Usted está aquí: martes 7 de noviembre de 2006 Opinión La república de los políticos y los poderes fácticos

José Blanco

La república de los políticos y los poderes fácticos

Es indispensable decirlo mil veces. La república es hoy de los políticos y de las fuerzas fácticas, en primer lugar la del dinero. Hacen y deshacen, deciden o no deciden, dicen y se desdicen. Los ciudadanos definidos en la Constitución en los hechos no lo son; no son parte de la república. Lo son un día cada seis años.

Políticos y poderes fácticos por lustros ha hecho uso y abuso del territorio, de sus bienes, de sus millones de habitantes, para realizarse como tales políticos (el poder y el dinero) y como fuerzas fácticas (el dinero y el poder).

Es ésa la república en lo fundamental; el resto de los mortales que vivimos debajo de esa doble elite ­hoy más embrollada que nunca­, les somos un mal necesario. No pueden vivir en el aire, sino encima de los millones de los cuasiciudadanos. Cuasi porque en ellos no reside la soberanía, como dice la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (nombrecito de este país que no fue puesto por sus habitantes, sino por obra de un decretazo de 1824, imitando a no sabemos quién).

Hoy esa república está de pleito y todo parece indicar que va para largo y para volverse más agudo; se ha estado fracturando por múltiples lados; sus habitantes parecen que se dan cuenta ­no todos­ pero, de todos modos, parece que no saben cómo resguardar sus prerrogativas de toda la vida.

Y es que, abajo, muchos cuasiciudadanos andan diciendo de muchas formas que el asunto no va más. Que quieren ser ciudadanos completos, que reclaman la soberanía que la Constitución les otorga, que no quieren seguir siendo una enorme manada de muertos de hambre, de analfabetas, de parias sin lugar y sin destino.

La república era, hasta hace poco, dominada por un partido casi único. Un corral donde había muchos grupos, bandas y pandillas variopintos, con poderes e intereses diversos. Como era claro, el truco que los mantenía juntos era la calladita disciplina y la férrea lealtad al primer mandatario en turno, pasara lo que pasare. La violación a este principio tan avanzado, todos lo sabían, era una amenaza contra la dominación del cuasi único. El mandón de poder ilimitado no hacía exactamente lo que le venía en gana, sino que fungía como árbitro de última instancia de todos los grupos, bandas y pandillas que aparentaban ser uno solo al interior del corral (el Estado corporativo).

Pero ese corral no daba para más. Salinas quiso reconvertirlo sin que el PRI perdiera el poder en el intento, pero falló la jugada. Terminó con el asesinato de Colosio, de Ruiz Massieu, la macrodevaluación de 94-95, y el Fobaproa. La elite priísta tuvo que abrirse a nuevos activos agentes. Todo hacía suponer que los nuevos no estaban de acuerdo con el presidencialismo, que querían que los ciudadanos definidos por la Constitución lo fueran, y que deseaban representarlos efectivamente.

No fue así. Entró al corral de esa república una avalancha terrible. Muchos nuevos grupos, bandas y pandillas: el PAN con todo y El Yunque fascista y una clerigalla de toda laya; el PSUM-PSM-FND-PRD con toda clase de grupos, bandas y pandillas, nacionalistas democráticos priístas, socialistas, comunistas, trotskistas, y grupos clientelares acompañados de vándalos al por mayor, que se agregaron al corral.

El gran capital, en tanto, ha andado a salto de mata en ese gran batido, pero con todo el poder para hacerse de la mayor parte del pastel y configurar una economía de compadres, como la llamó el premio Nobel de Economía Gary Becker. Una economía de compadres es una en la que hay unos cuantos grandes propietarios, que están en posibilidad de sacarle al gobierno lo que requieran (¿qué tal la ley Televisa?), pero que está imposibilitada de funcionar y desarrollarse a largo plazo. Entre otras causas porque esta economía medra en medio de una población con una mitad de parias, y otro gran pedazo con bajo poder de compra: mercados estrechos a lo que la inversión no puede fluir, porque no genera ganancias, en un círculo vicioso que exige una reforma profunda de la economía.

Ahora los miembros de la república andan de la greña. Al propio tiempo el corral completo está escindido de la sociedad que lo sostiene. Y un número creciente de franjas de la sociedad mal llamada civil parece que van configurando un espacio creciente de rebeldía. Empiezan a darle la espalda a las instituciones, y eso se llama ingobernabilidad.

Son las políticas públicas y la escandalosa desigualdad socioeconómica las que empujan a las masas a la ingobernabilidad, después de un largo proceso de maduración de la inconformidad. Entre tanto, frente a estos procesos en marcha, la república elitista, en lugar de procesar una reforma profunda ­política y económica­ para recomponer algún tipo de pacto social que reconstituya el consenso en lo fundamental, ha entrado en un túnel de desacuerdos crecientes respecto de qué hacer con tanto "revoltoso" que está emergiendo. Al gobierno en particular le tiembla la mano y cree que puede desembarazarse del temblor no aplicando oportunamente la ley, sino dando un manotazo. Vaya pues.

 
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