Usted está aquí: miércoles 25 de octubre de 2006 Opinión Prehistoria del protestantismo mexicano

Carlos Martínez García

Prehistoria del protestantismo mexicano

A partir de la Ley de libertad de cultos, promulgada por Benito Juárez el 4 de diciembre de 1860, se abrió la posibilidad legal de que pudieran establecerse organizativamente iglesias distintas a la católica romana. Esto no significó que a partir de entonces se haya dado la llegada de misioneros protestantes a nuestro país, ellos y ellas tenían algunas décadas haciendo su trabajo de manera silenciosa, pero eficaz.

Varios siglos antes del arribo de personas enviadas ex profeso a la nación mexicana para realizar labores para diseminar el protestantismo, hubo aquí presencia desde la Colonia de ciudadanos provenientes de países donde dominaba la fe protestante o de españoles que en secreto profesaban ese credo. Las autoridades de la Nueva España, tanto por su propia convicción como por instrucciones de España, edificaron filtros y controles para evitar que la naciente sociedad fuera contaminada con la "herejía luterana". En un libro que será publicado por el Fondo de Cultura Económica, la doctora Alicia Mayer narra de forma minuciosa y brillante los esfuerzos de los gobiernos y clérigos novohispanos por mantener libre de la doctrina del "heresiarca germano" a las tierras conquistadas prácticamente al mismo tiempo que en Europa se daba el cisma de la Reforma. La investigación muestra el temor existente entre las elites políticas, intelectuales y religiosas al menor indicio de que algún representante o literatura luterana lograra colarse al territorio que decían la Providencia había entregado a la corona española. A pesar de todos los controles, en el país hubo protestantes durante los tres siglos de la Colonia, pero no existió protestantismo, es decir, la presencia organizada y visible de un credo distinto a la hegemonía católica.

Después de la consumación de la Independencia arreció en México la polémica sobre la conveniencia o no de la tolerancia de cultos restringida a ciudadanos extranjeros, presentes en México mayormente por razones comerciales o diplomáticas. Incluso desde los sectores liberales se propuso abrir al país para que vinieran colonizadores a poblar las regiones más deshabitadas o para que hicieren inversiones que contribuyeran a desarrollar económicamente al país. Para hacer atractiva la propuesta a posibles interesados en el extranjero, el proyecto incluía garantizar la tolerancia religiosa a estos ciudadanos. La Iglesia católica y los conservadores se opusieron terminantemente. La Constitución de 1824 reflejó esta realidad: "La religión de la nación mexicana es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana. La nación la protege por leyes sabias y justas y prohíbe el ejercicio de cualquier otra".

Un mordaz crítico de la cerrazón religiosa fue José Joaquín Fernández de Lizardi, mejor conocido como El Pensador Mexicano. En 1825, en sus Conversaciones del payo y el sacristán desnuda el despropósito de aspirar a modernizar al país cuando al mismo tiempo se prohíbe la inmigración de personas con otros credos distintos al católico. Habla también de que existe hipocresía de las autoridades, las que practican una tolerancia disimulada y saben bien que en México viven protestantes pero no se atreven a dar el siguiente paso, el de garantizar el ejercicio público de otro culto que no fuera el católico. Esto tenía, para Fernández de Lizardi, consecuencias negativas en cuanto a la colonización, agricultura comercio y artes. El año en que muere El Pensador Mexicano, 1827, llega a nuestro país James Thomson, enviado por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera. El colportor escocés había sido pastor de una iglesia bautista en Edimburgo. Thomson recibió el decidido apoyo de un sacerdote liberal, José María Luis Mora, simpatía que ha sido interpretada como una conversión del doctor Mora al protestantismo cuando no hubo tal.

Entre 1830 y 1857, año en que se promulgó una nueva Constitución, se intensificó el debate de liberales y conservadores acerca de la tolerancia de cultos hasta tal punto que en el Congreso Constituyente el asunto que levantó más discusiones fue el de tolerar o prohibir la práctica de otros credos. Mientras se daba esta polémica, de manera lenta pero constante surgían o se fortalecían núcleos de creyentes protestantes en la ciudad de México, Zacatecas y Nuevo León. Una vía de transmisión del protestantismo fueron los mexicanos conversos en Estados Unidos, que al regresar o visitar el país comunicaban su nueva fe. Otra vertiente es la representada por clérigos católicos liberales, que se distanciaron de la Iglesia católica tanto por razones teológicas como políticas para vincularse al proyecto juarista de separación Estado-Iglesia y que también se dieron a la tarea de organizar o fortalecer comunidades cristiana pero no católicas ni romanas.

Para cuando llegan del extranjero de forma organizada y relativamente numerosa los misioneros protestantes, a partir de 1870, en México ya existían importantes redes que permitieron a los enviados cosechar en muy poco tiempo buenos resultados. De alguna manera el protestantismo ya estaba aquí, no fue trasplantado de Estados Unidos a México de manera mecánica. Hubo una larga cadena de antecedentes, de los que aquí apenas referimos unos cuantos eslabones.

 
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