Usted está aquí: domingo 15 de octubre de 2006 Opinión Iztacalco en la historia oral

Angeles González Gamio

Iztacalco en la historia oral

Todo esto era zona lacustre y estaba dividido en puras chinampas; en estos meses las zanjas estaban llenas de agua, donde había carpas, y hasta culebras había... Mi padre tenía hartas chinampas que regábamos con bateas. Nos enredábamos el calzoncillo y nos echábamos al agua... no las cultivábamos con tractor ni con yunta, lo hacíamos a pura mano, con palas y azadón grande. Mi padre sembraba verdura, pero se iba a dejarla a las cuatro de la mañana y a veces no acababa; entonces fuimos dejando la verdura poco a poco y ya cogimos el ritmo de la flor". Estos son algunos de los recuerdos de Juan Sandoval Rojas, quien nació en Iztacalco en 1911 y trabajó en las chinampas desde que tenía 13 años.

Actualmente ese prodigio ecológico es asfalto, concreto, ladrillos, tráfico; resulta increíble que hace cinco décadas esta delegación, que hoy es la de mayor densidad poblacional, era una bella, productiva y apacible zona agrícola. Desde hace 10 años el Consejo de la Crónica de la Ciudad de México, conjuntamente con las delegaciones, ha llevado a cabo un programa de historia oral en los pueblos, barrios y colonias más antiguos de la ciudad, recogiendo los recuerdos de los habitantes de mayor edad, para ir conformando la memoria histórica de nuestra ciudad en el siglo que acaba de concluir.

Los frutos del programa se han venido publicando en sencillos libros que distribuyen las delegaciones. Ha sido conmovedor advertir el interés de los pobladores por conocer el pasado de su lugar; ello les brinda un sentido de identidad y pertenencia.

Hace unos días presentamos el opúsculo de Iztacalco, con el delegado saliente, Armando Quintero; con Eduardo Matos, el afamado arqueólogo, que apoya con entusiasmo el programa, y el cronista de la demarcación, Francisco Cázares. En el acto estaban orgullosos los habitantes de los siete añejos barrios y de las nuevas colonias que se asentaron sobre las chinampas.

Los jóvenes escuchaban asombrados los testimonios de los abuelos sobre la vida pasada de Iztacalco, como cuando doña Rosa Sandoval platicó de cómo ayudaba a su papá en las chinampas: "Ibamos a sembrar o a cosechar, a hacer almácigos para sembrar la semilla. Mi papá nos llevaba temprano, a las seis de la mañana... Yo hacía los almácigos con el azadón, se hacían los moldecitos de tierra y dejábamos el hueco libre para allí echar el lodo... A veces sembrábamos flores, verduras; por decirle algo, para el 10 de mayo sembrábamos la espuela y el imperial; para muertos el margaritón, pero también el cempasúchil".

También recuerdan los alimentos que preparaban, con la fauna que proporcionaban las aguas de los canales. Comenta doña Rosa: "Aquí había mucha carpa y con ella hacíamos los tamales de pescado; se les quitaban las escamas y se lavaban muy bien, se picaba cebolla, epazote y chile ancho y se les agregaban, junto con el xoconostle. Además hacíamos tamales de rana, de ajolotes, que había muchos. El pato frito se hacía con salsa de lengua de vaca (una hierba), con venas que se tostaban lentamente en el comal; se le agregaba su ajo, y a molerse en el molcajete..."

Así continúan los testimonios acerca de las leyendas, las casas, que "eran de zacate y las construían según Dios les daba a entender"; del famoso canal de La Viga, paseo favorito de los capitalinos durante el siglo XIX y principios del XX; de las fiestas religiosas, muchas de las cuales continúan vivas; de las mayordomías, entre otras la de la Virgen de Guadalupe, que ya está pedida hasta el año 2020. "Y si llegas a morirte, ahí está tu hijo para responder"; de las portadas florales, que afortunadamente se continúan elaborando y le han dado fama a los artesanos locales.

El libro está ilustrado con excelentes fotografías antiguas, muchas prestadas por los propios entrevistados, y tiene un breve recuento de la historia de Iztacalco desde la época prehispánica, cuando fue un importante poblamiento, por su cercanía a una de los principales afluentes de la cuenca, que habría de conocerse como el canal de La Viga, que iniciaba su recorrido en la población de Chalco, seguía por Xico, atravesaba el dique de Tláhuac, cruzando en su camino por los pueblos de Culhuacán, Mexicaltzingo, Iztacalco y Santa Anita; al llegar a la ciudad de México entraba por la garita de La Viga y terminaba en las calles de Roldán, en el corazón del barrio de La Merced.

También se menciona que tras la conquista, en 1564 los franciscanos fundaron un pequeño convento bajo la advocación de San Matías, considerado el patrono de Iztacalco, que, con ciertas alteraciones, aún se conserva. El librito se puede conseguir en la delegación y en el Consejo de la Crónica, en su sede de Venustiano Carranza 2, Centro Histórico.

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