Usted está aquí: domingo 8 de octubre de 2006 Opinión Los acervos de Tlatelolco

Angeles González Gamio

Los acervos de Tlatelolco

Uno de los aspectos fascinantes de nuestra ciudad es el armónico maridaje de lo antiguo y lo nuevo. Un buen ejemplo es la llamada Plaza de las Tres Culturas, que se encuentra en Tlatelolco, antigua ciudad formada por un grupo de familias que se separaron de Tenochtitlan. Los tlatelolcas se dedicaron fundamentalmente al comercio, llegando a tener el mercado más importante de la región.

Este fue el sitio escogido por los franciscanos para edificar el Colegio Imperial de Santiago Tlatelolco. El propósito era formar sacerdotes indígenas, lo que finalmente no se logró; sin embargo se educó a talentosos jóvenes indígenas que aprendieron a la perfección latín y español. Muchos de ellos colaboraron con el insigne fray Bernardino de Sahagún en la elaboración de la colosal Historia de las cosas de la Nueva España, al igual que en el códice Badiano y en el códice de Tlatelolco. Las tres son obras fundamentales para conocer todos los aspectos de la vida antes de la conquista.

En el siglo XVII, al convertirse en seminario franciscano, el sólido edificio se fue transformando. Durante el siglo XIX y parte del XX funcionó como prisión y mucho tiempo estuvo en el abandono.

En los años cincuenta de la pasada centuria se emprendió un ambicioso proyecto para revitalizar la zona, lo que incluyó excavar los restos de la antigua ciudad indígena; se restauró el soberbio templo-fortaleza de Santiago, se levantó un magno conjunto habitacional y se construyó la sede de la Secretaría de Relaciones Exteriores. El impactante conjunto se bautizó como la Plaza de las Tres Culturas.

Ahora, varias décadas más tarde, la cancillería cambia su sede principal a la flamante Plaza Juárez, dejando su memoria, esto es, el archivo histórico y la biblioteca, en el viejo colegio franciscano y en el moderno edificio conocido como El Triángulo, por tener esa forma, que guarda hasta las entrañas. Un interesante recorrido, guiado por la directora del Acervo Histórico Diplomático, Mercedes Vega, nos descubre un mundo de maravillas.

Nos recibe en el monumental vestíbulo de El Triángulo, adornado por una reproducción de un extraordinario mural de Rufino Tamayo y un racimo de esbeltas columnas-esculturas de Paloma Torres. De ahí bajamos a la bóveda, que no le pide nada a la del banco de más prosapia, en donde se custodian todos los tratados que México ha suscrito desde que es independiente. Varios están a la vista en una gran vitrina, triangular desde luego. Muchos son bellísimos, con lacres, sellos y dibujos. Podemos ver el primero que suscribimos como país independiente, que fue con la Gran Colombia.

Esos documentos muestran los momentos de gloria y los de derrota, como el que atestigua la pérdida de la mitad del territorio por el vil despojo estadunidense, pero también los que dan constancia de los actos que llevaron a nuestro país a ser reconocido internacionalmente, por su brillante política exterior. El rico acervo permite conocer la forma en que México se va presentando ante el mundo como nación independiente

El Triángulo también alberga parte de la biblioteca, cuya semilla fue la que inició en el siglo XIX José María Lafragua, solicitándole a las legaciones mexicanas en el extranjero que enviaran libros. Una curiosidad son unos maniquíes ataviados con los uniformes que usaban los diplomáticos en sus funciones oficiales. Elegantísimos los de cónsul, con su botonadura de oro con un ancla, ya que también atendían asuntos comerciales y éstos se hacían fundamentalmente por barco.

Es el segundo archivo más importante del país; baste decir que custodia 12 kilómetros lineales de documentos. Parte de este mundo de papeles se encuentra en el antiguo Colegio de Tlalteloco, situado justo enfrente; así, pasa uno del siglo XXI al XVI, simplemente cruzando la calle. El noble edificio, con sus patios enjardinados y perfumados por naranjos, guarda, entre otros, los "legajos encuadernados" y la "gaveta". Actualmente están en un proceso de reorganización para unir fondos, gracias a que cuentan con más espacio por el traslado de la cancillería al nuevo edificio de la Plaza Juárez.

Otro encanto del magno archivo es que está muy cerca de La Gran Tenochtitlan, cantina de tradición que desde hace casi medio siglo ofrece buena botana y, desde luego, vasta oferta de bebidas espirituosas, con el pilón de música sonera de miércoles a viernes, desde el mediodía, y los sábados rock, para acompañar el buffet sabatino, que es sabroso, económico y abundantísimo. Se encuentra situada en los inicios de la calzada Vallejo, en el 122, en el corazón del tradicional barrio de San Simón, vecino de Tepito; puede llevar a la familia con toda confianza.

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