Usted está aquí: viernes 13 de octubre de 2006 Opinión Los tratados de paz no son buenos viajeros

Robert Fisk

Los tratados de paz no son buenos viajeros

Primero, el mejor chiste salido de Belfast en años, cortesía de mi viejo amigo David McKittrick, quien en 1972 trabajaba para The Irish Times, de Irlanda del Norte, mientras que yo era el hombre del London Times en el mismo lugar. El papá de David alguna vez trabajó en Harland y Wolff, el astillero que construyó el Titanic. "Hay que darle a Harland y Wolff el crédito que merece", decía David. "De no ser por ellos, el Titanic no estaría donde está ahora".

Quizá fueron nuestros juegos de bar y las cervezas en medio de la decoración fúnebre del hotel Malmaison, pero el chiste de David de alguna forma representa al nuevo Belfast. Los norirlandeses siempre se han burlado de sí mismos, pero siempre lo hicieron con algo de inseguridad en sí mismos durante los años de violencia e incluso antes. Cuando se hizo la primera gran película sobre el Titanic, en 1957 -aquella en que Kenneth More hacía el papel del segundo oficial Lightoller-, Harland and Wolff, una fortaleza protestante, aún se avergonzaba de su barco más famoso y rehusó dar a los realizadores de la película cualquier ayuda, y ni siquiera les dieron acceso a los planes de construcción de la nave.

Hoy en día, Belfast promueve al Titanic entre los turistas y Harland y Wolff proclama con orgullo su extraordinario, aunque desdichado, logro. Belfast es la ciudad del Titanic y el monumento original para los muertos, recién restaurado, está afuera del ayuntamiento frente al Ulster Bank (en el cual mi cuenta bancaria a veces debe causar tanta preocupación como el iceberg de 1912).

En una conferencia que di en Belfast la semana pasada, me sorprendió particularmente el enorme conocimiento que los irlandeses del Norte poseen sobre Medio Oriente. Las sociedades divididas muchas veces se atraen unas a otras. El Comité del Domingo Sangriento de Derry, que conmemora a los 14 católicos muertos por soldados británicos en 1972, quería adoptar como "hermana gemela" a la ciudad iraquí de Fallujah después de que en 2003, 14 civiles iraquíes fueron asesinados por la Unidad 82 Aerotransportada estadunidense, en un incidente que provocó que la insurgencia convirtiera a todo Irak en una versión gigante de la zona prohibida de Bogside*.

En 2000, John Hume, político norirlandés y premio Nobel de la Paz, escribió un artículo para el diario Jerusalem Post en que dijo que los Acuerdos de Viernes Santo podían ser aplicados al conflicto palestino-israelí. Yo difiero. Los acuerdos de paz de otros pueblos no son buenos viajeros. Cisjordania, con sus masivos asentamientos judíos, se parece más a la Irlanda del siglo XVII después del despojo de los católicos, lo cual argumenté a mi público, a orillas del río Lagan.

Preguntas de los presentes. ¿Se puede obligar a Israel a obedecer la resolución 242 de la ONU? Respuesta: no. ¿Peligra más Líbano ahora que antes de la reciente guerra? Respuesta: sí. ¿Realmente es Blair el perro faldero de Bush en Medio Oriente? Respuesta: sí. ¿Cómo puede ayudar la "fe" a traer la paz entre los pueblos de Medio Oriente y la "semilla de Abraham" (en referencia a la iniciativa de Juan Pablo II)?

Y por supuesto me preguntaron cuál fue el efecto real de la cita que el papa Benedicto XVI hizo del emperador medieval de Constantinopla. Respuesta: Benedicto -quien no es mi Papa favorito- es demasiado inteligente para ignorar el efecto que tendría esta desagradable, y en estos tiempos, provocadora declaración sobre la violencia y el profeta Mahoma.

Todo esto, debo agregar, ocurrió sólo un par de días antes de que Benedicto decidiera evacuar el limbo y enviar a sus ocupantes a instalaciones más espaciosas en el cielo porque, sospecho, el lento colapso de la Iglesia cristiana en Occidente significa que ésta misma deberá mudarse al limbo.

La pregunta sobre la "fe" surgió en una gran reunión compuesta mayoritariamente por jóvenes en el monasterio Clonard, ubicado en Falls, una organización redencionista cuya magnífica iglesia tiene la acústica del Royal Albert Hall -ambos recintos deben haberse construido en la misma época--. La obvia religiosidad del lugar debió haber intimidado a un "laico" como yo. Yo había despotricado contra los horrores de la guerra y la inmoralidad de una "intervención humanitaria armada", y la pregunta sobre la fe me la hizo el padre Gerry Reynolds, quien es toda una institución en Belfast.

Me sentí tentado a recordar que mi papá, cuando estaba próximo a morir, me aseguró que no temía "irse", pero que yo sí tenía miedo "porque no tienes fe". En cambio, le comenté al público que, en buena parte, los occidentales (con excepción del padre Reynolds) han perdido la fe, mientras que el mundo musulmán no.

Recordé una conversación entre mi chofer libanés, Abed, un musulmán sunita y mi intérprete de árabe clásico, Imad, un chiíta musulmán. En una ocasión en que volvíamos los tres a casa, atravesando en automóvil las montañas libanesas, les pregunté si había vida después de la muerte. Abed respondió que creía en Dios, pero no en otra vida. "El mundo simplemente sigue sin nosotros", señaló. Imad dijo que no sabía.

Yo le conté al padre Reynolds que ahí, entre las nieves del monte Sanine, viendo las hojas de otoño desde el auto y hablando en el idioma de los ángeles, no podía creer que todo esto ocurrió sólo porque dos enormes nubes de gas chocaron una contra otra hace miles de millones de años. Pero eso, dije, es "el final de la fe de Fisk".

Ante esto, el padre Reynolds -quien estoy seguro de que algún día se irá directamente al cielo- me dio una palmadita en el brazo. ¿Es que entre los redencionistas aún hay esperanza para Fisk?

En Belfast, la pregunta más frecuente fue: ¿Cómo podemos obligar a nuestros líderes a detener las guerras? Para esto no tengo respuesta, pero me gusta lo que dice en su última novela la muy original escritora canadiense Margaret Atwood, sobre el Desorden Moral: "No se puede ser líder, si nadie te sigue". ¿Es esa la forma de lidiar con lord Blair de Kut Al Amara y sus secuaces?

De hecho, si tan sólo Jack Straw hubiera dicho un poco antes en la semana eso de que le gustaría que las mujeres musulmanas no utilizaran velo, pude haberlo hecho objeto del puñal de mi fe en el monasterio. Solamente Dios sabe qué pedirá después: que las monjas se quiten la toca o que las mujeres judías dejen de usar peluca. Sin embargo, no puedo hacer a un lado la idea de que si no fuera por Jack Straw, la islamofobia no sería lo que es hoy.

*Bogside es el barrio nacionalista de las afueras de Derry que ha sido escenario de numerosos conflictos sectarios como el Domingo Sangriento y la Batalla de Bogside, los que han sido inmortalizados en sus famosos murales callejeros. (N. de la T)

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

 
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