Usted está aquí: lunes 23 de octubre de 2006 Opinión El desamparo torero

José Cueli

El desamparo torero

Una nueva pasión -en la ausencia de corridas en la México- desplazada de la muerte entre las astas de los toros a la muerte en el movimiento de la mujer en medio de un azul violáceo en el centro del redondel. Movimientos, cada vez, más penetrantes y espumosos en la cola de su vestido, tenue, sutil, vueltos violeta y morado que serpenteaba en el misterio.

Qué morena cetrina era la mujer. El azul de su sangre revoloteaba en la piel que emergía con intensidad. Embestidas en la crestería de sus olas finas, delicadas, que se oponían a la ausencia, a la muerte, como la mariposa a la llama, en el retorcimiento de la cola de su vestido de lunares negros, más negros que las olas inundadas de espuma blanca. El romperse para siempre la vida, volverse otra, fuera del yo en otro espacio, con la fuerza incontrolable de la naturaleza. Una mujer con casta de toro bravo que milagrosamente nacía. Una pasión nueva en las curvas del arte de la mujer serpentina que nacía y moría y era inasible. Trasparentándose en el espectro de lo ominoso, de lo inalcanzable; su verdadera faz.

En el espacio torero que subía del ruedo aparecía radiante la belleza femenina máscara del remolino de la vida. Voluptuosas espirales, retorcimientos y espasmos, en la primera y última danza serpentina de esa morena. Imposible prolongación de la fugacidad de ese instante.

Así nace el reflujo del baile flamenco, y de la verónica marcando los tiempos entre los vuelos del capote. Pasión electrizante que no es nada y nos lleva cada ocho días a buscar lo que no existe, sólo el desamparo original del ser humano.

Verdad Jaime Whaley, espléndido poeta que sabe de morenas.

 
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