Usted está aquí: jueves 23 de noviembre de 2006 Mundo Exequias de Gemayel reúnen a maronitas, drusos, ortodoxos y musulmanes en Líbano

Exige multitud de dolientes "castigo legal", no venganza, contra los responsables

Exequias de Gemayel reúnen a maronitas, drusos, ortodoxos y musulmanes en Líbano

ROBERT FISK THE INDEPENDENT

Ampliar la imagen Miles de personas acompañaron el féretro con los restos de Pierre Gemayel en Bikfaya, Líbano, ayer Foto: Ap

Beirut, 22 de noviembre. En la casa en que se hizo el funeral, un antiguo hogar libanés de piedra, no se mostró el cuerpo de Pierre Gemayel. Sellaron la tapa del féretro debido al terrible daño que sufrió su rostro por las balas que lo mataron, y era como si de esta forma pudieran alejarse las pesadillas de Líbano y mantenerse en la oscuridad de la tumba. Pero los maronitas, ortodoxos, drusos ­y sí, musulmanes­ que vinieron a dar el pésame a Patricia, la esposa de Gemayel y a su destrozado padre, Amin, lloraron copiosamente junto al ataúd cubierto con la bandera. Todos comprendían los horrores que podrían desatarse en los próximos días y la dignidad que mostraron era una forma de rechazar dicha posibilidad.

En Beirut me dediqué a observar a los detectives libaneses, quienes no han podido resolver ni uno de los múltiples asesinatos políticos ocurridos en Líbano. Estaban retratando los orificios de bala en la ventana del auto azul pálido modelo Kia en el que circulaba Gemayel. En total, 13 proyectiles penetraron la ventana del conductor, seis de los cuales incluso salieron del otro lado después de atravesar las cabezas del ministro libanés de Industria y de su guardaespaldas.

En el hogar familiar del occiso, en la localidad de Bikfaya, una zona montañosa helada llena de abetos, rosas que florecen fuera de temporada y banderas falangistas con cedros triangulares, la negra y densa multitud de dolientes exigió un castigo legal, y no venganza, contra los asesinos de Gemayel.

Fue un momento esperanzador. Quién hubiera imaginado, en tiempos de la guerra civil que nos amenaza nuevamente, que los drusos participarían en un acto religioso, de manera respetuosa y amistosa, para expresar su pena por la muerte de un hombre que era sobrino de Bashir Gemayel, el enemigo más feroz y brutal de los drusos. El mejor amigo de Bashir, Massoud Ashkar, quien fue un oficial de las milicias en esos oscuros y terribles días, habló conmovedoramente de la unidad y justicia que tanto necesitan los libaneses. "Estamos esperando que se averigüe quién mato al jeque Pierre. Estas personas quieren una nueva guerra civil y tenemos que saber quiénes son", dijo.

Ah, pero hay un dejo de perdición en esas esperanzas. Con la tristeza de aquellos que aún esperan que haya una recuperación, cuando que esa posibilidad les ha sido arrebatada, algunos cristianos se reunieron en el suburbio Jdeideh, de Beirut, donde los tres asesinos dispararon contra el ministro de Industria la tarde del martes. Su auto, con placas número 201881, tiene la tapa del cofre levantada mostrando dónde fue chocado por el Honda CRV de los asesinos. El coche aún tenía la parte trasera incrustada en la camioneta de una compañía impermeabilizante contra la que se estrelló el vehículo luego, cuando murió Gemayel, que era quien iba al volante.

Los cristianos eran observados en silencio por hombres y mujeres que, menos de 24 horas antes, no escucharon la pistola con silenciador que mató a Gemayel y pensaron, en un primer momento, que el ministro había sido víctima de un accidente vial. Ninguno de ellos dio su nombre, desde luego. Eso ya no se hace en Líbano.

"Estaba durmiendo cuando escuché unos sonidos algo ahogados; como disparos, pero no muy fuertes", me dijo un hombre de cabello blanco y que miraba desde el balcón de la casa en que nació. "Después escuché una colisión y varios disparos reales. Me levanté, me vestí, pero no vi a los atacantes. Un vecino fue a ver y cuando regresó me dijo que fue el jeque Pierre. Luego vi que lo sacaban de su auto cubierto de sangre y lo pusieron en la parte de atrás de una camioneta".

Apenas una hora antes Pierre Gemayel había estado en Bikfaya, a sólo 200 metros de donde su cuerpo fue velado el miércoles, pues participó en un homenaje ante la ominosa estatua de su abuelo, también de nombre Pierre, quien fundó el partido falangista al cual su nieto representaba en el Parlamento.

Nadie mencionó, desde luego, que este mismo abuelo; un humilde entrenador de futbol, creó a la Falange, una organización paramilitar inspirada, según admitió él mismo antes de morir en 1984, en su visita a Alemania de 1936 durante las olimpiadas en la Alemania nazi de Hitler. Como de costumbre, esos detalles incómodos fueron borrados de la narrativa de la historia libanesa y de los reportes periodísticos del asesinato del nieto.

Sin embargo, Pierre Gamayel hijo fue un ministro serio, tal y como lo dejó claro uno de los testigos de su muerte. "¿Ve usted esa casa con los toldos?", me preguntó. "Pues ahí murió una anciana y el jeque Pierre venía a dar su pésame a la familia". La casa de la difunta estaba a escasos 30 metros de donde se detuvo el auto de Gemayel. Seguramente disminuyó la velocidad para estacionarse. Todos aquí sabían que llegaría a esa casa la mañana del martes, según dijeron los vecinos. Lo que no mencionaron es que es obvio que Gemayel fue traicionado por alguien que lo sabía. Los asesinos estaban esperando a un ministro generoso que venía a dar sus condolencias, sabiendo que la familia de su víctima recibiría pésames un día después. Ni siquiera estaban enmascarados y con toda frialdad le dispararon a un tendero que los vio.

Los libaneses han respondido a la condena internacional por el asesinato de Gemayel con menos retórica que la que empleó el presidente George W. Bush, cuya promesa de "apoyar al gobierno de Siniora y la democracia" fue recibida con el desprecio que se merece. Después de todo se trata del mismo Bush que el verano pasado se dedicó a observar en silencio cómo los israelíes abusaban del gobierno democrático de Siniora bombardeando Líbano durante 34 días matando a más de mil civiles. Y los libaneses saben cómo tomar la declaración de Tony Blair, quien también contribuyó a retrasar un cese el fuego que habría salvado innumerables vidas, cuando aseguró que "tenemos que hacer todo lo que podamos para proteger la democracia en Líbano". Fue un miliciano cristiano retirado, un rival de clan de Gemayel, quien lo expresó sucintamente: "Les importamos un carajo".

El pequeño problema de la narrativa ­y de quien la escribe­ siguió siendo un problema el miércoles, cuando las potencias occidentales apuntaban con el dedo a Siria. Sí, los cinco libaneses destacados asesinados en los últimos 20 meses eran antisirios. Es un poco como decir "fue el mayordomo". ¿No es lógico pensar que una Siria vengativa atente contra la independencia de Líbano matando a un ministro?

Sí, pero al mismo tiempo ¿cuál sería la mejor manera de socavar al nuevo y triunfalista poder del Hezbollah prosirio. La guerrilla que ha estado exigiendo la renuncia del gabinete de Siniora? ¿Acaso matando a un ministro del gobierno, sabiendo que muchos libaneses achacarían el asesinato a los miembros de Hezbollah, aliados de los sirios?

Viviendo en Líbano uno aprende estos trucos semánticos a través de una especie de espejo. Nada aquí ocurre por accidente, pero todo lo que ocurre nunca es del todo lo que uno pensó en un principio. Eso es lo que quedó claro a los libaneses reunidos en Bikfaya que hablaron de unidad. Si tan sólo los libaneses dejaran de depositar su fe en los extranjeros ­estadunidenses, israelíes, británicos, iraníes, franceses, en Naciones Unidas­ y confiaran los unos en los otros, podrían combatir las pesadillas de la guerra civil que quedaron selladas dentro del ataúd de Pierre Gemayel.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

 
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