Usted está aquí: miércoles 29 de noviembre de 2006 Opinión El espejo impertinente

Luis Linares Zapata

El espejo impertinente

La selección que hizo Calderón de su gabinete lo retrata de mente, ambiciones y cuerpo entero. Por un lado refleja su falta de estatura intelectual y su magra sagacidad política. Por el otro, sus desconfianzas y natural dependencia de las fuerzas que lo llevaron de la mano durante la contienda son un pesado fardo inmovilizador. No podía ser de otra manera: la fuerza decisoria que posibilita el ensamble de distintas personalidades le viene desde adentro y lo constriñen las circunstancias que lo rodean, unas lejanas y muchas otras que se mueven al conjuro de intereses de manera simultánea con su accionar. Lo cierto es que el resultado ahí está para ser examinado, y la imagen que este espejo refleja le es pertinente al declarado presidente electo y con ello empieza lo que tratará de ser un gobierno al parecer mediocre e ideologizado.

El primer grupo de secretarios del área económica tuvo que ser lanzado bajo dos presiones insostenibles para Calderón y su entorno. Una la ejercían los famosos mercados que ansiaban apaciguar incertidumbres y obtener las seguridades concomitantes de continuidad y acogida para sus negocios. La otra porque AMLO se había anticipado a tomar protesta como Presidente legítimo en una plaza por demás repleta y entusiasta. No resistió Calderón la tentación de mediatizar su trascendencia. Para esto último, tanto la televisión duopólica junto con notorios sectores de la crítica y la difusión reactiva a los movimientos de la izquierda, prestaron su voluntario concurso, ya fuera ocultando el suceso o desvirtuando sus mensajes y simbolismo futuros. Así, los designados cubren, con la eficacia debida, las razones e impulsos para los cuales fueron llamados al gabinete. Estarán, antes que todo, al servicio de los poderes fácticos.

El más distintivo de ellos, el que actuará como sanctum sanctorum de los dictados neoliberales, manejará con su muy especializado sello y peso indiscutible los resortes de la Secretaría de Hacienda: el viejo y poderoso aparato de intermediación que disuelve las necesidades sociales y distorsiona el crecimiento al antojo de su atrincherada burocracia. El señor Carstens no puede divorciarse de sus largos años en el Banco de México, su paso por el Tecnológico de Monterrey y del toque final de distinción (PhD) que le da una universidad de prestigio en Estados Unidos. Mejores credenciales no es posible encontrarlas en otro postulante. Su fugaz paso por el FMI le adiciona un redundante condimento, redondeando hasta lo visible su funcionalidad al sistema establecido. De sus aportaciones, sin embargo, poco o nada se conoce. Los años de su subsecretaría pasaron desapercibidos y sin realce. El conocimiento directo de sus pasos por el ancho, empobrecido y exhausto México de hoy, es escaso y visto desde las alturas.

De los demás integrantes poco puede decirse de sustancia con la posible excepción del ínclito Luis Téllez. Este personaje no llega sino a reverenciar a los empresarios de gran calado que lo impulsaron y a los cuales ha servido con dedicación fuera de cualquier duda metódica. A esos enclaves financieros que acentúan un desarrollo por demás injusto y desequilibrado Téllez les cumplirá con presteza y dedicación. Un funcionario de relumbrón, argumentos simplistas y de poca sustancia que no opondrá resistencia alguna a los monopolios, duopolios y monopsonios nacionales. Tendrá, además, jugosos contratos que repartir a granel entre sus muchos conocidos. Sus muchas predicciones pasadas quedarán para análisis subsecuentes. Las maravillas que se obtendrían al liberalizar el ejido terminaron en una tragedia humana de grandes proporciones. Para el año 2006 que termina, de no privatizar la Comisión Federal de Electricidad desde los años en que fue secretario de Energía, según la entreguista línea zedillista y del Banco Mundial que siguió, el caos, la crisis eléctrica sería una realidad fantasmagórica en la República.

Los demás secretarios son un complemento de poca monta, intercambiables a placer. La inexperiencia para conducir las negociaciones salariales y de contratos colectivos. La obcecación privatizadora en energía y la mediocridad para el fomento económico serán las constantes.

Del gabinete social el país recibirá la maltratada visión de un fundamentalismo ramplón que se enseñorea del panismo, bajo el mando de ese señor Espino de pensamiento escuálido y golpeador. Los intereses cruzados del ex gobernador de Jalisco y su probada ineficacia harán el resto en una secretaría que, sin duda, quedará corta para enfrentar retos que afectan la seguridad nacional: alimentaria, ecológica o hidráulica. Pero la influencia del pensamiento retrógrado se hará sentir con mayor desenfado y rigor en la salud.

Y, por si fuera poco, una pretenciosa mujer de graduada en la tarea de merolico del deber ser, sin credencial alguna para sentarse en la silla de Vasconcelos, irá a Educación. La sociedad deberá redoblar su oposición militante acerca de temas por demás cruciales para la vida organizada del país, pues en este campo pueden darse las mayores torpezas y retrocesos.

Así, de la mano de su formidable equipo áulico de dentro y también de fuera que le aconseja la continuidad rigurosa, Felipe Calderón ha dado sus primeros pasos por el ejercicio del poder. Las alianzas prometidas se esfumaron. La experiencia en la función pública requerida se estancó en un panismo que no ha generado el talento requerido en sus largos años de gobierno. La moderna apertura que tanto presume la derecha moderada se ha corrido hasta el extremo de la descarnada reacción. Y lo que falta por nombrar, su gabinete político, se espera tan de mano dura represora como plagado por las similares como idénticas ineficacias actuales. Un mal inicio y variadas señales extraviadas que no encontrará correlación con su endeble base de sustentación electoral.

 
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