumbra y llama!/ ¡Oh lira doble que el amor enrama/ con tus muslos de lumbre y nardo frío!/ ¡Oh barca vacilante, claro río,/ a veces ruiseñor y a veces rama."

Las sábanas blancas de este poema inédito de Federico García Lorca (aparecido en La Jornada dominical) parece que aún tiene el calor del poeta de Fuentevaqueros. La cama, la dulce cama de hotel, queda quieta y vacía con la lumbre que inspiraba la fuerza de su canto. Todavía suena su eco en los hoteles de la Alhambra en su Granada y lloran y repiten el llanto de ese cantador de la torería, de lo flamenco y la sexualidad, y se resisten a escuchar el triste gemido los goznes de las puertas al cerrarse.

Federico desde una cama de hotel, esa dulce cama, calienta las de todos los hoteles en que brilla la sexualidad ''a veces ruiseñor y a veces rama". Las calienta con un rayo de luz musical que abre, marca trazos y pinta maravillosamente la fuerza del espíritu, el ansioso engendrar de nuevos deseos deslizados sobre el lecho de amor de los rumores de los cuerpos. Deseos y ansias de ternura que fueron puertos desde los que se adivina la tristeza infinita del hombre.

Hoteles de los que se desconocen sus paredes, sus ruidos, y a los que se entra sin saber qué pasa, hasta que ''la dulzura de la cama y las sábanas de blancura y rocío" hace que los muebles brillen de otra forma bajo el calor de los cuerpos al sentir de los amantes cómo un rayo de sol les llega a las entrañas y las canciones de amor brindan la efímera compañía.

Hay en el verso de Federico la impresión de una vaga sensación de algo grande que muere. Un estanque de aguas de mudo surtidor. Hojas amarillentas, pardas que se esparcen por los caminos y colocan una nota inquieta sobre el oscuro verde de las grutas de algodón. Melancolía del amor proyectada en el rumor de los cuerpos que se pierden y resultan inasibles, sólo ''lira doble que el amor enrama".

Canto rimado de los hotelitos en el arrullo del río de los cuerpos siguiendo su corriente, ensanchándose o tornándose suave, casi insensible al declive de la curvatura corporal. Rodar de cuerpos por las camas en torsión colérica de serpiente cautiva que se extiende ancha, ostentando la hermosura y la gala soberana de lo amatorio. El margen florido de las redondeces, la placa de humedad serena que baña a los amantes hasta que muere con misteriosa oscuridad de cauce hondo.

El poema de Federico recrea una tarde de verano a la hora del crepúsculo, y los amantes gimiendo entre seguiriyas, cañas, soleares y martinetes de cava vieja y una que otra saeta antigua. Esencia del alma, cante jondo y sortilegio de noche granadina prolongada hasta la madrugada. Vibración de una guitarra que no consiste en dejar que la pasión se derrame, sino en hacer brotar también la pena, el llanto, el grito, el ay ay ay de esa fuerza terrible que es la incompletud.

García Lorca ama su tierra y sus costumbres y logra extraer lo más andaluz de lo andaluz, la pasión, la sensualidad, lo trágico y lo que es más importante: el duende. Pero su duende no se detiene y de él brota un poema que le universaliza y lo coloca a la altura de los poetas mayores. Dicho texto es Poeta en Nueva York.

En estos días se lleva a cabo en Guadalajara la Feria Internacional de Libro y Andalucía es la invitada de honor. Expertos discutirán sobre la obra de poetas andaluces y sin duda aparecerán la poesía y el espíritu de grandes de la poesía de esa región, como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, etcétera, pero sin duda también aparecerá el gran Federico García Lorca, el del duende.

 
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