Usted está aquí: sábado 7 de octubre de 2006 Opinión La letra hache

Gustavo Iruegas

La letra hache

En otras épocas, las de mi juventud, el desfile militar del 16 de septiembre permitía a cualquier observador percibir la opinión existente en la población sobre los diversos cuerpos participantes en la columna. Después de la descubierta de motocicletas de la policía, se esperaba con emoción y recibía con aplausos al contingente de las escuelas militares con vistosos uniformes de gala: primero la banda de la caballería del H. Colegio Militar con la marcha dragona vibrando en sus clarines; después la H. Escuela Naval Militar, con sus chaquetas negras de faldones largos y el arma descansando en la mano, no en el hombro del cadete, en obvia demostración de "fibra". Luego el Colegio del Aire, la Escuela Médico Militar, la Escuela de Ingenieros, la de Transmisiones y tantas otras. Las más aplaudidas, las que llevan la letra "H" antepuesta a su nombre en el guión distintivo. Después, las tropas, impresionantes, compactas, recias, representando unidades de arma o de servicio del Ejército. Enseguida las del cuerpo general, de la infantería de marina y los servicios de la Armada que a su paso despertaban cierto entusiasmo, como si fueran cadetes. Y claro, los paracaidistas, con serenidad en la cadencia de su paso, presumiendo la confianza en su preparación. También las tropas de tierra de la Fuerza Aérea y las aeronaves mismas sobrevolando la parada obligaban al público a mirar hacia arriba, haciendo una especie de ola futbolera. La columna incluía tres contingentes especiales; los bomberos, con su bien ganada H, vitoreados a lo largo del trayecto, seguidos de la policía abucheada con el mismo entusiasmo. Cerraba el desfile el agrupamiento charro que incluía jinetes bigotones, muchachas bonitas y niñitos a caballo. Unos minutos después las máquinas barredoras recogiendo las evidencias del paso de los caballos. Siempre se comentaba la simpatía que despertaban los bomberos y se celebraba la oportunidad de insultar a la policía sin reacción de su parte. Los aplausos a la Armada se explicaban porque, estando orientada hacia el mar, difícilmente había ocasión de que fueran empleadas en tareas de represión a la población.

Ahora que los helicópteros de la Armada sobrevuelan la ciudad de Oaxaca en evidentes demostraciones de fuerza y operaciones de reconocimiento, más propias de la Policía Federal Preventiva que de la marina de guerra, se hacen notorias ciertas diferencias en el talante de las fuerzas armadas de México.

El Ejército, la Fuerza Aérea y la Armada se rigen por las leyes específicas que fijan su misión, atribuciones, integración y recursos. Cada uno de los ordenamientos dispone de un capítulo que determina las misiones encomendadas a la fuerza respectiva: la Ley Orgánica del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos (LOEFA), emitida en 1986 y modificada en 1998, determina dos misiones para las que su carácter armado es esencial: defender la integridad, la independencia y la soberanía de la nación, la primera, y garantizar la seguridad interior, la segunda. Otras tres -el auxilio a la población civil en casos de necesidades públicas, la realización de acciones cívicas y obras sociales, y prestar ayuda en caso de desastre- descansan en el número y la organización de esas fuerzas. La ley dispone que el Ejército y la Fuerza Aérea cumplan sus misiones por sí o en forma conjunta con la Armada o con otras dependencias del gobierno federal, de los estatales y los municipales, de acuerdo con la disposición presidencial. Esto mismo se reproduce en la Ley Orgánica de la Armada de México (LOA) que fue emitida el 30 de diciembre del 2002, en la plenitud del poder del actual régimen.

La estructura del capítulo que determina la misión y las atribuciones de la Armada permite advertir las diferencias conceptuales existentes en las dos instituciones armadas: el capítulo primero de la LOA determina la misión de emplear el poder naval de la Federación para la defensa exterior y coadyuvar en la seguridad interior del país; misiones fundamentales, idénticas a las de los artículos uno y dos de la LOEFA. Sin embargo, el artículo dos desgrana en 15 incisos las atribuciones de la Armada. Entre ellos destacan el segundo: "Cooperar en el mantenimiento del orden constitucional del Estado mexicano"; el sexto: "Proteger instalaciones estratégicas del país en su área de jurisdicción y donde el Mando Supremo lo ordene"; y el noveno: "Garantizar el cumplimiento del orden jurídico en las zonas marinas mexicanas por sí o coadyuvando con las autoridades competentes en el combate al terrorismo, contrabando, piratería en el mar, robo de embarcaciones pesqueras, artes de pesca o productos de ésta, tráfico ilegal de personas, armas, estupefacientes y sicotrópicos, en los términos de la legislación aplicable". En esta última atribución se destaca como el concepto sustantivo la de coadyuvar en "el combate al terrorismo", porque, por un lado esta coadyuvancia estaría natural y lógicamente comprendida en las tareas de defensa exterior y seguridad interior del país, aunque no hay razón nacionalmente válida para considerarla una atribución específica de la Armada de México. La fecha de emisión de la LOA se antoja coincidente con esta extraña facultad antiterrorista y con la participación de la armada en las maniobras conjuntas con la Navy de Estados Unidos, con las furtivas iniciativas de ley de suspensión de garantías y la de movimiento de tropas, en ambos casos sin permiso del Senado.

El conjunto de estas medidas, extrañas al interés nacional, no tiene otra explicación que equiparar la legislación y las instituciones nacionales a la existente en Estados Unidos después del 11 de septiembre de 2001.

Si las cosas en Oaxaca siguen el camino que los hechos indican, parecería que el próximo 16 de septiembre el contingente de la Armada deberá ir cercano al de la policía. Nada hay más difícil de recuperar que el prestigio y el buen nombre.

 
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