Usted está aquí: martes 10 de octubre de 2006 Política Pudo desaparecer el PRI

Marco Rascón

Pudo desaparecer el PRI

Pero no. La naturaleza misma del lopezobradorismo, su concepción despectiva de la fuerza ganada en las urnas, así como su estrategia de banda presidencial o nada, que lo está conduciendo a la marginación, dio al PRI nuevo aliento y un protagonismo que no se corresponde con el resultado electoral oficial, y menos con la perspectiva del país.

Plena razón tuvo la advertencia de Cuauhtémoc Cárdenas a Elena Poniatowska sobre el error que constituiría derivar la movilización en la proclamación de Andrés Manuel López Obrador como "presidente legítimo". En el camino que va del 2 de julio al 16 de septiembre, la suma de errores tácticos y estratégicos han trasformado el gran momento que significaba la posibilidad extraordinaria de que el país diera un salto cualitativo en la restructuración de las fuerzas y hacia grandes reformas en una contribución a favor del PRI, Elba Esther Gordillo, los gobernadores priístas y el corporativismo.

El lopezobradorismo, como fuerza y movimiento propios por encima de los partidos que lo sustentaron legalmente, nutrido de grupos identificados con el salinismo y el zedillismo, desgajados en el proceso de la descomposición priísta, tomó decisiones que arrastraron, sobre todo al PRD y a otras fuerzas de izquierda, hacia su anulación como protagonistas activos, mientras el panismo, en alianza con un PRI fortalecido, va por las reformas, gracias al vacío que dejó la coalición Por el Bien de Todos.

Esta posición del lopezobradorismo permitió a Elba Esther Gordillo, vencedora dentro del PRI contra Roberto Madrazo, llenar el vacío que dejó López Obrador y dejarle amplio margen de maniobra al mismo Felipe Calderón. La automarginación lopezobradorista liquida su fuerza en Tabasco y convierte su derrota electoral, luego de haber ganado la presidencial, en la demostración de la fragilidad de sus propias alianzas con sectores priístas; pese a que López Obrador les abrió posiciones políticas en el Congreso, ahora lo abandonan y le dan aliento al PRI en Tabasco, fortaleciendo su fuerza en el bloque de gobernadores.

Consecuencia de este vacío será el desenlace en Oaxaca, donde sectores populares independientes, más allá de los magisteriales influidos por Gordillo que buscan espacios en el gabinete de Calderón, quedarán abandonados o a merced de arreglos entre el PRI y el PAN en defensa de intereses propios.

Es claro que después del 2 de julio, desde una visión no sólo opositora y electorera, sino influyente en el rumbo del país, el PRD y la izquierda, con 35 por ciento de la votación y a sólo 0.56 por ciento de distancia del PAN, estaban en posición de contribuir programáticamente y con decisiones políticas en cualquier reforma. Una visión así buscaría alianzas y acuerdos con grupos, sectores y fuerzas que en cada tema y punto de la agenda de reformas tuviera coincidencias no sólo para desmantelar el viejo régimen corporativo y autoritario, sino para abrir y democratizar al país desde una perspectiva democrática y soberana. ¿Por qué en 1988 la presencia de la Corriente Democrática ayudó en contra del priísmo y ahora sectores provenientes del priísmo, ligados al salinismo y el zedillismo, ayudan a sobrevivir al Revolucionario Institucional?

Esos son los hechos reales y los que deberán ser explicados ante la historia. La furia con que fue signada la convención lopezobradorista, su rompimiento con el 88, sólo pudo ser explicada por quienes presidían el acto: los operadores de Carlos Salinas. En ese sentido la máxima maoísta de "los enemigos de tus enemigos son tus amigos" dejó claro que si para el salinismo el cardenismo no nada más era una persona, sino una concepción del Estado mexicano, que era el obstáculo para el desarrollo del modelo neoliberal y la integración a los intereses de América del Norte, el lopezobradorismo fue la garantía para combatir no nada más a Cárdenas como figura, sino la concepción de país defensora de la soberanía económica y política.

El rompimiento que se dio en el Zócalo el 16 de septiembre no sucedió ese día, sino desde el 24 de abril de 2005, cuando se organizaron las rechiflas e insultos para Cuauhtémoc Cárdenas durante la marcha y a Porfirio Muñoz Ledo en la tribuna del Zócalo, siguiendo la estrategia de invitar y mencionar para insultar.

En este contexto todo pudo ser distinto y el PRI pudo desaparecer como cultura política, como gran obstáculo de la visión democrática, si López Obrador, a la altura del país, presionara a Felipe Calderón a realizar acuerdos para reformar el país y hace valer su fuerza electoral defendiendo el programa histórico de la izquierda democrática. Pero no. López Obrador y sus aliados no irían a defender un programa de izquierda, porque ellos no son ni tienen respeto por la izquierda; la utilizaron, acaso, para favorecer la sobrevivencia priísta y sus más oscuros intereses.

Elba Esther, Madrazo, los gobernadores, el Tucom, los priístas de Tabasco y Oaxaca, y la oligarquía en su conjunto agradecen al lopezobradorismo su eficiencia como fabricante de derrotas.

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