Usted está aquí: martes 21 de noviembre de 2006 Opinión Escenografía contra política

Marco Rascón

Escenografía contra política

Una foto con la banda presidencial a manera de resultado. Su dignidad, ornamentada de errores y derrotas explicables, simbología para que el lopezobradorismo entre a la historia, equiparándose alegóricamente con el juarismo y la Revolución Mexicana. La política, el programa, la organización no importan: basta el rito. Mejor lo simbólico que lo posible; mejor ocultar la larga cadena de errores ante que corregirlos.

Renunciando a la política, asumiendo la escenografía, desea estar en el pasado y el futuro sin estar a la altura del presente. Hay una declaratoria de incapacidad para arriesgar, lanzar iniciativas, unir fuerzas, aclarar posiciones, fortalecer demandas, organizar y reconocer avances, construir liderazgos. La escenografía es continuidad de la soberbia y la determinación de destruirlo todo, acusando en falso.

Como colofón del ciclo 2006, los lopezobradoristas se refugian en "lo moral" para tapar la desbandada que ellos provocaron con su doble discurso de revolucionarios escenográficos que cobran prerrogativas del erario de las instituciones que dicen combatir.

Nunca las fuerzas democráticas de México estuvieron atrapadas en tanta incongruencia e incoherencia como ahora, logrando que los fantasmas del viejo régimen, los sectores más conservadores de la sociedad, se levanten rozagantes, disfrazados de conciliadores, investidos de prudencia, gozando y administrando el vacío que genera la soberbia.

¿Eso era todo? ¿Ese era el plan del resentimiento contra 1988 y todas las luchas pasadas por la transformación? ¿Para eso llamar traidores a los que no aceptaron el suicidio?

En 1988 no se creía posible ganar la presidencia: fue una sorpresa. Para esa generación y Cuauhtémoc Cárdenas, el candidato presidencial, se logró la unificación en un movimiento y luego en un partido de muchas tendencias. No fue fácil: la pluralidad, que en el movimiento era virtud, resultaba difícil integrar en un partido. La tarea frente al fraude no sólo consistía en demostrar la intención fraudulenta del régimen priísta, naturaleza intrínseca del partido de Estado, sino mantener la unidad y fortalecer cada lucha en el país a largo plazo dentro de la diversidad de tendencias.

Antes y después de la elección de 1988, la fuerza construida era una y de todos, hecha por todos y desde abajo, rompiendo sectarismos empujados por la determinación del pueblo a luchar por el cambio nacional.

Fueron tiempos de sumas y restas en el nuevo proyecto, de errores y aciertos, de grandes iniciativas, debates, de creación de nuevas estructuras, de aspirar a un partido democrático de nuevo tipo.

La fuerza de ese impulso se convierte en huracán en el sureste, incorpora a Tabasco y respalda el rompimiento de Andrés Manuel López Obrador, quien el 6 de julio aún era parte de la estructura priísta. Ahí está el testimonio de sus biógrafos más cercanos.

Del 6 de julio de 1988 en adelante se define un programa y se llama a la formación del PRD con el objetivo de impulsar una revolución democrática. La lucha contra el fraude era un frente, pero había más objetivos. Se lucha contra los fraudes locales y municipales que se desatan en Tabasco, Veracruz, Guerrero, Michoacán, dejando en estos tres últimos decenas de ciudadanos campesinos asesinados.

Luchas sociales y electorales se fusionan. Surgen cientos de cuadros y dirigentes políticos nuevos; unos son amenazados y a otros se les busca para corromperlos. El asedio del salinismo contra el perredismo y todo lo que oliera a cardenismo es permanente y obsesivo.

Cárdenas y la dirección del movimiento no mandaron a nadie a su casa. Eso es falaz. El discurso era explicativo, dirigido a ciudadanos que asumían sus propias responsabilidades de acuerdo con la realidad que teníamos enfrente. Desde los zócalos llenos, salieron miles a organizar y respaldar luchas, a construir.

Después de años de atomización de la izquierda, un amplio bloque de comunistas, socialistas, trotskistas, veteranos de la lucha armada, maoístas, nacionalistas, pro revolución cubana, latinoamericanistas, cristianos por el socialismo estaban juntos en un mismo partido y con amplio prestigio político: el pueblo de México ya tenía un instrumento para luchar en mejores condiciones contra el régimen entreguista y autoritario.

En 1988 la candidatura a la presidencia era un medio, no un fin. Era parte de un proceso y los avances no se medían en función de si Cárdenas era presidente o no, pues la cultura de la izquierda era promover el avance colectivo y programático. ¿Que no se tomó el 14 de septiembre el Palacio Nacional? No, y no se hizo por las mismas razones que no se ha hecho ni el 16 de septiembre ni este 20 de noviembre de 2006.

En 1988 no hubo resignación, sino lo que era posible. El 6 de julio no significó el punto de llegada, sino de partida para enfrentar en tiempo y circunstancia al partido de Estado, la injusticia económica y unificar a los mexicanos por algo distino: un cambio. Se luchaba en el presente para abrir caminos futuros.

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