Usted está aquí: miércoles 11 de octubre de 2006 Cultura Prodigios interpretativos con Wilanov

EL CERVANTINO

Prodigios interpretativos con Wilanov

ARTURO GARCIA HERNANDEZ ENVIADO

Guanajuato, Gto., 10 de octubre. Desde Polonia llegó uno de los momentos memorables de la versión 34 del Festival Internacional Cervantino (FIC): el Cuarteto Wilanov. Tres violinistas y un chelista, que dejaron sobre el escenario del teatro Juárez muestra más que suficiente, inapelable, de los prodigios interpretativos que les han dado prestigio a escala mundial. Beethoven, Schubert y Grieg tuvieron inmejorables embajadores de su música en la fiesta cervantina.

En los violines: Tadeusz Gadzina, Pawel Losakiewickz, Ryszard Duz. En el violonchelo: Marian Wasiolka. Llevan 30 años tocando juntos, desde la fundación del cuarteto, cuando el gremio de los artistas era de los sectores ''mimados" del régimen socialista polaco.

Egresados de las Escuela Superior Estatal de Música de Varsovia, tuvieron la rigurosa formación que caracterizó a la academia musical de los países de Europa del Este, famosa sobre todo por la calidad técnica de sus ejecutantes.

El cuarteto toma su nombre del antiguo Palacio de Wilanow -ex residencia del rey Juan I Sobieski- que algún tiempo sirvió como auditorio para sus conciertos.

Multipremiado en todo el mundo, esta es la segunda vez que el grupo se presenta en México. La primera fue hace 20 años. Entre su amplio repertorio eligieron tres obras que -según explicaron- sintetizan los esencial de su proyecto estético, una zona intermedia entre el clasicismo y el romanticismo. De ahí que la pieza que abrió el concierto haya sido el Cuarteto de cuerdas Op. 18, No. 3, en Re menor, de Beethoven, autor que a juicio de los músicos polacos marca la transición entre el pensamiento clásico y el romántico.

Compensación exquisita

Lamentablemente el teatro Juárez no se llenó, pero quienes se dieron la oportunidad de estar ahí, desde el principio fueron compensados por el exquisito y emocionante sonido que los músicos hacían brotar de sus instrumentos. Con un poco de atención el oyente se encontraba inmerso en una atmósfera sonora pletórica de sutiles y gozosas sorpresas. El acontecimiento resultaba casi un milagro si se pensaba que ese sonido nació de la pasión creadora del genio de Bonn, que antes que en la partitura había estado en su privilegiado cerebro. Ahora Wilanow lo recreaba con virtuosismo y emotividad en perfecto equilibrio. Daban ganas de llorar. Era eso indescriptible, abstracto, pero absolutamente real que suele llamarse ''emoción estética".

Atrás de Beethoven, Wilanow evocó e invocó a Franz Schubert, con su Cuarteto de cuerdas en Do menos, Op. Potsh, un autor que de manera más abierta -explicaron- da rienda suelta a sus emociones.

La obra elegida para cerrar fue el Cuarteto de cuerdas en Sol menor, Op. 27, del noruego Edvarg Grieg. Con ella quisieron traer un poco ''de hielo escandinavo al sol de Guanajuato".

No fue un hielo frío ni cortante. Al contrario, valga la expresión, fue una ventisca cálida, apasionada, en la que músicos e instrumentos se multiplicaban y al mismo tiempo se fundían en un solo ente musical, una prodigiosa máquina interpretativa: así de preciso, de exacto, era el entendimiento entre ellos.

La pieza se extendía en una urdimbre rica en texturas, en formas y colores que pusieron al público en vilo. Tedeum, Pawel, Ryszard y Marian sólo existían en ese momento para su instrumento, para la música.

El aplauso del público los hizo regresar dos veces al escenario. A la tercera regalaron como encore una pieza que intercalaba, a manera de popurrí, melodías de canciones populares mexicanas como Bésame mucho y Cielito lindo.

El público, ya de por si entregado, multiplicó la aclamación para los músicos que les habían proporcionado una experiencia memorable.

 
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