Usted está aquí: jueves 12 de octubre de 2006 Opinión ¿Otro partido de izquierda?

Adolfo Sánchez Rebolledo

¿Otro partido de izquierda?

La entrevista concedida por Jesús Zambrano a La Jornada el martes pasado es una rara avis en el pensamiento perredista. Primero, porque este representante de los llamados "moderados" se atreve a hablar de asuntos que normalmente no se tocan fuera del círculo de iniciados. En segundo, porque anuncia enfáticamente que "se equivocan si creen que nos vamos a desmarcar de Andrés Manuel López Obrador", tema que surgió a la luz luego de la crítica de Cuauhtémoc Cárdenas en torno a la convención nacional democrática y la estrategia de postular a un presidente legítimo en la persona del ex representante de la coalición Por el Bien de Todos. Si bien no me parece adecuado rechazar la crítica de los aciertos y errores como una "autoflagelación", Zambrano admite que el partido deberá, de todos modos, realizar una autocrítica "para no terminar siendo un estorbo al movimiento de resistencia civil" (sic), asunto que merecería de su parte un examen más riguroso.

Con todo, Zambrano ha dejado correr la pregunta que está en el aire: ¿es necesario un nuevo partido, toda vez que ya se han dado pasos hacia la creación formal del Frente Amplio Progresista? El dice que no, aunque deja abierta la puerta si se produce una rara solicitud. "El partido debe renovarse y abrirse para que se reincorporen, por ejemplo, los intelectuales que se habían alejado. Inclusive quedaría en segundo plano el nombre del partido." Es obvio que este solo tema exigiría un pronunciamiento de fondo del PRD, pues obliga a revisar críticamente muchos de los supuestos implícitos en su acción, en particular la desmitificación de las corrientes que vienen a ser la expresión de un falso pluralismo, éste sí, incompatible tal como está, con una vida interna democrática de la que se halle ausente toda forma de antintelectualismo. Hay, sin embargo, otros temas de orden ideológico o estratégico que tal vez habría que revisar en términos del futuro para decidir probables cursos de acción.

Hoy, como ha escrito Santos Bastidas, "es más claro que nunca: el futuro de nuestra democracia depende en buena medida de lo que suceda con la izquierda". Si el PRD es capaz de asimilar el crecimiento espectacular de su votación y a la vez transformarse en un partido mucho más abierto a la sociedad y, por tanto, menos ensimismado en sus militantes y corrientes, entonces sería posible pensar en una formación política distinta, capaz de ser la portadora de una idea de cambio sustentada en los grandes proyectos de reforma que están pendientes y ya no es posible impulsarlos bajo la dirección de una alianza entre el PRI y el PAN, pero esta vez bajo la conducción de los segundos. Sólo entonces la izquierda podrá desplegar un programa de largo aliento sin limitarse a los pequeños avances que hoy se logran gracias a la confrontación en el plano político más inmediato. Mientras tal conjunción entre política y programa no sea, por así decir, el tema central del partido, la pretensión de unir en un mismo cauce política y movimiento de acción popular podría derivar, ya en la instrumentalización de los segundos o en políticas sin credibilidad.

Para ser productiva, la idea de la democracia en México sólo puede ir a contracorriente de los llamados "paradigmas" sobre el "fin de la Historia" en un mundo cuya unidad sustancial hoy pretende ser sustentada en el derecho natural, prescrito con variantes por el pensamiento hegemónico conservador religioso. Sin esa crítica la izquierda es irrelevante, como lo es si no pasa de las palabras a los hechos y hace política contra la desigualdad y sus causas, pues es en ese universo donde se entierran los sueños de progreso de los mexicanos. Justo porque la democracia, en cuanto conjunto de normas y procedimientos, se quiere hacer pasar como el equivalente del mercado en la competencia política, será preciso un cambio de calidad en la correlación de fuerzas para impulsar otra política económica, es decir, arribar a nuevos consensos fundados en el pluralismo, con fuerza suficiente para sustentar la reforma social tantas veces pospuesta. Sin embargo, la mera posibilidad de que eso pudiera ocurrir ha suscitado una reacción tan desmesurada entre quienes piensan la tarea del gobierno democrático como un multiplicador institucional y legal de la riqueza de los particulares, posponiendo sine die el tema de la redistribución del ingreso del cual, en otros países capitalistas, depende en general la prosperidad de sus sociedades. Pero la historia es más rica que dichos dogmas. Está nuestro propio caso que en rigor no puede asimilarse a otras formas de transición. Aquí nos hemos acercado a la democracia mediante un largo y original rodeo institucional y legal al tema electoral, dejando para después otros cambios en el orden político, hasta el grado que la ausencia de reformas ya comienza a repercutir en la solidez y eficacia del sistema. Pero esa ruta virtuosa también ha propiciado la ilusión perversa de que, en materia democrática, todo o casi todo lo importante estaba hecho, cuando en rigor estamos ante la necesidad de avanzar hacia cambios aún más profundos en el orden político y legal constitucional.

Es evidente que hoy la sociedad tiene que pensar en cómo resolver nuevos problemas cuya existencia no soñábamos hace apenas una década: gracias al desarrollo de las ciencias y la tecnología, aprender se ha vuelto alimento de primera necesidad. Pero buena parte de la vida social sigue regida por antiguos patrones de selección y exclusión, de explotación e inequidad, cuya lógica no ha cambiado por siglos. Ni cambiarán, tampoco, sin poner en tensión enormes energías sociales capaces de realizar un vasto, tal vez conflictivo, proceso de transformación. Pero no es fatal que eso ocurra. La sociedad puede pudrirse mientras busca su panacea y la izquierda también.

Manuel Martínez te fuiste en silencio como el hombre de bien que siempre fuiste. Te recordaremos.

 
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