Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 26 de noviembre de 2006 Num: 612


Portada
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
¿Bono democrático?
GUSTAVO IRUEGAS
El merolico
JUAN ANTONIO ISLAS ESTRADA
Adiós para siempre, adiós
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR
Vicente
ALONSO ARREOLA
El hombre que nunca estuvo
LEO MENDOZA
Reflexiones sobre la impopularidad del Seguro Popular
ARTURO OREA TEJADA
Cherente.com
RUBÉn MOHENO
¿Mister Fox?
MARCELA SÁNCHEZ MOTA
Lemas y dichos (¿apocrifos?) del desgobernante Vicente Fox
RAQUEL TIBOL
Desgobiernas y te vas
RAÚL UGALDE
Crónica de un des-gobierno anunciado
GABRIELA VALENZUELA NAVARRETE
Albricias ante estas ruinas que ves
JORGE MOCH
Una forma brutal de desgobernar
FERNANDO DEL PASO
Tarde y mal
CARLOS MONTEMAYOR
La náusea
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Colofón
ARNOLDO KRAUS
Foximiliano y Martota
DAVID HUERTA
Se van
VERÓNICA MURGUÍA
Peor que lo más malo
LUIS TOVAR
La despedida del cocinero
ANA GARCÍA BERGUA
El museo de Fox
AGUSTÍN ESCOBAR LEDESMA
Foxilandia en la Wikipedia
Felipe de Jesús despierta de una horrenda pesadilla
MARCO ANTONIO CAMPOS
Al vuelo
ROGELIO GUEDEA
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
Y Ahora Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

(h)ojeadas:
Reseña de Homero Quezada sobre Los oficios del relámpago


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ANA GARCÍA BERGUA

ALTA INFIDELIDAD

Qué humanos somos los humanos, cómo seguimos siendo, en el transcurso de los siglos, los mismos: cambia nuestra historia, aumentan nuestros conocimientos y también, a veces, nuestras libertades, pero el trasfondo de nuestras pasiones y nuestros deseos –asunto de la biología, se dirá– sigue igual. Y el catálogo de pasiones es amplio, es variado, y lo que cambia es la manera de verlas aunque sean las mismas y aunque el padecerlas se coloree un poco distinto, de generación en generación. Y de escritor en escritor. Tengan ustedes por ejemplo los celos, cosa tan angustiosa para aquel a quien atrapan: del alocado Otelo al lacónico monsieur Swan de En busca del tiempo perdido hay, por lo menos, una diferencia civilizada en la reacción, mas no en la intensidad del sentimiento humillante y claustrofóbico del engaño. Una fiera a domar, y la modernidad no hace sino que los métodos para lograrlo sean cada vez más rebuscados. De esto y de otras cosas trata la última novela de Rosa Beltrán, que porta el afinado título de Alta infidelidad (Alfaguara, 2006). Alta infidelidad emprende, a veces en el tenor punzante de la comedia negra, a veces en el más serio del ensayo o el turbulento del delirio, una búsqueda de los celos en tres mujeres en sus cuarenta, treinta y veinte, respectivamente, cada una con sus grados distintos de victoria sobre la falsa dicotomía del cuerpo y el alma (ser cuerpo o ser alma, y después de todo qué es eso del alma, piensa una) que sigue cercando al género, de maneras más contundentes o metafóricas, según dónde vivamos. Estas tres mujeres –Marcela, Silvina y Sabine– habitan en la postmodernidad nuestra de cada día, tienen profesiones, intereses propios, controlan sus cuerpos y lo que hacen con ellos, pero a la vez padecen de aquel sentimiento de soledad interior –ése que, dicen, llena el amor–, una especie de hueco corrosivo y endémico que no pueden dejar de ver. La narradora habla, por ejemplo, de Marcela, la protagonista cuarentona:

"Había nacido en una época de mujeres implacables donde sólo las obstinadas triunfan. Y aunque la mayoría eran mujeres más bien solas y ávidas de aprender cómo no ser tristes (mujeres que merecían toda su solidaridad y su compasión, se decía, cuando se ponía a estudiarlas en su investigación de género), su excesiva energía la confundía y la apocaba. Se suponía que conservar a un hombre era un ideal anacrónico y poco deseable, pero no tenerlo se vivía como una pérdida."

A las tres mujeres de la novela de Rosa Beltrán las une un hombre, Julián, un profesor de filosofía cincuentón, divorciado y con un hijo adolescente, en cuyo retrato se podría reconocer a muchos hombres de su generación: el intelectual barbón, de palabra florida, no por fuerza guapo pero siempre seductor, que cambia la mirada y la palabra por un cuerpo y un oído atento. Este Julián no es un coleccionista ni un don Juan, pues más que seducir, sabe colocarse en calidad de manjar en medio de un grupo de mujeres, darse a desear. Un hombre que se emborracha "de poesía, de sexo y de sí mismo". Julián y Marcela se relacionan con sentidos encontrados: uno ve, la otra escucha, y más o menos así se satisfacen. Hasta que Marcela descubre que no es la única, que en realidad Julián tiene tres mujeres, y por lo menos con dos tiene el descaro de hacer las mismas cosas.

A lo largo de la novela, Marcela, quien se dedica a los estudios de género, hará una especie de catálogo de mujeres ilustres, aquellas emblemáticas como Mary Shelley o Simone de Beauvoir, que se traducirá en una pequeña historia de los celos en la literatura. Pensará que el monstruo Frankenstein se limitó a ser depositario del dolor que los hombres le infligían porque Mary Shelley le dio un alma femenina. También piensa en las mujeres detrás de un gran hombre, como Sonia, la esposa del Tolstoi, a quien tocó la carga de la locura que era también del conde, y nada de su genialidad.

"¿Son los celos el fin del amor o la prueba irrefutable de que a alguien le importas?", o una atadura eterna, quizás. Los celos que Marcela, Silvina y Sabine padecen por causa de Julián tienen el refinamiento de las generaciones cada vez más educadas para la libertad y la autoafirmación, y sus reacciones, sádicas, utilitarias y siempre silenciosas, no dejan de embonar con este hombre que huye de una mujer a otra en un círculo eterno. "He ahí la especialidad de las mujeres de hoy: hacer sentir el dardo de la culpa sin que de sus labios salga un solo reproche." En efecto, esta novela muestra la calamidad de este reproche asfixiante y asfixiado de las mujeres, y su final sorpresivo nos hace preguntarnos hasta dónde es posible realmente escapar de él, incluso cuando las huidas rozan la crueldad. Por ello quisiéramos, quizá, que Alta infidelidad se detuviera un poco más en su planteamiento, o conocer un poco más al personaje de Sabine, la anestesista, la más joven de todas.

Rosa Beltrán es una novelista que se pregunta lo que significa la felicidad: tanto en La corte de los ilusos como en El paraíso que fuimos, sus novelas anteriores, está presente siempre este cuestionamiento a la vez amargo y humorístico del famoso hueco que no se llena ni con tomar terapia, ni con el sexo puro y duro, ni con ser princesa de Iturbide. En cada una de ellas, la narradora da muestra de una enorme pericia narrativa y una inteligencia sardónica y amarga, que en tiempos cursis se agradece mucho.