Usted está aquí: jueves 2 de noviembre de 2006 Opinión En el Helénico

Olga Harmony

En el Helénico

Desde los tiempos de Otto Minera el Centro Cultural Helénico ha ido mucho más allá de presentar espectáculos e incluso descubrir nuevos talentos -lo que ya es sumamente valioso- ampliando sus posibilidades a ediciones y diversas actividades en torno a la dramaturgia y el fenómeno teatral. Con Luis Mario Moncada esta vocación se ha confirmado y, la búsqueda de internacionalización de algunos autores ha sido su seña, estableciendo relaciones con teatristas de otros países. Uno de estos casos es la acogida del Festival Drama Fest que coordina Aurora Cano y que el año pasado presentó Las chicas del 3.4 floppies de Legom que el Royal Court Theatre llevó hasta Edimburgo y ahora el reconocido grupo inglés -con 50 años de existencia- coproduce con el propio Centro Cultural Helénico, el British Council y el Festival Internacional Cervantino De insomnio y medianoche (On insomnia and midnight) de Edgar Chías en traducción al inglés de David Johnston, un traductor especializado en grandes autores, como García Lorca, Vargas Llosa y Valle Inclán, lo que es un espaldarazo para el joven dramaturgo, que parece ser que tuvo cálida acogida en Inglaterra y que, tras su estancia en el Cervantino, se presentó durante tres días en el foro La Gruta.

El texto de Chías, dirigido por Hettie Macdonald con la actriz mexicana Vanessa Bauche y el actor británico Nicholas Le Prevost, es muy ambiguo e inquietante, en el que el tiempo presente puede ser el pasado y en el que nunca se explican las motivaciones del huésped del hotel y la camarera que, cada media noche, le sirve un cognac doble, casi obligada por el hombre a narrarle anécdotas de su pasado, y la fascinación que a ambos produce la historia de una muchacha suicida y el profesor inculpado y finalmente inocente. Sin contacto entre ambos, la obvia tensión sexual se manifiesta por las narraciones cada vez más eróticas de la muchacha y las sucias películas que él le muestra en su lap-top. En una escenografía de Lizzie Clachan, que muestra un lecho y una puerta con la iluminación de Rick Fisher y el diseño sonoro de Paul Arditti, la directora mueve a sus actores, a veces sentados sobre la cama, a veces separados a lo largo de la habitación montada en un corredor estrecho con público a ambos lados. Edgar Chías parece haber encontrado su lenguaje dramatúrgico propio y maduro tras una trayectoria con muchos altibajos.

En otro ámbito del Helénico, la cafetería concesionada al productor Carlos López, quien, tras una larga ausencia en el extranjero felizmente vuelve a la producción, se presenta el monólogo del dramaturgo y director francés Serge Sándor El sí de la novia, adaptado a México, más explícitamente a Puebla, en una demostración de que los problemas de provincia resultan semejantes en todas partes. El texto de Sándor -que le fue pedido en Francia por una actriz para hacer teatro en cabaret- es muy gracioso y divertido, al tiempo que muestra la rebelión de una mujer libre ante las costumbres provincianas y burguesas (''Burguesía obliga'' dice ella en una chispeante referencia al lema ''nobleza obliga'' cuando narra la razón de que aceptara casarse de blanco y con todo el boato que su condición impone). A frases como la comentada el autor añade muy buenas imágenes, como las del pánico de la novia ante el altar y frases de gran crudeza al estilo de: ''Para pararse ante Dios para decir que te gusta coger con tu macho, hay que estar verdaderamente enamorada'', o las constantes referencias al pene que va haciendo conforme se va desinhibiendo.

La descarriada novia salta de un tema a otro en este difícil monólogo en que, además, la actriz ha de mostrar varios estados de ánimo, finalmente producidos por una cierta embriaguez que la libera de todo pudor, conforme se va despojando de los aditamentos estorbosos de su vestuario. Dirigida por el propio Serge Sándor, que vino a nuestro país para el efecto, Mariana Gajá hace gala de gracia y buen oficio actoral. Se mueve por todo el espacio de la cafetería, se dirige al público, tanguea un poco asida a una barra y transita por un cúmulo de emociones, desde la agresiva timidez inicial -si se puede decir así- hasta el desparpajo con que va hilando su historia entre desviaciones a otros asuntos, ganando confianza, pidiendo fuego para su cigarro a algún espectador, bebiendo vodka (y aquí habría que hacer referencia a la complicidad del barman de la cafetería) y en general mostrando la intimidad de la peculiar mujer.

 
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