Usted está aquí: sábado 11 de noviembre de 2006 Espectáculos Yamato confirma que el cuerpo es también un instrumento musical

El grupo japonés y sus tambores ancestrales cierran temporada en México este sábado

Yamato confirma que el cuerpo es también un instrumento musical

Espectáculo visto por un millón de personas

Más de mil presentaciones por todo el mundo

ARTURO CRUZ BARCENAS

Ampliar la imagen Presentación del espectáculo japonés en el teatro San Rafael Foto: Yazmín Ortega Cortés

Kami-nari significa trueno, fenómeno de la naturaleza que cimbra la tierra y la hace vibrar. Su manifestación ha estremecido al hombre desde el inicio del tiempo. Ese poder incontrolable e insondable es reproducido artísticamente por Yamato, grupo japonés que crea música con sus wadaikos o tambores tradicionales, que estará el teatro San Rafael hasta mañana.

En total serán 13 funciones de una temporada que comenzó el 8 de noviembre, aunque podrían sumarse nuevas fechas. En esta compañía viajan 13 artífices del trueno ("el sonido de Dios"), pero en escena aparecen 10. El concepto se desarrolla en varios cuadros a lo largo de dos horas. El hombre aspira a ser el dios del trueno mediante la música.

Yamato fue fundado en 1993 en Nara, lugar donde ­se supone­ nació la ancestral cultura japonesa. Actualmente el grupo está establecido en Asuka Village, en las afueras de Nara.

Su espectáculo ha sido visto por más de un millón de personas (más de mil presentaciones) en más de 20 países. El sonido elemental surgió del cuerpo, quizá de las palmas. Así nació el ritmo. Una piedra contra otra generó otro sonido. Palmas y piedras: dos instrumentos; más ritmo.

Sonidos conmovedores

Los tambores han existido desde tiempos inmemoriales y su sonido no ha dejado de conmovernos. Cuando se apoya la oreja en la almohada se oye el corazón, un latido, la vida. Con tambores se reproduce ese eterno proceso.

Los integrantes ensayan siete horas diarias para lograr coordinación, melodía, ritmo frenético. Son atletas y sus músculos son fibra pura. Hay fuerza, ésa que se demuestra en las batallas cuerpo a cuerpo, para golpear la panza de un wadaiko de dos metros de diámetro y 500 kilogramos de peso.

El control de esa fuerza puede servir para tocar pequeños timbales (tebyoushi o chappa). La fuerza proviene, en este caso, de las muñecas. Los tambores parecen flotar, volar en el escenario. Ese intento de desafiar la gravedad aporta la parte estética.

Cada hombre elige su tambor. Tocar cada instrumento es un reto. Se requiere fuerza para arrancar el trueno del nagado-daiko, que es un instrumento de cuerpo ancho, de apariencia redonda que semeja un barril.

Al estruendo sigue la parsimonia, una calma que remite a ámbitos naturales, a esos cuadros pintados por japoneses, logrados luego de contemplar por años un paisaje, el movimiento de las hojas, el deslizarse del rocío...

Suenan el koto, la cítara japonesa de 13 cuerdas, y el shamisen, parecido al banjo, considerado el instrumento que expresa mejor la sensibilidad japonesa.

En escena también hay humor, cuando dos tamborileros compiten para definir quién toca mejor. Es jazz y el público se mete en ese juego. La mímica es universal. Niños de las primeras filas ríen, aplauden, brincan.

El espectáculo es alegre. Los duelos son entre artistas y lo que está en juego es el virtuosismo. Los tambores son de distinto tamaños, la mayoría de madera. No son golpes por los golpes mismos; hay efectos. Un mo-mento de gran expresividad es cuando dos tamborileros semejan que juegan tenis o ping-pong.

También participan tamborileras y son igual de fuertes. Sus músculos se marcan en los antebrazos, en los bíceps. Si la primera parte es una sorpresa permanente, la segunda es memorable. A la distancia, las féminas se ven delgadas, pero la apariencia engaña. Cuando golpean los instrumentos están al tú por tú con los varones.

Coreografías rítmicas

En varios momentos 10 creadores emocionan al público. En una coreografía, ocho japoneses con sus tambores crean la figura de un pulpo, que al unísono toma cada vez mayor velocidad. El pulpo separa sus tentáculos y el sonido se dispersa. Vuelve a unirse. Baja y sube.

De un gong (atarigane) surge un sonido que marca el tiempo. Es un fondo, una profundidad. Es el trueno. Los músicos tocan con poses de katas, de artistas marciales. El Oriente y su cultura. Sus orgullos y sus sentimientos en cada golpe.

La postura es fundamental para arrancar a los tambores su potencia. Lo que se ve es música en su sentido más elemental. La tradición es el comienzo.

Como en una balanza, cada sonido pesa y se equilibra con el siguiente. La armonía y el equilibrio. La fuerza se administra, pero en el trueno los cuerpos vibran. Yamato hace recordar que los seres humanos son instrumentos generadores de sonido. Hay música en las personas, un latido que puede convertirse en trueno.

Teatro San Rafael, Virginia Fábregas 40, colonia San Rafael; 5592-2142 y 5592-2532. Funciones: sábado y domingo. Boletos en taquilla o en Ticketmaster.

 
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