Usted está aquí: miércoles 11 de octubre de 2006 Opinión Fin a la fabricación de armas nucleares

Editorial

Fin a la fabricación de armas nucleares

La prueba nuclear presuntamente realizada el lunes pasado por Corea del Norte ha generado fuertes reacciones en todo el mundo. De Pekín a Moscú, de Londres a París, de Washington a Seúl, la condena ha sido unánime. El presidente ruso, Vladimir Putin, aseguró que la bomba norcoreana "es un gran golpe contra la no proliferación nuclear". El mandatario estadunidense, George W. Bush, afirmó categóricamente que la acción atómica de Pyongyang "constituye una amenaza a la paz internacional y a la seguridad. Estados Unidos condena este acto de provocación".

En su indignación, los presidentes ruso y estadunidense olvidan que sus países son los principales animadores de la carrera atómica. Si bien es innegable el talante dictatorial del régimen norcoreano encabezado por Kim Jong Il, el poder de fuego de rusos y estadunidenses es de temer: entre ambas naciones tienen unas 15 mil 300 cabezas nucleares y han realizado poco más de mil 700 detonaciones, tanto subterráneas como en la superficie desde 1945.

Si hay algo que pone en riesgo la seguridad del mundo es ese mortífero arsenal, capaz de desaparecer la vida en el planeta.

La prueba norcoreana es nada comparada con lo que han hecho los miembros del denominado Club Nuclear y nadie ha exigido sanciones para Rusia y Estados Unidos, ni para China (400 cabezas atómicas), Francia (348) o Gran Bretaña (185). Entre estos cinco países han hecho unas 2 mil 200 pruebas atómicas. Tampoco se ha exigido castigo para las potencias nucleares toleradas, India (40), Pakistán (50) y presumiblemente Israel (200), que contaron con la complicidad de las potencias atómicas.

Para la comunidad internacional sólo los países civilizados y democráticos deben tener acceso a la tecnología militar nuclear. Sin embargo, en estricto sentido, ese criterio deja fuera a casi todos los miembros del club. En los pasados 50 años, estadunidenses, rusos, chinos, británicos y franceses han dado muestras de barbarie contra otros países, sus vecinos o ex colonias y han realizado pruebas atómicas indiscriminadamente.

No hay que olvidar a Estados Unidos, único país que ha detonado bombas atómicas contra objetivos civiles, con la justificación de que aún no acababa la guerra contra Japón, en 1945. En la actualidad ese país da argumentos igualmente mañosos para negar el derecho a las armas nucleares a norcoreanos e iraníes: pertenecen al eje del mal, países peligrosos, poco confiables e inestables.

Cómo es posible, por otro lado, que se decida que es mucho más peligroso que Corea del Norte e Irán tengan acceso a energía nuclear que Pakistán, India o Israel, que han pasado medio siglo guerreando con sus vecinos y cuyos gobiernos distan mucho de ser democráticos.

Más allá del juicio unilateral de las potencias nucleares, la bomba atómica norcoreana cambiará el panorama geopolítico de la región y del mundo. Así, podría abrir la carrera armamentista en el Lejano Oriente, con Japón y Corea del Sur como posibles candidatos a tener un arma atómica. Por otro lado, la detonación norcoreana podría romper el cerco impuesto por el Club Nuclear. Después de todo, ¿con qué derecho deciden las potencias atómicas para juzgar quién puede o no tener una bomba nuclear?

En la sede de Organización de Naciones Unidos, en Nueva York, se discute qué camino seguir para enfrentar el desafío del régimen de Kim Jong Il. ¿En realidad existen argumentos para condenar la acción de Pyongyang? Lo mejor sería acabar de tajo con las controversias y prohibir las armas nucleares a todos los países, sin excepción.

 
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