Usted está aquí: lunes 9 de octubre de 2006 Opinión Muros

León Bendesky

Muros

Y creyeron que con la caída del Muro del Berlín se abría una época de paz y entendimiento que finalmente se expresaría mediante las ventajas de una globalización dirigida por las fuerzas del mercado. ¿En verdad lo habrán creído?

Sin embargo, los muros proliferan. Algunos son vallas que sirven de separación física más o menos efectiva para prevenir y evitar contactos indeseados con los otros, quienquiera que ellos sean, y que representan peligros reales o figurados. Otros muros son de índole inmaterial, como la lucha entre las visiones fundamentalistas de todo signo, que previenen la comunicación y generan una creciente violencia. Hay otras defensas más difíciles de erigir, pero efectivas, para señalar las diferencias y separaciones, como las que definen la migración africana a la costas españolas.

Podría hacerse un recuento e historia de los muros que se erigen en la sociedad contemporánea. El caso es que esta sociedad está cercada en todas sus latitudes, y no es una paradoja que el sentimiento de seguridad no se fortalezca con esa situación.

El Congreso y el gobierno estadunidenses, que padecen el síndrome de la separación post 1989, pretenden ahora, mediante la promulgación de una ley, tratar de controlar la migración desde México y Centroamérica construyendo una tapia en su frontera sur. Esta es una gran imagen del mundo, un magnífico argumento para la integración de las naciones y una excelente defensa del principio del libre comercio, que está en ruinas en su versión de Doha que mantiene con respiración artificial la Organización Mundial de Comercio.

En México las cosas no parecen mucho mejor y nuestros funcionarios no son más avispados. Mientras Fox declara que las relaciones con Estados Unidos son muy buenas, dice que allá sólo falta visión. Pero un estadista debería poner esto en su correcta perspectiva: vaya, ¿se puede tener una excelente relación bilateral con un muro de por medio? Tal vez esto sea demasiado para un gobierno ya agotado y un desierto político e intelectual en las flamantes nuevas oficinas de Relaciones Exteriores. Pero así ha sido todo este sexenio, no habría que sorprenderse ahora.

Mientras más gente tiene que salir del país para buscar trabajo -más de 2 y medio millones sólo en los últimos seis años-, aquí el gobierno sigue pregonando la buena situación económica y defendiendo la creciente dependencia externa. El gobierno sucesor no puede proponer nada distinto en términos de política económica ni del trato con Washington, pues jamás ha esbozado siquiera qué tipo de país quiere, y no ha hecho sino insistir en lo mismo como buen gestor. Ahí esta buena parte del problema nacional.

A fines de septiembre, el Economic Policy Institute, con sede en Washington, publicó un extenso trabajo titulado: Revisitando el TLCAN, que analiza la situación en los tres países que lo firmaron en sendos capítulos. En la introducción, Jeff Faux sostiene que a pesar de su nombre, el propósito primario del tratado no fue facilitar el libre comercio entre sociedades soberanas, sino promover una economía continental integrada y establecer las reglas para gobernarla.

Advierte que el efecto sobre los trabajadores en los tres países ha sido adverso, aunque en condiciones desiguales. Y señala que las corporaciones internacionales han acrecentado su poder sobre la capacidad de negociación de los trabajadores debido a su habilidad para mover la producción de un país a otro y luego vender esas mercancías de vuelta el primero. Eso, además, se asocia con la creciente influencia de esas mismas corporaciones sobre la política económica. Ahora, además, habrá que lidiar con las condiciones que entraña un TLCAN amurallado.

La economía mexicana está metida de lleno en el dilema de la necesidad de atraer cada vez más inversiones externas para sostener el poco aliento que tiene (mantenido con transfusiones de dólares del petróleo y las remesas), mientras que internamente no se alientan las fuerzas que puedan sostener el crecimiento del producto y del empleo.

Pero, como ya advirtió John Ruskin hace más de un siglo, no hay casi nada en el mundo que alguien no pueda hacer un poco peor y venderlo un poco más barato, y la gente que considera únicamente el precio es la presa legítima de esos hombres. Para que quede claro: siempre habrá un chino que atraiga la inversión a su país y ante eso la única opción siempre parecerá ser bajar el salario y las prestaciones de los trabajadores para poder competir. Y los que sobren deberán pasar el muro.

Hay una especie de trampa del librecambio que se ha admitido al pie de letra en México, que puede aliviarse, aunque sea en parte, con una visión distinta del modo en que opera la sociedad y su relación con el Estado. Esa visión no existe hoy en el gobierno y no se suplanta con discursos ni declaraciones de medida inconexas de parte del gobierno y las cúpulas empresariales, como ha ocurrido desde mediados de la década de 1980 y sigue siendo el caso.

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