Usted está aquí: martes 7 de noviembre de 2006 Opinión Bombazos y cambios sexenales

Marco Rascón
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Bombazos y cambios sexenales

La contrainsurgencia ya decidió subirle la temperatura al horno. Sin nadie que se adjudique los bombazos de ayer, al igual que el de enero de 1994 en Plaza Universidad, que tenía como fin intimidar la movilización en la ciudad de México contra la ofensiva militar contra el EZLN, estos últimos dejan la pólvora en el aire que desearían respirar Ulises Ruiz, José Murat y la corriente madracista cercada por la presión nacional para que dejen el control de Oaxaca. Los bombazos tienen un conocido olor a viejo régimen.

Los grupos ligados al madracismo tienen una larga tradición en el uso de la violencia y los autoatentados, así que los bombazos en el tribunal electoral y los bancos parecieran haber sido provocados para despistar y convertir al PRI y a Ulises Ruiz en víctimas ante el creciente cuestionamiento político, aun dentro del mismo tricolor. Rápido se han aprendido y extendido por el mundo las lecciones de George W. Bush.

Por otra parte, esto parecería también un rebase desde la provocación en contra de los grupos guerrilleros que a través de comunicados y manifiestos han estado presentes en la coyuntura nacional, tanto en el proceso poselectoral como en la situación de Oaxaca; sin embarago, es de dudarse que le hicieran un favor tan grande a la contrainsurgencia, pues los bombazos, al no ser reivindicados, crean confusión y pretenden inhibir el clamor local y nacional contra esos personajes. Aquí el asunto es profundamente político y tiene que ver con la actuación de una fuerza cercada, aislada y muy desesperada, que coloca estas bombas con el objetivo de reventar el clamor, cada vez más amplio, para que Ulises Ruiz renuncie y ese grupo dé cuentas sobre la corrupción y violencia que ha ejercido.

Los bombazos, luego del nombramiento del gabinete lopezobradorista, carecen de sentido y son una provocación; más que ejercer presión contra Felipe Calderón parecerían dirigirse hacia Marcelo Ebrard, a quien le han hecho un gobierno paralelo en el Distrito Federal, estableciendo de facto un cogobierno, donde Andrés Manuel López Obrador seguiría siendo el jefe de Gobierno. Y en este contexto de crisis se da la sucesión de 2006, eso sí, en el marco de una estabilidad macroeconómica.

Un mal crónico de los últimos sexenios priístas, de 1976 a 1994, fue el traumático cambio sexenal, marcado por devaluaciones y quiebras. Las crisis económicas alcanzaron a los gobernantes que salían y a los que entraban. Mas no fue siempre así. El año 1910 fue particularmente próspero, sin ninguna sombra de quebranto; el rompimiento vino por lo político: la relección de Porfirio Díaz.

En 1968, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz gozaba de la estabilidad económica denominada el milagro mexicano; en su discurso no existieron las palabras "crisis" o "ajuste", sino fiesta internacional: la Olimpiada y la bonanza económica. El cambio sexenal entre Díaz Ordaz y Luis Echeverría fue marcado por el 2 de octubre, la demanda de cambios democráticos, la censura, los presos políticos. Los seis años de Echeverría fueron de crecimiento del gasto y del endeudamiento, que llevó a la primera de un largo proceso de devaluaciones, ajustes y aceptación de las condiciones del FMI, condicionando los futuros préstamos.

Tanto en la sucesión de Luis Echeverría a José López Portillo como la de éste a Miguel de la Madrid, las crisis económicas marcaron el cambio sexenal. En 1988 una combinación de crisis económica y política ante la presión cardenista y democrática fue remontada acelerando el proceso de integración comercial y económica con el Tratado de Libre Comercio. La sucesión en 1994 de Carlos Salinas a Ernesto Zedillo fue también un combinado de crisis económica con crisis política, bajo la sombra del asesinato de Luis Donaldo Colosio, la insurrección del EZLN en Chiapas y los "errores de diciembre", que, a diferencia de los anteriores, significaron que Zedillo entrara devaluando, cuando en las reglas no escritas de la sucesión eso correspondía a Carlos Salinas.

La victoria electoral de Vicente Fox y el PAN en 2000 generó la expectativa de una profunda reforma del Estado. Fox y Calderón son la continuidad no de las devaluaciones, sino de la sobrevaluación, las remesas que ha dejado la migración masificada al norte, la integración económica y un conservadurismo político extremo que ha generado que el cambio sexenal entre ellos se caracterice por una crisis política, marcada más por la situación en Oaxaca que por el lopezobradorismo, automarginado, cuyo vacío se lo dejó al PRI.

Para Oaxaca se anuncia no un panorama de reformas, sino los alcances de la alianza estructural entre PRI y PAN para la gobernabilidad.

Ante la falta de una reforma política profunda durante el sexenio, tanto Fox, como el PAN y Calderón tienen la sucesión que se merecen y ése pareciera ser el verdadero bombazo a punto de estallar.

 
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