Usted está aquí: martes 21 de noviembre de 2006 Ciencias ¿Qué idea de la ciencia tiene el Conacyt?

Amparo Martínez Arroyo*

¿Qué idea de la ciencia tiene el Conacyt?

En septiembre, la noticia que ocupó a la comunidad científica nacional fue la repentina convocatoria del Conacyt a presentar ideas para la realización de megaproyectos de investigación científica y tecnológica. Es una gran sorpresa que, al final de un sexenio en el que las convocatorias y financiamientos a la ciencia se caracterizaron por la incertidumbre, de pronto aparezca un llamado a pensar en grande, a imaginar que tenemos otro país y otra política científica, y a proponer proyectos para fortalecer grandes áreas o líneas de investigación necesarias para México.

Sonaba a ficción que estos proyectos pudieran rebasar los ámbitos disciplinarios e institucionales y estimular una actitud propositiva, y que en lugar de pelear entre nosotros por proyectitos pudiéramos planear la realización de varios, coordinados y complementarios. Pero que cada megaproyecto que resultara aprobado pudiera tener apoyo hasta por mil millones de pesos rompía ya con los esquemas prevalecientes.

Con suspicacias, con escepticismo, con relámpagos de esperanza (con el entusiasmo que da pensar en el coraje que tendríamos si no presentamos nada y los apoyos se ofrecen a otros), centenares de investigadores se pusieron a "idear". La mayoría buscó a otros colegas e instituciones, tratando de llevar a cabo lo tantas veces pospuesto por no caber en un proyecto tradicional; otros, los menos, tratando de armar solitos o con su pequeño grupo el "golpe" que les diera cinco años de prosperidad. Cada quien interpretó libremente qué y para qué es un megaproyecto.

El 15 de noviembre se publicaron los resultados con las 81 propuestas que ganaron 100 mil pesos para elaborar su proyecto final, y lo que mostraron claramente es que si Conacyt tiene una idea de qué y para qué son los megaproyectos, es totalmente inentendible: 27 de estas propuestas provienen de 11 centros públicos de la institución (entre los que se incluyen empresas), 16 de la UNAM, nueve del Cinvestav, nueve del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, seis del Polítécnico, cinco de cuatro universidades estatales, dos de la UAM, uno de una compañía farmacéutica, otro de una asociación civil y cinco de otras instituciones de investigación fuera de esos sistemas.

Más allá de los números y del cuestionamiento que se podrá hacer de los objetivos, alcances y relevancia de varios proyectos, en tanto megaproyectos (con base en los títulos), lo que preocupa y enoja es darse cuenta de que, o es una megatomadura de pelo, o se está planeando gastar cantidades nunca vistas en una convocatoria tan amplia, de manera poco racional.

Si la megaidea es dar un fuerte impulso a la ciencia y la tecnología en áreas que la comunidad y el programa de ciencia y tecnología postulan como importantes, ¿no será papel de Conacyt detectar que hay varios proyectos que, si bien tienen matices diferentes, van hacia problemas centrales de energía, medio ambiente y biodiversidad, zonas costeras y marinas, genómica y recursos genéticos, clima y manejo del agua, y agricultura ­por mencionar algunos­, y convocar a que en la siguiente etapa se reúnan entre sí y armen uno o dos buenos proyectos para fortalecer a escala nacional el tema, en serio?

¿No le parece a Conacyt que para hacer realidad la famosa interacción industria-investigación, privado-público, convendría propiciar una interacción sana entre los dos sectores, en lugar de dar financiamientos particulares, cuestionables y aislados, a proyectos de esta envergadura?

Ya que los megaproyectos provienen del rubro especial de fondos institucionales, se tendrían aún todas las demás posibilidades de convocatorias sobre ciencia básica, fondos sectoriales, apoyos especiales... para seguir apoyando proyectos individuales o de grupo, pero colectivamente habríamos dado un paso hacia un sistema científico y tecnológico más coherente.

Obviamente habría que cuidar que la conducción de los megaproyectos quede geográfica e institucionalmente bien repartida, evitando hegemonías y centralismos, y considerando estrategias regionales y nacionales de desarrollo.

Si de verdad hay condiciones para destinar miles de millones de pesos a fortalecer diferentes áreas de la ciencia y la tecnología, no hay derecho a no hacerlo bien. Si no hay condiciones, o los fondos ya están "predestinados", no hay derecho a estarnos engañando y poniéndonos a pelear por un pedazo del "gordo", sin visión de ciencia nacional a futuro.

En aras del juego limpio, ojalá que por una vez dominen la razón y la responsabilidad tanto en el Conacyt como en la comunidad científica, y se aproveche la oportunidad de dar buen impulso a nuestro sistema de ciencia y tecnología.

Si no puede esperarse mucho del primero, ojalá que el ejemplo lo demos los propios científicos, diciendo ¡basta a la irracionalidad! y esforzándonos por armar propuestas con rigor, pero también con generosidad y gran visión.

*Investigadora de la UNAM

 
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