Usted está aquí: sábado 11 de noviembre de 2006 Opinión La música por un tubo

Juan Arturo Brennan

La música por un tubo

Uno de los asuntos más candentes en el complejo mundo de la triple dobleú es el nacimiento y crecimiento exponencial de YouTube, sitio inventado con el objetivo fundamental de subir y compartir democráticamente todo tipo de videos. Como es de esperarse, y dadas las características propias de la interfase audio-video de la red, una proporción sustancial de los videos que se pueden encontrar en YouTube son musicales, y lo interesante del caso es que no todos responden al limitado formato del videoclip.

Entre los miles y miles de videos musicales que han sido subidos a YouTube, buena cantidad no pasan de ser cortos amateurs que van desde breves fragmentos de grabaciones piratas de conciertos de artistas famosos, hasta las producciones caseras (de calidad casi siempre ínfima) de aspirantes a artistas que intentan alcanzar la fama, la gloria y los millones desde el garage de su casa.

Sin embargo, con un poco de paciencia es posible hallar en YouTube algunos videos musicales realmente interesantes. Hace unos días, por recomendación de un amigo (sugerencia que me llegó, evidentemente, vía correo electrónico y con sus respectivos links), dediqué algo de tiempo a explorar las ligas sugeridas, y encontré sin mucho esfuerzo tres videos muy atractivos.

El primero (que en realidad son varios porque la música está dividida en varias secciones) es una interpretación en vivo, litúrgica, de la misa según el rito tridentino. Si bien la calidad de la imagen y el sonido no es óptima, esta vertiente del canto llano posee algunas cualidades particulares que bien valen la pena de ser comparadas con otros modos de cantar el gregoriano.

El segundo video que me fue recomendado tiene como sustento musical esa hermosa, anhelante, a veces dolorosa pieza de Arvo Pärt que es Spiegel im Spiegel (Espejo en el espejo). Sobre esta pieza se ha construido una sencilla (y a la vez dramática) narración de soledades nocturnas que, venturosamente, contradice la ubicua estética del videoclip común y corriente, y se inserta en cambio en la saludable idea del slow film, dándole tiempo al tiempo, permitiéndose el lujo de la respiración pausada y la imagen larga. Sin haberme dedicado a desentrañar del todo el origen de este corto o su motivación inicial, no me parecería extraño que se tratara de un riguroso experimento (no exento de una componente académica) de cinefotografía nocturna con luz ambiente.

El tercero es el poderoso y casi mítico Ballet mecánico del compositor estadunidense George Antheil. Ver y oír una interpretación de esta delirante partitura, bajo cualquier circunstancia, es una experiencia de alta energía y de altos decibeles. Esta, sin embargo, lleva la intención de la obra y su título a sus límites literales más extremos: la ejecución es realizada por un ensamble de percusiones, sirenas, timbres, etcétera, totalmente mecanizado, programado a priori, y sin la intervención de músico humano (o humanoide) alguno. Es realmente fascinante observar todo ese ruidoso instrumental reproduciendo por sí solo, en una ejecución auténticamente robótica, el sabroso Ballet mecánico de Antheil.

No dudo que además de estos pocos ejemplos, sea posible hallar en YouTube muchos videos musicales de interés; el asunto es, como en el resto de la red, tener la paciencia y el colmillo para buscarlos. Ahora bien, resulta que más allá de lo divertido y/o instructivo que pueda ser el buscar, encontrar y echarle un ojo (y un oído) a los videos de YouTube, se han generado de inmediato las inevitables polémicas en torno a los derechos de autor, propiedad intelectual, similares y conexos. Es evidente que, en ambos lados de la discusión (de un lado, los voyeurs, del otro la siempre voraz industria de la música), se ha invocado la memoria reciente de Napster, al grado de que más de un analista de estos temas se ha referido a YouTube como ''el Napster del video".

Mientras se dirimen las broncas legales asociadas con ese peculiar universo de libre intercambio de videos (musicales o no), queda claro que el potencial económico del sitio es enorme; supongo que no es por mera curiosidad estética que Google, la sociedad que da nombre al famoso megamotor de búsqueda en el ciberespacio, haya pagado recientemente la delirante cantidad de mil 600 millones de dólares por YouTube. La historia demuestra que los señores Brin y Page no dan paso sin huarache. Será interesante seguir con atención el desarrollo de YouTube.

 
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