Usted está aquí: domingo 8 de octubre de 2006 Opinión Mémoires, memories, memorias

Bárbara Jacobs

Mémoires, memories, memorias

Hace poco decidí leer las Mémoires d'une jeune fille rangée, de Simone de Beauvoir. En mi biblioteca no encontré el libro en el francés original ni traducido al español o al inglés. No lamenté tanto no haberlo encontrado en francés pues siempre he dudado un poco de mi conocimiento de esta lengua. Así que salí a buscarlo en español. Pero tampoco di con él en ninguna de las librerías que visité en la ciudad de México. Y presa de la obsesión de leerlo emprendí su búsqueda a morir.

Me detuve ante la primera mesa con que me topé en el corredor de librerías y puestos de libros de viejo en la avenida Miguel Angel de Quevedo y pregunté al librero si tenía el libro que yo buscaba, cuyo título, por cierto, él me dio en español. No lo tenía, pero quedó de rastreármelo entre sus colegas.

Sin embargo, me urgía tanto leerlo que lo seguí buscando por mi cuenta hasta que entre el Licée Français y la Farmacia Pasteur, o sea, en la librería Novo, con libros de viejo en español, inglés y francés, di con él, en español, y lo compré.

A la mañana siguiente saldría a un viaje por carretera y ya tenía lectura para 20 noches de posadas de ida y vuelta de la ciudad de México a la de Houston. Y entre visitas a museos y librerías, arranqué con la lectura en español de las Memorias de Simone de Beauvoir.

En las habitaciones de hotel pasaba horas leyendo. La batalla contra la traducción y la edición empezó tan de partida que de entrada me rehusé a señalar nada en los márgenes del volumen. ¿Qué hacer? ¿Buscar una mejor edición en español? ¿Comprarlo en inglés? ¿Cómo quitarme el mal sabor de la lectura que ya llevaba hecha? ¿O de una vez buscarlo en francés? ¿Habría alguna librería de libros nuevos o viejos pero en francés en el trayecto por carretera entre la ciudad de México y la de Houston? ¿Un club de lectura? ¿Un consulado de Francia con biblioteca de clásicos?

¿Debía ceder a la desesperación e interrumpir mi lectura? ¿O hacer caso omiso de los errores de traducción, de los descuidos de la edición, y dedicarme a leer? ¿Era necesario continuar una lectura desagradable y atropellada únicamente porque leer ese libro en ese momento era mi obsesión? La consecución del placer de la lectura era más fuerte que la resignación de leer por información. Cuando leo quiero oír al autor y dejarme llevar por su música; o enfrentar la estridencia o el ruido de su voz; o atravesar la niebla o sortear los obstáculos de su estilo, pero con la certeza de que son los suyos, no los de un traductor ni los del corrector de estilo de la editorial; no de la edición.

Terminé de leer las Mémoires de Simone finalmente en inglés, en una traducción y edición que sí me hicieron oír la voz de Simone de Beauvoir, en una lectura que me quitó el mal sabor de la mala traducción y pésima coedición con que había empezado la lectura.

Podría sostener que si Simone de Beauvoir prefiguró la traducción de sus Mémoires a otra lengua, la imaginó al inglés, Memories of a Dutiful Daughter. No recuerdo las razones que da, pero sí su inclinación a la literatura inglesa y al estudio de la lengua. De modo que, aparte de mis motivos circunstanciales para haber leído la traducción al inglés de las Mémoires, fue un reconocimiento a la afición de Simone por la literatura en lengua inglesa, afición, por otra parte, que comparto con ella y que se habría de convertir en mi vínculo más fuerte con Simone de Beauvoir.

(Si el francés es una lengua de origen latino, ¿por qué Simone, francesa, no se aficionó a otra lengua de origen latino, como por ejemplo el castellano? Si el castellano es de origen latino, ¿por qué yo, mexicana, no me aficioné a otra lengua de origen latino, como podría haber sido el francés? O en ambos casos, de Simone y mío, ¿por qué el inglés y no cualquier otra lengua, de cualquier otro origen? ¿O por qué, con todas las distancias, en medio de circunstancias tan diferentes, Simone y yo coincidimos en este punto, en este punto más que en ninguno otro?)

Regresé a México enriquecida con la lectura de las Mémoires de Simone. Se habían derribado los prejuicios que me habían impedido hacerlo antes, y se fundamentaba la admiración que siempre le había tenido.

Faltaba decidirme a franquear la entrada de la librería heredera de la Librerie Française, ahora llamada La Bouquinerie, y de una buena vez comprar en México, en francés, en Gallimard, las Mémoires d'une jeune fille rangée. Y lo hice.

 
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