Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 22 de octubre de 2006 Num: 607


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
El humor según Bergson
RICARDO GUZMÁN WOLFFER
Una nueva vida de Gianfalco*
MIRCEA ELIADE
Papini: el escepticismo
de la cruz

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GARCÍA
Lúcido y contradictorio
GIOVANNI PAPINI
La historia de la historia de la caricatura
AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ
Aniversarios no todos redondos
RICARDO BADA
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ

Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES


Directorio
Núm. anteriores
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Mircea Eliade

Una nueva vida de Gianfalco*

Gianfalco, como sabemos, era el pseudónimo de Giovanni Papini en Leonardo, la revista de sus inicios. Sin embargo, Alberto Viviani acaba de publicar una voluminosa biografía bajo ese título, Gianfalco (Florencia, Barbera). No es el primer libro publicado en Italia sobre este escritor prodigioso, iniciador de diversas corrientes de renovación espiritual y autor de algunos de los libros más extraños de principios de siglo. Giuseppe Prezzolini, su amigo y camarada de la juventud –Giuliano, cuando estaba en Leonardo– le dedicó un estudio muy penetrante y objetivo: Discurso sobre Giovanni Papini (Florencia, 1915). A éste le siguieron: Renato Fondi, Un constructor: Papini (Florencia, Vallecchi, 1922); Enzo Palmieri, Giovanni Papini (Florencia, Vallecchi, 1927), en el que colaboraron Lazarillo, Nicola Mascardelli y otros.

El estudio de Prezzolini es, indudablemente, el más interesante, mientras que el de Palmieri es el más metódico. Pero el Gianfalco, de Viviani, posee el mérito de referir muchos detalles de la infancia, la adolescencia, la formación intelectual y las primeras batallas de Papini. Aunque excesivamente apologético, este libro aportará a los seguidores fervientes de Papini algunas horas de emociones y de revisiones. Para quienes Un hombre acabado fue su libro de cabecera en la adolescencia, para aquellos que han amado incondicionalmente a Papini –con sus medios giros, sus excesos, sus bufonerías y sus debilidades– encontrarán en esta nueva biografía una cosecha de revelaciones. Confieso haber leído los treinta tomos de Papini al menos tres veces cada uno (y lo hago a sabiendas de que algunos imbéciles y brillantes cretinos todavía me quieren acusar de "papiniano"). Continúo amando a Papini de manera integral, tal y como es. No creo que se le pueda hacer mayor elogio a un escritor que confesarle que se le ama de manera integral, aunque nos hallemos separados por las ideas, los temperamentos y los criterios religiosos y morales. Detrás de estos treinta tomos subyace un hombre terriblemente vivo y entero. Los millares de libros que ha leído no lo han cambiado. Las ideas que una vez defendió y que después abandonó, no lo han desecado. La inmensa obra que ha escrito no lo ha vuelto estático, ni lo ha detenido ni dejado al garete en medio de la historia muerta. Nadie en este siglo, ni siquiera el mismo André Gide, ha vivido tantas experiencias ni ha combatido en tantos frentes. Así, mientras que Gide jamás pudo renunciar a la concepción de una "gratuidad" mal comprendida, Papini se consagró a lo que le ocupaba en un momento u otro de su vida. Amaba y odiaba apasionadamente, de la cabeza a los pies, lo que sugiere una vitalidad y una densidad espiritual fuera de lo común. En nuestra época, cuando toda la gente parece estar comprometida con el miedo a comprometerse, el ejemplo de Papini debería ser meditado. Es un hombre que no se avergüenza de sus errores –lo que ratifica su genio, si ello fuese todavía necesario. Solamente los mediocres y los incapaces se preocupan de la estricta coherencia de sus pensamientos y se obsesionan por el temor a equivocarse. Papini se ha equivocado, se ha contradicho y se ha comprometido con furia. Y su obra, sin embargo, nos deja –sin importar de cuál obra se trate– algo perfectamente acicalado, perfectamente acabado, es correcta desde el prefacio hasta el índice.

Admiro en Papini la valentía para regodearse en los temas más serios y de tomar con seriedad las fruslerías. Sería el comportamiento de un hombre bromista, ridículo y estéril en un hombre cualquiera. Pero Papini no es un hombre cualquiera. Su inteligencia no anda por las calles ni su gigantesca cultura se improvisa en el café. Encuentra su valentía en su afán de comprometerse permanentemente y a todos los niveles. Hace todo lo posible para ello. Cuando siente que el público lo ama, escribe entonces un texto que va a contracorriente del gusto generalizado. Publicó relatos fantásticos para hacer vacilar su gloria como joven y genial pensador italiano. Hizo que apareciesen poemas suyos aun a sabiendas de que los lectores preferían al polemista que hay en él. Adoptó una escritura sosa y difícil para abordar temas graves, porque sabía que se apreciaba en demasía la sencillez y la mordacidad de su estilo. Cuando Italia era socialista, Papini era nacionalista. Y cuando Italia se volvió nacionalista (hurtando sin vergüenza alguna de sus ideas y sus gestos) Papini se volvió católico à outrance. Después de los acuerdos de Letrán, cuando todo mundo esperaba que escribiese una vida de la Virgen, él publicó Gog. Siempre estuvo por delante, mientras que su país iba a la zaga.

No extrajo ningún beneficio de sus campañas; antes bien al contrario, como sucedió con la que lanzó a favor de la virilidad, la italianidad y la valentía, y en los cuales se encontraban los gérmenes del fascismo y de la mística mussoliniana. Otros siempre concluyeron lo que él había comenzado, y recogieron los laureles que le correspondían.

Al público le gusta que se persista toda la vida en una misma idea o en un mismo "estilo". Papini, por el contrario, experimentó todas las ideas, todos los furores, todos los sentimientos y todos los "estilos". Siempre tomó a sus lectores a contracorriente. En el paroxismo de su actividad publicó Un hombre acabado. Y hoy, cuando todo el mundo lo creía efectivamente "acabado", prepara la edición de sus obras completas en veinticuatro tomos compactos, y corrige el manuscrito de su obra maestra, Adán, que verá la luz en cuatro tomos de quinientas páginas cada uno.

Aunque tiene más de cincuenta años, todavía nos depara algunas sorpresas. No se ha vuelto célebre porque él no lo quiere. Su único error ha sido amar a Italia tan violentamente, que la ha fustigado para hacerla despertar, y la ha insultado para insuflarla de vigor; ha consagrado su sorprendente energía para probar que una Italia viva y original puede coexistir al lado de la Italia de los museos y las ruinas. Si en lugar de amar frenéticamente a su país hubiese gritado "Viva Italia" y "¡Muerte a los comunistas!", hoy sería ministro. Pero prefirió poner un poco de vida e inteligencia a un país que en ese entonces estaba dormido y embrutecido.

Viviani nos recuerda todas las polémicas, los amores y las obras de Papini. Tiene el mérito de reproducir un gran número de pasajes importantes que ayudan a reconstruir su carrera. Y nos invita a leer de nuevo su obra. Pretender, como algunos imbéciles, que "ya no resiste" para nada, es mera ineptitud. Ninguna obra resistiría en su integridad como la de Papini. Hay que leerlo todo completo, evitando separar todo aquello que no nos guste. Algunos escritores dejan dos o tres libros como sus "obras maestras". Papini no escribe obras maestras; él mismo está en cada una de sus páginas. Si solamente leemos una parte, corremos el riesgo de no comprender nada y de creer que este genio sin igual es un simple "letrado".

Vallecchi edita actualmente las obras completas de Giovanni Papini en una bella colección a precio accesible. Se trata de una lectura que recomiendo fervorosamente, más que cualquier otra, a los jóvenes. Veremos allí, mejor que en ninguna otra parte, una o cien páginas que hacen a un escritor ocultar su vida, mientras que diez mil páginas pueden matar "al escritor", al no ponerse al día en su vida.

1934

*Publicado originalmente como "O noua viatǎ a lui ‘Gianfalco’ (Giovanni Papini)"
en Vremea, agosto de 1934, núm. 363.

Traducción de José Antonio Hernández García