Usted está aquí: lunes 13 de noviembre de 2006 Estados Nueva Atalaya, Coahuila, un páramo; empresas lecheras sobrexplotan acuíferos

Autoridades federales desoyeron denuncia que hicimos hace 3 años, dicen ejidatarios

Nueva Atalaya, Coahuila, un páramo; empresas lecheras sobrexplotan acuíferos

"Vendimos tierras con la esperanza de que iba a haber trabajo y nos fregaron", se quejan

Ampliar la imagen Aspecto del pueblo Nueva Atalaya, en Cuatrociénagas, Coahuila. Abajo, caparazones de las tortugas bisagras que habitaban en la poza de la comunidad Foto: Quitzé Fernández

Ampliar la imagen Aspecto del pueblo Nueva Atalaya, en Cuatrociénagas, Coahuila. Abajo, caparazones de las tortugas bisagras que habitaban en la poza de la comunidad Foto: Quitzé Fernández

QUITZE FERNANDEZ ESPECIAL PARA LA JORNADA

Cuatrocienegas, Coah. 12 de noviembre. El poblado Nueva Atalaya nunca ha tenido agua potable, pero hace tres años hubo una poza de agua cristalina donde, aseguran habitantes, las tortugas salían al escuchar palmadas. El lugar era verde: había peces, aves, vegetación; soplaba un viento cargado de humedad y los turistas dejaban propinas para los habitantes, quienes daban explicaciones sobre el lugar y mostraban rincones a visitar.

El Valle del Hundido está después de Nueva Atalaya. Los cerros lo circundan. Las extensiones del valle van tapizadas de una mancha verde: sembradíos de alfalfa y maquinaria pesada propiedad de grandes empresarios lecheros que han perforado pozos para extraer agua del subsuelo.

Visto desde la carretera Nueva Atalaya parece una ranchería abandonada, impresión que no está lejos de la realidad. Sergio Gaytán Galván descansa con una reata en la mano para arriar unos burros flacos que andan sueltos en busca de alimento. No hay agua, ni árboles. No hay sombras donde descansar la vista.

Todo alrededor está seco; a la entrada de la comunidad hay una "área recreativa" destruida, asadores rotos y juegos abandonados. "No hay nadie, todos se fueron, y los pocos que viven por acá andan trabajando en la candelilla", advierte Sergio. Por el camino donde se ven casas la tierra se levanta. No hay ruidos. Ni siquiera ladridos de perros. Puro silencio y un aire caliente que ahoga.

Algunas casas están abandonadas, las puertas de madera yacen abiertas: trastos sucios, muebles rotos, techos caídos, carrizos tostándose al sol, zapatos y trozos de ropa en el suelo. La escuela y la tienda ejidal también están abandonadas. Puro silencio.

Al atardecer los ruidos de televisores acompañan a Nueva Atalaya. La jornada para los habitantes es la de siempre: recorrer el desierto en búsqueda de candelilla para elaborar cera. El pago por kilo son 27 pesos, refiere Bonifacio Gaytán Flores, quien esa tarde mostró los restos de la llamada Poza de las tortugas.

"Cuando empezamos a ver que el agua estaba bajando pusimos una cerca para que la gente no se metiera. Estaba bien bonita, ahí nos bañábamos. Fue culpa de la gente que llegó al Hundido, ¡qué casualidad que llegando ellos esto se secó!"

Bonifacio abre una cerca para entrar a la poza. Adentro hay caparazones de tortugas bisagra muertas. "Nosotros hemos rascado para que salga agüita para los animalitos, pero se están muriendo", dice. Los pozos de los que habla Bonifacio han sido cavados a pala; hay dos: uno seco y otro de agua apestosa donde encontraron dos tortugas grandes.

Extracción desmedida

Las siete familias que aún viven en Nueva Atalaya viajan una vez a la semana a Cuatrociénegas para cargar agua; ya casi no hay presión en las llaves y los habitantes responsabilizan a quienes en Valle del Hundido realizan una "extracción desmedida".

"Todos se fueron a buscarle por otros lados. Se fue el agua, luego la escuela y la gente. Nos estamos quedando solos."

Fue hace tres años cuando el grupo de 68 ejidatarios de la villa de Cuatrociénegas denunció ante el gobierno federal la sobrexplotación de los mantos acuíferos en los valles del Hundido y de Calaveras. No los escucharon. Hoy, argumentan, se ven las consecuencias: la disminución de pozas y la desaparición de tantas otras como San Marcos, Tío Cándido, Orozco y Del Sotol.

Una noche, Benigno Vázquez Salas notó cómo había bajado la poza de La Becerra, de la cual se extraen 600 litros por segundo todos los días del año para consumo humano y agrícola: "En una noche bajó 250 litros. Creímos que fue por las perforaciones que estaban haciendo en el Valle del Hundido".

En ese entonces los ejidatarios se unieron, apoyados por el obispo Raúl Vera y el entonces párroco, Jorge García; trataron de impedir la venta de terrenos y el otorgamiento de concesiones para perforar pozos. El entonces alcalde Pablo Infante, tachó de ignorantes a los campesinos. "Me dijo: 'Mira, ejidatario encuerado, ellos (los lecheros) van a ocupar 600 gentes de por acá'. Y hasta la fecha no han ocupado nada, traen pura maquinaria", dice Benigno.

El ejido Tanque Nuevo se encuentra en el Valle del Hundido, y aquí nadie desea hablar de los mecanismos que se han usado para que los ejidatarios vendan sus tierras. Más de 5 mil hectáreas han cambiado de manos y no está claro cómo. El comisario ejidal, Rogelio Zamarrón, dice no conocer detalles: "Ya estoy cansado de eso, yo no sé nada de nada".

José Angel Alejo Zamarrón es uno de los ejidatarios que vendieron ­"en menos de cien mil pesos" y recuerda: "cuando lo supimos, las autoridades ya tenían compradores para las tierras. Nos fregaron a 68 ejidatarios con la esperanza de que iba a haber trabajo, incluso apoyamos a los lecheros al ponernos en contra de la gente de Cuatrociénegas que hizo un movimiento".

Hasta la fecha, apunta, no sabe de alguien del ejido que haya conseguido trabajo en las tierras que antes eran suyas y ahora son explotadas por la pujante industria lechera de la región: "Nos fregaron por todos lados. Llegaron con un fajo de billetes y los agarramos, nos compramos camionetas para trabajar y algunas otras cosas. El dinero se acabó. Ya no tenemos tierras, nada más queda la candelilla".

En recorrido por el Valle del Hundido, con Arturo Contreras Arquieta, director del acuario y serpentario del área natural protegida, señala que el nivel de las pozas ha ido en descenso desde hace años, incluso antes que llegaran los empresarios lecheros de los valles del Hundido y de Calaveras.

"Los empresarios descargan 60 litros por segundo para regar sus tierras, cuentan con maquinaria de primera para optimizar los recursos. Los ejidatarios descargan 600 litros por segundo y se pierde más agua en las filtraciones por los canales de riego."

Sin embargo, Arturo Contreras minimiza la situación del agua en Cuatrociénegas; arguye que existe una recarga constante en las cañadas y montañas producto del agua de lluvia. Para él la problemática radica en las especies naturales del área.

Los niveles se mantienen, dice subdirector de área protegida

Juan Carlos Ibarra Flores, subdirector del área protegida informa que en las oficinas a su cargo se monitorean 25 pozas. Dice que no ha visto disminución. "Es difícil contestar cuánta agua queda, nosotros monitoreamos cerca de 25 pozas desde hace cuatro años: no tenemos disminución en los niveles, en el flujo no puedo decir lo contrario."

Con relación a las explotaciones lecheras, Juan Carlos Ibarra apunta: "Los terrenos de aquí son propiedades privadas. No tengo las cantidades exactas de extracción. Los pozos están fuera del área protegida, pudiera tener relación con ésta pero no tengo la certeza. Sin embargo hay explotaciones lecheras; por supuesto que las hay. La Comisión Nacional del Agua tiene los registros, la dificultad es que no vienen a nombre de las personas, registran a los familiares".

Las empresas lecheras más importantes de la región son BETA, Santa Mónica y Lala, pero según el registro oficial no hay pozos a su nombre.

 
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