Usted está aquí: lunes 23 de octubre de 2006 Opinión La cultura blanda

Hermann Bellinghausen

La cultura blanda

Nos encontramos en un punto semimuerto de la cultura-cultura, la que hacen los artistas, intelectuales y funcionarios con licencia de cultos. Importan demasiado las becas, de origen usualmente gubernamental; los encargos jugosos de las empresas deseosas de "prestigio"; los premios que se negocian y cabildean, porque si no se escurren entre los dedos. Y sí, hacer obra o reditarla.

Lo importante es no comprometerse. Hacer de la independencia creativa una justificación para no estar en el mundo real, que se ha vuelto ingrato, incómodo y muy demandante. Complica la relación con el poder, ahora que el poder tiene legitimidad tambaleante pero conserva, con fuerza, el poder (perdonando la redundancia).

No es exclusivo de nuestro país. Así está el mundo. Veamos nuestro "modelo" más cercano, Estados Unidos, donde hasta para ser Noam Chomsky o Kurt Vonnegut se necesita riesgo. El espionaje y la tortura son legales en ese país. La frontera cierra de manera no muy distinta de cómo se hace entre Israel y Palestina, o de lo que fue en su momento el muro de Berlín. Es decir, a lo bestia.

¿Quién, entre la casta ilustrada, alzaría la voz si reprimieran a los bárbaros de Oaxaca? No lo hicieron con Atenco, que hasta fue televisado. Policías garroteando, gaseando, pateando, violando. En Oaxaca la policía dispara; los sicarios del gobierno matan a la vista de todos. Pero es mejor dudarlo. Hay confusión, sabes. Grupos interesados en incrementar la crispación. El pueblo, los pobres, los sindicatos, los indios, andan rete sospechosos. Ya no digamos los trasnochados de izquierda.

Ya quedó lejos ese México donde las luchas del pueblo poseían prestigio entre los artistas. No se trata de volver al arte de Diego Rivera y menos el de David Alfaro Siqueiros, pero había algo ahí que se ha perdido. Todavía el 68, esa dolorosa derrota, fue una victoria cultural verdadera.

Quedan algunos hombres y mujeres mayores, con edad y obra cumplidas, que se mantienen del lado de (o cerca de) los de abajo. Habrá quien diga que pueden, que están más allá del bien y del mal; como sea, tienen valentía y mérito. En un país cada día más en poder de la inculta ultraderecha, se arriesgan a que los zarandeen en la televisión y los actos públicos.

Las universidades, algunas, son eficaces, pero han dejado de ser surtidores de la crítica. Allí operan también las becas, las plazas definitivas, el silencio de los inocentes. Perdón, la vida académica.

Hoy se destruyen o privatizan selvas, manglares, bosques y hasta zonas arqueológicas con la venia y la participación de biólogos, arquitectos y arqueólogos que "racionalizan" las voracidades del mercado desde la lógica del posibilismo. Si tal agencia yanqui o europea financia un proyecto "correcto", los científicos colaborarán, aunque el destino final sea innoble, trasnacional, y finalmente destructivo.

Los públicos de la cultura se han vuelto reverentes, tratan de ser exquisitos, portarse a la altura, aplaudir y punto. Ya no hay quien irrumpa y disrumpa en la Alta Cultura, quien provoque o ponga el dedo en la llaga, como lo hicieron en su tiempo los despreciados Infrarrealistas, curiosamente hoy menos olvidados que nunca, y que sobre todo gracias a la obra del escritor chileno Roberto Bolaño se han convertido en un mito literario de alcance continental y trasatlántico, en una época que ya no hay mitos.

Hace unos años se hablaba, con desdén culterano, de literatura light. Ya no hace falta. La cultura es 'light' sin adjetivos (visibles). Hasta los roqueros que fueran rebeldes (aún a niveles instintivos) hoy sueñan con que los acepte MTV y el dulce precio del éxito.

O bien está la cultura politizada, que tapa calles, estorba ingeniosamente en los grandes centros comerciales, performancea por las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, las violadas de Atenco, las agresiones electorales y culturales de la derecha yunquista. Pero ésa, desde los Olimpos de la Cultura que Importa, no es cultura, es payasada, rémora, "loqueras de Jesusa". En realidad, es en ella donde se conserva la vitalidad creativa, atrapada tal vez en las urgencias de la hora. Pero si mientras el país se cae a cachos no hay quien la arme de tos, entonces cuándo.

Se dirá que siempre fue así. Que las torres de marfil y los "intelectuales de café" siempre han copado la Alta Cultura. No es verdad. Y no que todo deba ser José Revueltas (que no estaría mal, por cierto). Hoy la cultura es una vía al bienestar. Lo opuesto a la generación juarista, o la revolucionaria, que se comprometieron con una idea de Nación, quisieron ser maestros del pueblo, creyeron en sí mismos como parte de algo más grande que sus nombres o personas o cofradías. Hubo un núcleo duro de cultura nacional que hasta el poder temía. Hoy, la cultura visible es blanda, no muerde.

 
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