Usted está aquí: viernes 6 de octubre de 2006 Opinión Bush: sucesor de McCarthy

Jorge Camil

Bush: sucesor de McCarthy

El viernes pasado George W. Bush ganó un importante episodio en la trayectoria que lo ha convertido en un peligro mundial. Los honorables legisladores, en su prisa por ir a casa a preparar su relección en noviembre (¡primero es lo primero!), aprobaron con rapidez inusitada la nueva Ley de Comisiones Militares que regula el trato a los detenidos sospechosos de terrorismo.

El nuevo estatuto es una eficiente máquina del tiempo que nos transporta a los periodos más negros de la historia universal: la edad de hierro, la Inquisición, el Tercer Reich, el imperio de la KGB; épocas en las que el miedo a la tortura garantizaban lealtad absoluta al soberano, y en las que el crujir de huesos, el olor a carne quemada y el aullar escalofriante de las víctimas era parte esencial del arte de gobernar. Hoy, sin embargo, resulta aterrador encontrar una "ley" que trata con la frialdad de una disposición fiscal el cómo, cuándo y hasta dónde hay que llegar en los interrogatorios para doblegar la voluntad de los detenidos y obligarlos a "cooperar". ¿Cómo imaginar en nuestro tiempo un conciliábulo de legisladores escuchando testimonios de "expertos" y ponderando las virtudes de la privación de sueño, golpes, asfixia y otros exquisitos métodos de tortura física?

El peligro es que la nueva legislación -burla al sistema jurídico de cualquier nación civilizada- le otorga finalmente apariencia de legalidad y fundamento jurídico a la conducta inmoral, inconstitucional y violatoria del derecho internacional desplegada por Bush y Cheney desde el 11 de septiembre de 2001. Esto resulta especialmente grave cuando el nuevo libro de Bob Woodward, State of denial (Estado de denegación), revela que Bush, un autista que sólo escucha la voz de su conciencia (y en ocasiones la voz de Dios), descansa ahora en Henry Kissinger, arquitecto de la debacle de Vietnam, para quien "la única estrategia de salida en Irak es la victoria total".

Las increíbles facultades de la nueva ley permiten al presidente "identificar enemigos", encarcelarlos indefinidamente e interrogarlos "sin coerción extrema", pero también sin las protecciones legales otorgadas a los prisioneros comunes. Desilusionado por la reciente condena de la Suprema Corte sobre los prisioneros detenidos ilegalmente en Guantánamo y en las mazmorras de la CIA (una sentencia que en opinión de Bush destruyó cuatro años de "esfuerzos" en la "guerra contra el terrorismo"), el presidente hizo lo que todo buen dictador debe hacer: ¡diseñar su propia ley! Así que ahora todo se vale, porque las nuevas disposiciones no permiten a los prisioneros identificados como "combatientes enemigos" recurrir a los tribunales. Y para evitar nuevas intromisiones judiciales la ley concedió al Ejecutivo (¡a Bush, ni más ni menos!) facultades para "interpretar" la Convención de Ginebra y "determinar las condiciones de su aplicación".

Por si fuese poco, los complacientes legisladores, cual obsequiosos cortesanos de otras épocas, le quitaron a los tribunales jurisdicción para juzgar las decisiones de este monarca de pacotilla. ¿Quién puede ser considerado "combatiente enemigo"? ¡Cualquiera!: extranjeros sin visa (como nuestros compatriotas del otro lado del muro de la ignominia), los estadunidenses que se deslindan horrorizados de su presidente; los involucrados en cualquier lucha armada contra Estados Unidos, pero también quienes "fomenten hostilidades" contra el imperio.

La nueva ley es una bofetada a la vanagloriada democracia estadunidense, porque borra de golpe y plumazo el principio de la división de poderes, y convierte a quien debiera ser digno sucesor de Abraham Lincoln en un repugnante sucesor de Idi Amín. Bush es hoy un monarca absolutista con facultades para promulgar, interpretar y ejecutar la ley: ¡se volvió juez y parte!

El 6 de septiembre pasado, cuando presentó su iniciativa de ley en la Casa Blanca, explicó con la tranquilidad de un maestro de escuela ante un auditorio boquiabierto y complaciente la necesidad de modificar los "procedimientos" para interrogar prisioneros. Mas no se alarmen -advirtió- "los nuevos procedimientos son duros, pero necesarios. Fueron especialmente diseñados para ser seguros, legales y de acuerdo con nuestros tratados internacionales". No me pregunten cuáles son, añadió. No los puedo revelar, porque los terroristas (a quienes describió como auténticos superhombres) ¡podrían encontrar la manera de resistir los interrogatorios!

¿Por qué enviar la iniciativa de ley ahora? Porque termina en 2008 y quiere facultades absolutas para el resto del mandato. Por eso se encargó de difundir en los medios, controlados por la derecha religiosa y fundamentalista, que los legisladores que votaran en su contra perderían sus escaños en noviembre; serían exhibidos como políticos que no tienen lo que hay que tener para proteger a la nación. Cuando Bush firme el decreto esta semana campeará tristemente por los pasillos del Capitolio el fantasma del senador Joseph McCarthy. ¡Bush descubrió finalmente la manera eficiente de sustituir la amenaza comunista de antaño!

 
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