Usted está aquí: miércoles 8 de noviembre de 2006 Cultura Tenaz resistencia de Leocadia Cruz por preservar la técnica del telar de cintura

Entregan a la artesana nahua el Premio Nacional de Ciencias y Artes

Tenaz resistencia de Leocadia Cruz por preservar la técnica del telar de cintura

Revalora esa tradición prehispánica frente al embate de la industria petrolera en Veracruz

Al tejer pienso en algún diseño que salga de mi mente, expresa a La Jornada

CARLOS PAUL

Ampliar la imagen Doña Leocadia Cruz, generosa, prosigue su labor de instruir cada vez a más personas la técnica del telar de cintura, como una forma para recuperar identidad frente a la petrolización de la vida en Cosoleacaque, Veracruz Foto: Carlos Tischler

Ampliar la imagen Doña Leocadia Cruz, generosa, prosigue su labor de instruir cada vez a más personas la técnica del telar de cintura, como una forma para recuperar identidad frente a la petrolización de la vida en Cosoleacaque, Veracruz Foto: Carlos Tischler

Ampliar la imagen Doña Leocadia Cruz, generosa, prosigue su labor de instruir cada vez a más personas la técnica del telar de cintura, como una forma para recuperar identidad frente a la petrolización de la vida en Cosoleacaque, Veracruz Foto: Carlos Tischler

Cosoleacaque, Ver. En medio de las profundas transformaciones generadas desde hace más de 45 años por el embate de la industria petrolera, en el municipio de Cosoleacaque, al sur de Veracruz, pervive la tradición. Todavía se conserva la técnica prehispánica del telar de cintura, en la persona de doña Leocadia Cruz Gómez, artesana e instructora, quien por su obra textil y su persistente trayectoria para revalorar esa técnica, fue distinguida con el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2006, en la categoría Artes y Tradiciones Populares.

La calidad de sus prendas y sus tenaces esfuerzos los ha realizado en dicho municipio a pesar de que hoy esa región está integrada al corredor petrolero Minatitlán-Coatzacoalcos, cuyo proceso de industrialización comenzó en los años 60, con el descubrimiento de los primeros yacimientos petroleros.

Ello generó la migración hacia esa zona de miles de personas en busca de trabajo, convirtiéndolo ''en el tercer municipio conurbado más grande de Veracruz, con una población de más de 97 mil habitantes", según el censo realizado en 2000.

El proceso de industrialización y el explosivo crecimiento demográfico propiciaron que se fuera perdiendo de manera paulatina la identidad, las costumbres, las tradiciones y la lengua originaria de la comunidad nahua.

No obstante dicha transformación en la historia y cultura indígenas, una de las artesanas que resiste, que con su trabajo preserva esa riqueza cultural en medio del trajín de lo que es hoy una ciudad con miles de habitantes, calles asfaltadas, comercios, casas de cemento y unidades habitacionales, es la tejedora Leocadia Cruz Gómez, quien desde los ocho años de edad aprendió a usar el telar de cintura y actualmente, a sus 70 años, continúa la tradición.

Confección de fajas y refajos

Conocida como tía Cayita ­a manera de respeto y cariño­, por su figura menuda y cobriza, de ojos pequeños, oscuros y profundos, es difícil imaginar de primera impresión que su vientre dio a luz a nueve hijos, ocho varones y una mujer.

De ánimo paciente, tenaz y jovial, doña Leocadia Cruz habla náhuatl, pero también de manera fluida el castellano. ''Mi mamá hacia puras fajas y refajos", comienza platicando la tía Cayita, para referirse a los lienzos de rayas horizontales de colores amarillo, rojo y verde, que se usan como falda enrollada a la cintura. Atuendo tradicional que dio identidad y sentido de pertenencia a la mujer indígena de Cosoleaqueque.

''Como antes las antiguas, ella, mi mamá, sembraba algodón. Ellas no po-dían, como nosotras ahorita, ir a la tienda a comprar hilo. Ellas sembraban algodón, lo secaban y hacían hilo para hacer tela. Como yo era chica me daba cuenta de lo que hacia mi mamá. Y me gustó también.

''Ella me decía: 'aprendes y algún día te sirve'. También me decía: 'usted no sabe leer, ni escribir, pero aquí o donde estés, te va dar para ver a tus hijos'. Mi mamá me platicaba. Ellos fueron pobrecitos. Su tiempo no fue como ahora que hay muchos que estudian. Ahorita el gobierno apoya mucho a los niños, antes no había nada. Cuando me crié yo, me crié pobrecita, en un rancho donde mi papá cuidaba reses. Mi papá era campesino. Sembraba maíz.

''Yo aprendí a tejer a la edad de ocho años. Chica. Me mandaban a plantar algodón. Decían: ese trabajo así se hace y así se hace la tela. El algodón se siembra en septiembre. Sembrábamos como también se siembra la milpa. Dos granitos. A los tres meses ya florean y cuando ya estaba grande el algodoncito se limpiaba, bien limpio. Y a los cuatro meses se va a cortar. Antes el hilo se hacía a mano, le sacaban toda la semillita al algodón y luego bien machacadito lo hilaban. En una tarde ellos sacaban 20 bolas de hilo, con eso llenaban dos malacates."

La memoria de la tía Cayita es clara, como su inquieta inventiva, la cual refleja su carácter audaz y creativo. ''Recuerdo cómo mi mamá hilaba. Antes se hacia abajo, en la tierra, cinco rodillos de palo sembraba, los enterraba y de rodillas ahí estaba hilando, hilando. Y luego los hilos los componía uno por uno. Hilo por hilo.

''A mí todavía me tocó abajo, hincada. Pero ya de mujer, me dije, por qué voy a estar así, abajo. Por eso uno tiene su propio pensamiento. Por eso como a los 20 años me hice una mesa, un burrito como de planchar, donde se ponen los rodillos, para hilar parada, de pie. Como mi hermana entregaba refajos para vender en México, entonces yo dije no, yo no voy a estar abajo porque se cansa uno. Mi mamá me dijo, está bien, y ya luego ella también trabajaba así.

''Aprendí a tejer viendo, copiando a mi mamá, sentada siempre un rato junto a ella. Ya luego ella nada más me corrigió. Como yo era traviesa ­sonríe la tía Cayita­ empecé con un refajo, lo más difícil. Me acuerdo. Mi mamá andaba en la sierra y cuando vino yo ya estaba haciendo un refajo. Mi mamá se quedó riendo y dijo: 'No lo va hacer'. Y sí, lo hice. De ahí hasta la edad que ahorita estoy: 70 años. Yo trabajo desde temprano, desde de la mañana hasta las 10 de la noche todavía estoy tejiendo. Me gusta mucho mi trabajo, porque le gusta a la gente. Y de ahí sale también el dinero."

Aunque vive en una comunidad con carácter patriarcal, su esposo siempre la apoyó. ''Mi marido cuando veía que tenía mucho trabajo, ayudaba en la cocina, haciendo la comida o en la casa. El me decía: 'yo la voy a preparar, tu sigue trabajando'. El hacía mi comida. Nunca me quitó. El ya se iba a trabajar al campo, venía, descansaba y me ayudaba otro rato.

''Ahorita está enfermo, pero todavía me dice en veces, pues cuida tu trabajo. 'Tu trabajo es tu marido' ­me dice­, te agradezco que nunca tuvimos problemas, y pues sí, mi trabajo es mi trabajo."

Forjadora de varias generaciones

La tía Cayita ­con sus tradicionales aretes de ''águila", prenda entregada por las suegras a las novias como acto de recepción a su nuevo hogar­ sabe hacer fajas, blusas con el cuello bordado desprovistas de mangas, rebozos, chales, jorongos, bolsas, estolas para sacerdotes y manteles con figuras geométricas, pero lo que más le gusta tejer son refajos, una de las prendas más complicadas, debido a que se tienen que tejer dos lienzos.

''Cuando estoy tejiendo pienso en algún diseño que salga de mi mente, pienso en hacerle un dibujito aquí o allá, pa' que salga bonito.''

Como tejedora, doña Leocadia Cruz ha sido generosa instructora de varias generaciones de mujeres y niñas, pero también de muchos varones empeñados en aprender el uso del telar de cintura, esa habilidad de armonizar sus dedos, sus manos con los coloridos hilos del telar.

Su preocupación por que no se pierda esa técnica de origen prehispánico la ha animado a impartir un taller permanente en su casa, a la que llegan, además de sus nietas, nueras y amigas, personas de otras regiones del país; aunque también dedica parte de su tiempo a recorrer la zona serrana aledaña de Cosoleacaque, donde hay siempre mujeres interesadas en aprender ese arte textil.

''A mis alumnos yo los animo, les digo, 'miren, pongan atención, ¿nos les gustaría hacer lo que hago? Este trabajo es un dinero. Cuando se sale de la casa uno ve que no hay trabajo, pero si tú trabajas en tu casa, al rato tus tejidos hasta vienen a buscarlos y ya tienes dinero para el sustento del día'.

''Para mí es muy importante la tradición, pero no sólo para nosotros, sino en todos los lugares, porque aquí, en Cosoleacaque, ya se estaba perdiendo, hasta que le entramos a trabajar en los talleres."

Sin embargo, advierte el antropólogo Florentino Cruz Martínez, todavía la técnica del telar de cintura ''corre el riego de desaparecer en unas generaciones más".

La tía Cayita ha tenido ''más de mil 300" alumnos y con ello ha contribuido a la conservación y revaloración de la técnica del telar de cintura. Doña Leocadia Cruz Gómez es, además, una de las pocas personas que conoce todo el proceso para tejer una prenda, desde la siembra del algodón, su recolección, el hilado y el teñido, hasta el tejido. Es también alfarera y sabe de medicina tradicional. De igual manera, sabe preparar una bebida tradicional que sólo se consume durante las fiestas patronales o los matrimonios, llamada popo, especie de chocolate prehispánico con espuma, que lleva anís y canela.

''Yo me mantengo así, animada, porque no me da flojera trabajar. Si agarro la silla, me siento, entonces sí, como que no me dan ganas. Pero trabajando yo no tengo flojera. Mi trabajo me da fuerza, valor, gusto". Con lo que le den del premio, dice, ''vamos a hacer una palapa como la hicieron los antiguos, una galera grande donde van a trabajar las chamacas y yo para seguir dando clases".

Actualmente, comenta el investigador Florentino Cruz, junto con el trabajo de tía Cayita, y a pesar del proceso de industrialización y urbanización en Cosoleacaque, se está tratando de impulsar el uso de la vestimenta tradicional en el contexto de las fiestas patronales, como una forma de reivindicarlo ante las nuevas generaciones.

Sin embargo, destaca, ''nos encontramos con que en la vida cotidiana los jóvenes presionan a sus madres para que dejen de usar el traje tradicional tejido a mano, pues lo ven no como una tradición, sino como un estigma discriminatorio, lo que ha generado también pérdida de identidad".

En Cosoleacaque ''habrá tan sólo alrededor de unas 80 personas que portan el refajo o vestido tradicional. La lengua está sufriendo un proceso similar. De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, sólo uno de cada cien habla náhuatl".

En las décadas recientes se instaló el Complejo Petroquímico de Cosoleacaque, con 10 plantas productoras, que ''llegó a ser el productor más importante de amoníaco del país". Ahora, dice el investigador de la Unidad Regional de Acayucan, ''sólo una funciona, pues no se cuenta con la materia prima para elaborar el amoníaco.

''Con el tiempo, pierde el nombre de Complejo Petroquímico de Cosoleacaque y adquiere la denominación de Petroquímica Cosoleacaque, Sociedad Anónima. Fue la primera planta en privatizarse a escala nacional, en medio de una fuerte resistencia sindical."

Lo absurdo, abunda Florentino Cruz, es que ''primero se petroliza la región, lo que permitió cierto auge económico, pero tuvo impactos devastadores para los campesinos y la identidad histórica y cultural de los indígenas. Luego viene el truene de las industrias, dejando una pérdida de identidad cultural y provocando la migración de jóvenes, principalmente, en busca de trabajo en las maquiladoras del norte del país y en el corredor turístico de Cancún. Migración que hasta la fecha no para".

Y es en medio de esa realidad, que aún se conserva el trabajo tenaz, la memoria y el conocimiento de doña Leocadia Cruz Gómez, quien como un sólido eslabón cultural entre el pasado y nuestro presente, continúa tejiendo la vida, cultivando con anhelo y conciencia social en las jóvenes generaciones el gusto por el telar de cintura, por el arte textil tradicional.

 
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