Usted está aquí: viernes 24 de noviembre de 2006 Cultura Penultimatum

Penultimatum

Loas con sombrero ajeno

LA EXPERIENCIA QUE recientemente ha tenido el escultor Ricardo Regazzoni con algunas autoridades responsables del quehacer cultural del país bien puede resumirse en la frase ''saludar con sombrero ajeno". Regazzoni ofreció donar hace tres años su escultura Flujo-turbulencia al Museo de Arte Moderno (MAM). Fue aceptada. Por su calidad, dimensión (cuatro metros de altura) y porque iba con el entorno, se colocó a la entrada del recinto con la promesa de que ése sería su sitio definitivo.

SIN EMBARGO, POCAS semanas después fue retirada ''temporalmente" porque, según el director del museo, requería ser ''consolidada" por cuestiones de seguridad. Esa operación no demandaba mayor trabajo, habida cuenta de que los museos que se precien de tales cuentan con el personal capacitado para hacer dicha tarea. Pasaron los meses sin que se realizara tal ''consolidación" y sin que Regazzoni recibiera una explicación creíble de la tardanza. Pero todo se aclaró cuando, a principios de agosto, se publicó en algunos diarios que habría una magna exposición con las donaciones recibidas durante el sexenio. La muestra constaría de más de 200 piezas y contaría con la presencia de altos dignatarios gubernamentales.

PRECISAMENTE LA escultura que no habían vuelto a exhibir a la entrada del MAM estaba reservada para convertirla en parte de un sarao con el que los responsables de la cultura nacional celebraban las, para ellos, excelentes tareas cumplidas durante la administración del señor Fox.

ESTE HECHO MOLESTO profundamente al escultor, quien procedió hace dos meses a dejar sin efecto su donación. En una carta dirigida a esta columna señala que no comparte los entusiasmos por los logros de nuestras autoridades (para hacerlo, afirma, tendría que consumir Prozac) y porque tal parece que los artistas ''donan sus obras ''no por amor al arte", sino ''por aprecio a un régimen que intentó revivir de mala manera una especie de colonialismo cultural". Además, Regazzoni no ve la conveniencia de estimular la práctica de la donación en vez de la cultura de la adquisición. Señala que ''si los funcionarios quieren presumir con obras ajenas, si se dice que no hay dinero gubernamental para adquirir obras de arte (lo hay para enriquecimientos ilícitos), por qué no donan los burócratas de alto nivel una parte de sus jugosos salarios para comprarles a los artistas su obra. Eso de las donaciones se asemeja a las tácticas milenarias de la Iglesia católica que, sin vergüenza, enriquece sus acervos con las aportaciones de los pobres. O los teletones, donde los poderosos aportan dinero, libre de impuestos, para ayudar a unos pocos desvalidos, luego de haberse enriquecido con el trabajo de millones".

REGAZZONI FINALIZA señalando que ''independientemente de la decisión personal de los artistas de ver su trabajo como un agradecimiento a la vida, de regalarlo (si es su soberano gusto) y de, vanidosamente, ver sus obras expuestas en los museos o en una avenida, lo que no debe permitirse es que la burocracia cultural trate de lucirse con el trabajo ajeno".

 
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