Usted está aquí: lunes 30 de octubre de 2006 Opinión Tendencias y rupturas

León Bendesky

Tendencias y rupturas

El gobierno que prepara el presidente electo está asentado en la presunción sobre el mantenimiento de las tendencias que prevalecen hoy en el funcionamiento de la economía, tanto las de orden interno como las que provienen del exterior.

Las críticas a la administración de Fox son tibias y no significan una manera distinta de concebir la gestión de la economía y sus repercusiones sociales y políticas. Es igual la manera en que se concibe al país, sus estructuras de poder y la naturaleza de sus conflictos.

Las tendencias muestran una economía que ha recuperado recientemente alguna capacidad de expansión productiva y del gasto y que opera en un marco de estabilidad financiera, con baja inflación, bajas tasas de interés y sin una depreciación mayor del valor del peso frente al dólar. Las cifras que surgen de las encuestas de ocupación no muestran una caída, aunque se advierte el aumento de la informalidad (trabajadores no registrados en el IMSS) que llega en promedio a 60 por ciento de la fuerza de trabajo y en algunos municipios rebasa las tres cuartas partes.

Las exportaciones han repuntado con la mayor demanda, sobre todo de la industria automotriz en Estados Unidos, lo que provoca un superávit comercial con esa economía, aunque un déficit en el total del intercambio. A pesar de tener la mayor cantidad de acuerdos de libre comercio del mundo, no se ha diversificado la relación y se pierde competitividad frente a otras naciones. En este escenario de estabilidad, México es una de las fuentes principales de ganancias cada año para los bancos extranjeros, sobre todo BBVA Bancomer y Santander.

Las tendencias indican que las cuentas fiscales son, por ahora, sostenibles. No obstante, esa condición no procede del aumento de los ingresos públicos asociados con una mayor captación de impuestos derivada del crecimiento de la actividad económica y del empleo. La situación de las finanzas públicas se asocia primordialmente con los excedentes derivados de la exportación de petróleo crudo y, en segundo lugar, de las remesas que envían los trabajadores. Otra fuente de ingresos es el constante aumento de los precios fijados por el sector público: electricidad, gasolina y gas.

A partir de esas tendencias parece que se está figurando un escenario para plantear un programa económico para el siguiente sexenio. La cuestión estará en si el gobierno y los funcionarios que lo compongan tendrán una suficiente visión periférica, pues ésa será una aptitud necesaria para enfrentar los cambios de situación que muy probablemente se van a dar.

Los economistas encargados de la gestión pública no han sido particularmente hábiles en la previsión de las rupturas de las tendencias, como puede apreciarse de una revisión somera de la historia económica y financiera reciente del país. No se trata de una falta de capacidad, sino de las necesidades de la gestión política y del entramado de los intereses económicos prevalecientes y de los cuales forman parte. Véase al respecto lo que ocurre, por ejemplo, en el campo de la competencia en los mercados, en el de la legislación sobre la deuda pública y la asignación de recursos que de ahí se desprende, o bien, el efecto que produce la estructura de un sector como el de las telecomunicaciones con la ley sobre el espectro radioeléctrico.

La administración de los próximos años deberá prever las rupturas que pueden darse en el ámbito económico. Al respecto hay ya indicios de que el periodo de crecimiento de la producción mundial registrado en los tres últimos años -y que es el más favorable desde principios de la década de 1970- podría estar concluyendo. Las cifras recientes de la economía estadunidense muestran un magro crecimiento anualizado del producto en el tercer trimestre, de 1.6 por ciento frente a 2.6 del trimestre anterior. Esto se asocia con el final del auge del sector de la construcción de viviendas. Hay, también, desequilibrios latentes que podrían debilitar más al dólar, las presiones inflacionarias no ceden y ahora podrían darse en una situación de menor expansión de la actividad económica. Sigue habiendo un desajuste cada vez más grande entre las corrientes de ahorro e inversión que han permitido soportar un creciente déficit fiscal. En cuanto a los precios del petróleo, el ajuste a la baja de los últimos meses no ha acabado y la situación es incierta.

La economía mexicana tiene hoy una situación estable que se sostiene en un abundante saldo de las reservas internacionales. Pero esto puede cambiar de modo rápido, pues las condiciones siguen siendo altamente vulnerables por la dependencia externa y la falta de fuerzas internas que estimulen el crecimiento y la productividad. En eso no ha habido un cambio significativo y no lo habrá en la medida en que prevalezcan los mismos criterios de gestión monetaria y hacendaria. El dilema que podemos enfrentar muy pronto es el de un gobierno hecho para la continuidad haciendo frente a un entorno muy distinto que se provocará por la ruptura de las tendencias.

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