Usted está aquí: domingo 22 de octubre de 2006 Mundo A todos nos han ocultado la verdad

Robert Fisk

A todos nos han ocultado la verdad

Sí, la película Oh Jerusalén -basada muy de lejos en la épica historia del nacimiento de Israel escrita por Dominique Lapierre y Larry Collins- ha llegado a Europa (por fortuna todavía no a Gran Bretaña) y es todo lo que hemos aprendido a esperar de la hollywoodización de Europa. Es dramática, presenta al cantante francés Patrick Bruel de comandante israelí; hay un excéntrico David Ben Gurion -blanco todo el cabello, desafiando la gravedad- y Said Taghmaoui y JJ Feild forman el dúo esencial de todas esas cintas: un árabe (Said Chahine) y un judío (Bobby Goldman) honorables, moderados y de noble corazón, cuya amistad sobrevive a la guerra.

Estamos acostumbrados a esa pareja. Exodo, basada en la novela de León Uris referente a los mismos sucesos de 1948, contenía un árabe "bueno" que hace amistad con el héroe judío representado por Paul Newman, así como Ben Hur nos presentó un árabe "bueno"que presta a Judá Ben Hur (Charlton Heston) sus caballos para competir en la carrera contra el centurión más malvado en la historia del imperio romano. Una vez que dejamos en claro que existen árabes "buenos", de corazón de oro, quedamos en libertad de concentrarnos en los malignos. En Exodo asesinan a una joven; en Oh Jerusalén también matan a una valiente muchacha durante la batalla por Latrún. (Vemos cómo su agresor la desnuda parcialmente antes que lo mate un proyectil.)

También es un signo de los tiempos que por razones de "seguridad" fue necesario filmar Oh Jerusalén en Rodas, de la misma forma en que las escenas relativas a Beirut en la infinitamente mejor Munich tuvieron que rodarse en Malta y el filme épico El reino de los cielos, referente a las cruzadas, se tuvo que realizar en Marruecos, con todo y árabes de acento magrebí. Exodo se filmó en locaciones de Israel mucho tiempo atrás, cuando era un lugar mucho más seguro.

Pero mi tema no es hoy esa rutinaria bestialización de árabes y musulmanes. Basta ver Ashanti, que versa sobre árabes tratantes de esclavos, filmada también en Israel con Roger Moore y (quién lo dijera) Omar Sharif, para encontrar árabes retratados, al estilo nazi, como asesinos, ladrones y corruptores de niños. El antisemitismo contra los árabes -que, por supuesto, también son semitas- es un lugar común en el cine. Y tengo que reconocer que en Oh Jerusalén la confusión y las intrigas de los gobernantes árabes -sólo el rey Abdullah de Jordania es un hombre de honor- son más que realistas, no menos que la arrogancia del gran mufti de Jerusalén, Haj Amin al Husseini (el que estrechó la mano de Adolfo Hitler). No, lo que objeto es la deliberada distorsión de la historia, el torcimiento de la narración para presentar a los judíos como víctimas de la guerra de independencia de Israel (6 mil muertos) cuando en realidad fueron los vencedores, y a los árabes de Palestina -o al menos de la parte de Palestina que se convirtió en Israel en 1948- como causantes de la guerra y aparentes vencedores (porque a los judíos del este de Jerusalén se les obligó a dejar sus casas luego del cese del fuego), y no como las víctimas principales.

Pongamos por caso la masacre de Deir Yassin, en 1948, cuando la banda Stern masacró a los aldeanos árabes del hoy suburbio jerosolimitano de Givat Shaul, despanzurró mujeres y lanzó granadas a habitaciones repletas de civiles. En Oh Jerusalén se representa a esa banda como un grupo de malvados, una especie de Al Qaeda judía, desligada por completo del ejército israelí, formado por jóvenes guerrilleros de altas miras.

Se ven cadáveres de árabes -y a una mujer herida que más tarde es atendida por los israelíes-, pero en ningún momento se deja en claro que Deir Yassin fue apenas una de muchas aldeas donde se perpetraron carnicerías -como ocurrió en particular en Galilea- y donde guerreros judíos violaron mujeres árabes. "Nuevos" historiadores israelíes ya han tenido el valor de revelar esos hechos, junto con la evidencia irrefutable de que sirvieron al propósito de despojar a 750 mil árabes de sus hogares en lo que llegaría a ser Israel. El historiador israelí Avi Shlaim ha sostenido con valentía que fue un periodo de "limpieza étnica". Pero nada de eso aparece en la escena sobre la matanza de Deir Yassin en la película Oh Jerusalén.

Es necesario alejarnos de la realidad. Por eso una matanza que se volvió parte de una política se convierte en la película en una aberración cometida por unos cuantos extremistas armados. De hecho, hacia el final de la proyección una serie de párrafos afirma que el éxodo de palestinos fue resultado de la "propaganda árabe". Se trata de un mito: una vez más, historiadores israelíes han desacreditado la mentira de que los regímenes árabes instaban por radio a los palestinos a abandonar sus hogares "hasta que los judíos hayan sido arrojados al mar". Jamás se hicieron tales transmisiones. La mayoría de palestinos huyó por temor de terminar como la gente de Deir Yassin. La propaganda de los mensajes de radio fue israelí, no árabe.

Es como si se tendiera un velo sobre la historia, de forma que los hechos reales sean levemente visibles, pero su significado se distorsiona hasta volverlo incomprensible. "Conque para esto querían armas", le grita Bobby Goldman al líder del Stern entre los muertos de Deir Yassin. Se equivoca: las armas permitieron a la banda asesinar a los árabes para desatar el pánico que puso a tres cuartos de millón de palestinos en camino al exilio permanente.

¿Acaso no es éste el mundo en que vivimos? ¿No nos ocultan la verdad? No hablo de los comentarios de Jack Straw, alias Velo, sino de su maestro político, lord Blair de Kut al Amara. Apenas un día después de ver Oh Jerusalén abrí mi periódico y me encontré con que nuestro primer ministro afirma que el niqab, la prenda con que las mujeres árabes se cubren el rostro, es "una marca de separación". Pero, ¿acaso hay un hombre más culpable que Blair de "separación", de aislar al pueblo británico de su propio gobierno democráticamente electo? ¿Podría alguien haberse prostituido más, haber contado más mentiras al pueblo británico para oscurecer, fragmentar, distorsionar y encubrir los hechos históricos que Blair?

Las armas de destrucción masiva, la advertencia de 45 minutos, los vínculos entre Saddam Hussein y Al Qaeda, toda la perversa ficción del "éxito" de la invasión en Irak y en el Afganistán posterior al talibán son intentos de Blair de ponernos el velo, un arma mucho más peligrosa que cualquier prenda femenina musulmana. Se supone que debemos mirar a través del velo que Blair puso ante nuestros ojos para que las mentiras se vuelvan verdad y que lo cierto se vuelva falso. Y de esa forma estaremos separados de la verdad. Por eso el propio Blair representa ahora la "marca de la separación". ¡O tempora! ¡O mores!

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

 
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