Usted está aquí: jueves 30 de noviembre de 2006 Cultura Andrés: cuánto amor hiciste caber en San Ildefonso

Jacobo Zabludovsky*

Andrés: cuánto amor hiciste caber en San Ildefonso

Si quiere encontrar a Andrés Henestrosa búsquelo en San Ildefonso, esa calle tan corta en pasos y tan larga en historia. Lo hallará entre los fantasmas y la leyenda, metido en cuentos y apariciones con aquellos estudiantes que intentaron evitar en 1929 el extravío de la Revolución y la ruina de la mística. Ahí encontrará al adolescente recién bajado del tren a la ciudad de los tiempos azules, a otro mundo que intenta descubrir. Búsquelo entre las sombras de Antonieta, de Frida, de Elvira, de Adelina y de Pita, la frágil licenciada Vidriera, que no se dejaba tocar, temerosa de quebrarse. Déjelo recoger las palabras perdidas de quienes apostaron todo a Vasconcelos y todo lo perdieron. Estarán con él Germán de Campo, los hermanos Magdaleno, Salvador Azuela, Alejandro Gómez Arias, Herminio Ahumada, Andrés Iduarte, Juan Bustillo Oro, Manuel Moreno Sánchez, Abraham Arellano, Baltasar Dromundo, Ciriaco Pacheco Calvo. Lo verá como es, de tezontle y cantera, a imagen y semejanza de la calle donde la Universidad obtuvo su autonomía y México perdió su oportunidad. Vendrá sonriente si es temprano en la mañana, cubierto de besos frescos de las meseras del Patio de los Azulejos. Tal vez habrá pasado ya por su biblioteca personal de la calle de Motolinía. Déjelo hablar de las doncellas que lo atienden en sus castillos, de las cómplices de sus amoríos, de sus memorias de alcoba y de sus andanzas de mujeriego socarrón. Llegará un momento en que usted tendrá que preguntarle a qué hora le dejaron tiempo para escribir tanto como ha escrito si más tardaba en levantarse que en volverse a acostar. Alcáncelo antes de que se pierda al azar por sus calles de Argentina, o de Guatemala en busca de un café de chinos, comparta con él el placer de caminar y perderse, de regresar a la cantina, de evocar a sus amigos muertos. Todos muertos. Diego, Orozco, David y Rufino, Dr. Atl, Montenegro, Rodríguez Lozano. Y escúchelo hablar con Pedro Rendón, el último loco del barrio, astrólogo, poeta, pintor y, claro, candidato a la Presidencia.

Sígale los pasos y conocerá sus viejas querencias, Porrúa y Robredo, las libre-rías de viejo y usado en Argentina, Guatemala, Donceles, la Secretaría de Educación y su Escuela Normal. Quizá llegue a la calle de Bolivia donde vivió en una vecindad poblada por la noche de maullidos de gatos y de gatas; le dirá Andrés: ''sobre todo de gatas, cuyas quejas, lamentos, llamados, pude conocer y traducir en todos sus significados". Lo llevará al Taquito y lamentará la ausencia del café de Alfonso, frente a la Facultad de Derecho o el Prendes, pero se consolará en la Opera o en la esquina del Gallo de Oro. Todos los lugares son suyos, el Danubio y las Cazuelas, Indianilla y los Agachados. Si lo encuentra por la tarde, cuando el sol levanta la sombra de la Preparatoria sobre la miscelánea La Pachuqueña y la vieja Escuela de Jurisprudencia enciende alguna luz, no se aleje mucho de él. Seguirá siendo, cuando la oscuridad lo confunda con su propio recuerdo, el vecino más cómodo de esa calle. En la oscuridad escapará, volverá a su hornacina que lo espera en cada esquina para esconderse en otra noche secreta. En uno de esos nichos esquineros tendrás, Andrés, tu tumba si quieres, cuando te quieras morir. Pero no hay prisa. Se equivocó la húngara que marcó tus años en seis veces 14. Tú aspirabas a seis veces 15. Hoy cumples 10 veces 10 y aún hay sol en las bardas.

Ha sido cronista de su ciudad, protagonista y habitante, uno más como cualquier otro. Su vida es el conjunto de su obra y cuando el ruido de sus pasos deje de escucharse en San Ildefonso algunos sabrán, gracias a él, cuánto amor hizo caber en tan pequeño espacio.

Querido Andrés: conservo entre mis libros algunas primeras ediciones, volúmenes conmemorativos o raros de tu obra extensa y diversa. Acudo con frecuencia a esas páginas para aprender, recordar y disfrutar otra vez. Encuentro muchos volúmenes dedicados. En uno me llamas ''constante lector y amigo". En otro: ''Más que mi historia mi leyenda. Enriquécela. Un cariñoso abrazo". En tu rara excursión por el Museo Nacional: ''A Jacobo, con cariño de siglos" y en Carta sin sobre, ''con renovada amistad y nuevo cariño". En Los hombres que dispersó la danza: ''Cada día más amigo". Y en una biografía que de ti hace Adán Cruz Bencomo: ''esta no es mi historia sino mi leyenda, mi mito, mi fábula, lo que quisiera ser..." Tu letra, Andrés, se hace ilegible, espero que hoy tú mismo me la leas porque en este caso, como en todos, tus ideas son mucho más brillantes que tu caligrafía. En la última palabra de esa dedicatoria recuperas la capacidad de hacerte leer: ''cariñosamente".

Lo mismo te digo hoy cuando cumples cien años: cariñosa y humildemente recibe el amor fraternal de quien te admira y te respeta.

Texto escrito por el periodista Jacobo Zabludovsky a manera de prólogo para el libro Andanzas, sandungas y amoríos, de Andrés Henestrosa

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.