Usted está aquí: miércoles 15 de noviembre de 2006 Opinión Los muertos

Arnoldo Kraus

Los muertos

Los muertos inocentes siempre permanecen vivos. Hablan en las bocas de los suyos. Blasfeman en las voces de los vecinos. Cavan en la conciencia de los librepensadores. Horadan en las mentes de quienes no aceptan, a ningún precio, los asesinatos de seres inocentes, cuyas vidas encontraron la muerte por la mala fortuna de ser vecinos del odio y habitantes de tierras y mentes hambrientas de sangre. Los muertos inocentes siempre permanecen vivos: su recuerdo siembra inquina, impide el perdón, deshumaniza, lacera. Y mata. Mata la esperanza y profundiza los abismos entre los seres humanos. Basta la fotografía del padre cargando el cuerpo triturado de su vástago, el cuerpo calcinado, la morgue saturada, la cabeza sin cuerpo. De Palestina a Israel y de Israel a Palestina. Cadáveres y más cadáveres que, paradójicamente, se hermanan por ser víctimas de lo que signifique destino.

Las herencias de las personas a quienes se les arrebató la vida sin razón son crudas lecciones imposibles de aceptar. Hay quienes dicen: "ni perdón ni olvido"; otros, los que han acumulado más restos humanos, agregan: "ni perdón ni olvido. Venganza". Quienes cohabitan, desde los primeros años de vida en una atmósfera donde la imagen viva de los muertos inocentes es presencia constante odian sin siquiera proponérselo. Las paredes de las casas derruidas sudan rencor y las voces de los padres huérfanos ­nuestro idioma carece de la palabra que describa al padre o a la madre que han quedado sin hijos­ contagian dolor y un duelo siempre inacabado, perpetuo. Un luto que enferma e infecta.

Infecta in utero y se disemina en vida. Los duelos no finalizados de los deudos que no aceptan los asesinatos de sus congéneres penetran las almas y las miradas de los seres cercanos con la misma morbilidad de los virus más agresivos. Las muertes atemporales son escuela. La espiral del terror carece de límites; el terror es semilla, es sordo.

Imposible sustraerse al dolor de los seres cercanos. Difícil habitar la vida sin sed de venganza, sin saberse frágil, sin comprender que uno mismo puede ser el próximo sacrificado. Difícil soslayar lo que sucede "al lado", cuando la distancia y la diferencia entre una casa y otra la decide el destino del obús sin destino o la bomba cuyo blanco lo determina en azar. El fracaso es evidente: los vivos son incapaces de asimilar las lecciones de los muertos.

Los muertos inocentes siempre permanecen vivos. Iraquíes, palestinos, israelíes, afganos y latinos indocumentados vestidos de soldados yankees. Poco importa el orden. Todos son muertos. Todos deberían ser iguales. Todos son fuente perpetua de odio, de pesadillas, de la certeza del vacío, de la realidad de las heridas que nunca sanan. Todos los muertos inocentes son un sí mismo, sus túmulos tierras comunes, sus muertes inútiles gérmenes de nuevos asesinatos. Los muertos inocentes siempre permanecen vivos.

 
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