Usted está aquí: domingo 15 de octubre de 2006 Opinión Empieza la fuga

Rolando Cordera Campos

Empieza la fuga

Como tenía que ser, Felipe Calderón decidió actuar conforme a lo que indica la cátedra y echó a andar por el tobogán de planes y programas futuristas que en las actuales circunstancias políticas nacionales saben más a una fuga hacia adelante que a un intento por conquistar el futuro. El juego de abalorios, de la planeación sin adjetivos y sin objetivos, impone sus atractivos de siempre a los políticos atribulados por el presente y lleva a Calderón y su gente cercana a nuevos callejones sin salida.

El exacerbado enfrentamiento clasista, de temor por la propiedad y las prebendas adquiridas o por adquirir, en el que cayó el candidato del PAN, no ha terminado entre otras cosas porque los órganos jurisdiccionales encargados de encauzar el conflicto no hicieron bien su tarea, y porque la cumbre del proceso jurídico nacional sigue en calidad de rehén del presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que se pasea orondo por la arena del litigio político sin tomar nota de las minas explosivas que él mismo sembró al hacerse cómplice de la absurda operación desafuero montada en Los Pinos el año pasado.

El Presidente que no acaba de hacer mutis pone su empeño de siempre, mientras que los negociantes hacen cola. Frente a este cuadro bochornoso, de evasión sin tregua de un presente abrumado por el conflicto, los desatinos de la coalición o de su portaestandarte pasan a segundo término, salvo en aquellas mentes estragadas que siempre buscan al victimario en la víctima.

El agravio político acumulado lleva a todo tipo de cálculos y reflejos desde el poder, pero no hay manera de salir de este hoyo mediante el descubrimiento de nuevos chivos expiatorios, que al final de la proeza detectivesca acaban todos con un parecido sospechoso con López Obrador. Quizás llegó el tiempo de buscar debajo de la disputa presidencial las raíces de esta infausta situación, que al combinarse con nuevos o larvados desacuerdos sociales, regionales o locales, pueden poner al país en la ruta de terribles colisiones, no virtuales sino reales, sin retorno a la mano.

Apenas debajo del desacuerdo político actual, está un sistema político que no fue sensible a los cambios ocurridos en su propia estructura, no pudo dar sentido al reclamo participativo de amplias capas sociales y que en un santiamén se volvió refugio de minorías burocráticas, oligarquías partidistas de opereta y fuente imperturbable de una distribución de recursos públicos que desemboca en el enriquecimiento mayor de minorías detentadoras de la riqueza que no tuvieron otra opción, ni dique, que pretender serlo también del poder político. La tentación plutocrática fue sacralizada engañosamente por el propio sistema político cuya debilidad, fruto de la ingente fragilidad de sus partes, lo hizo fácil presa de la arrogancia de los operadores de la concentración del dinero. Los partidos, así, se volvieron sumisos tributarios de los medios de comunicación de masas y, en general, de la constelación de grupos de interés económico que se dio con alegría a la colonización del Estado mismo.

En el subsuelo de este mecanismo de reproducción elemental del poder se encuentra el reloj de arena de la concentración del ingreso y la riqueza que, una vez echada al mar la "anomalía" del autoritarismo posrevolucionario, puso a funcionar sus tiempos seculares hasta llevar a México a la inicua circunstancia de desigualdad sin freno ni esperanza en que hoy está. Antes, le hacíamos homenajes diarios al barón de Humboldt que nos bautizó como la tierra de la desigualdad, pero desde el propio Estado se le oponía el placebo de una justicia social siempre en el horizonte. Ahora, una vez que nos descubrimos globales y adoptamos con extraño sentido de pertenencia el credo neoliberal en su versión más elemental, se decretó el ¡fuera máscaras! (revolucionarias), y se pretendió dar por iniciado el baile de carnaval.

El país necesita un ajuste mayor de sus estructuras sociales y sobre todo de sus mentalidades, en especial de las que acompañan a los grupos dominantes que reclaman su derecho de sangre a dirigir. Sin este ajuste no habrá recambio institucional promisorio.

Más allá del poder seductor del derecho al modo de los que mandan, está la realidad de la duda y el escepticismo de los que se sienten agraviados por lo que juzgan un engaño y un fraude mayor, que trasciende los procesos debidos de los tribunales porque responde a los núcleos antes escondidos y hoy a flor de tierra de la arrogancia del poder fincado en la desigualdad social. Y este es el punto de partida obligado de cualquier pretensión futurista.

Los chistes de mal gusto sobre López Obrador, que ahora inundan los correos y las columnas, le harán el daño buscado. Pero la insensibilidad de nuestras elites de hojalata no podrá encontrar alivio en las justificaciones baratas de los exegetas de ocasión que venden vestiduras para rasgarse cada domingo en la Alameda. Apropiarse del porvenir implica afrontar las imperfecciones molestas del aquí y el ahora. De otra forma, todo es (auto) engaño.

 
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