Usted está aquí: jueves 5 de octubre de 2006 Opinión Oaxaca: la guelaguetza se hizo rebelión

Víctor M. Toledo

Oaxaca: la guelaguetza se hizo rebelión

Escribir desde Oaxaca es un acto facilitado por un fenómeno enigmático. Basta que los pies hagan contacto con tierra oaxaqueña para que de inmediato todo el ser se radicalice, es decir, para que se conecte con las fuerzas telúricas de la historia profunda. Hoy, bajo los cielos mágicos de Oaxaca hierve el agua, de su tierra brotan retoños originados desde raíces subterráneas, los corazones se encuentran, se conectan y se hablan; las voces, calladas por largo tiempo, resuenan con nitidez. Hoy Oaxaca es una ciudad tomada por el poder de los pueblos, un espacio radicalizado en la doble acepción del término, porque re-encontrar las raíces conduce ineludiblemente a enfrentar con dignidad la ignominia y el desprecio.

En algo más de cien días Oaxaca se convirtió en el laboratorio de una de las más formidables resistencias ciudadanas que hayan ocurrido en una región de México. La historia, como siempre, la inició un tirano. Veintiséis años esperaron los 70 mil maestros oaxaqueños para ser rezonificados, medida que significaba un incremento salarial a sus exiguos sueldos. Ese día había sido programado, pero no llegó porque el gobernador hizo gastar los mil 400 millones de pesos presupuestados para aquel fin. A esta injusticia el magisterio oaxaqueño respondió con una decisión generosa: el sindicato pondría de sus reservas la mitad del monto, si el gobierno comprometía una cantidad equivalente.

Ante la negativa del gobierno estatal, los maestros iracundos tomaron las calles del centro histórico y el gobernador respondió con un desalojo que incluyó el bombardeo desde el cielo con gases venenosos. Al acto represivo los maestros respondieron con nuevas acciones y los habitantes de la ciudad primero y los de varias partes del estado después, se solidarizaron y se unieron. De 52 manzanas tomadas hacia principios de julio, se pasó en unas pocas semanas a las manifestaciones de apoyo, al cierre de oficinas, a la toma de 12 estaciones de radio y de televisoras, y a la construcción de barricadas, medida de autodefensa frente a las bandas de asesinos cobijadas por el gobierno del estado.

Ulises el tirano, cumplido, hizo su tarea: reprimió con la misma saña con que encarceló a líderes sociales, cerró periódicos independientes, destituyó a gente valiosa y toleró bandas gangsteriles. De la defensa ciudadana, las cifras hablan: cada noche, maestros y vecinos levantan mil 500 barricadas, la última gran manifestación reunió un contingente de más de un millón de personas, que se extendió por 17 kilómetros (desde la población de Animas Trujano hasta el centro histórico); hoy existen 30 municipios en rebeldía, varias estaciones de radio mantienen informada a la ciudadanía (Radio Ley, Radio Plantón y Radio Cacerola) y por Internet se escuchan en Estados Unidos y varios países de Europa. Del lejano norte llegan los dólares enviados por los oaxaqueños transterrados, 40 sacerdotes y algunos empresarios se han solidarizado y, lo que es más importante, hoy existe una sociedad que se niega a retornar al antiguo "estado de cosas".

¿Dónde están las claves para descifrar esta rebelión inesperada? El incendio es la consecuencia de una acumulación de agravios, que se hicieron especialmente frecuentes en la última década contra una sociedad que no deja de resistir. En tierras oaxaqueñas la tradición es una cultura de la resistencia, de la comunalidad, del bien colectivo, de la solidaridad, que cuando pasa a la ofensiva, como ahora está ocurriendo, se convierte en asambleas de pueblos, en democracia desde las raíces, en manifestaciones de fraternidad, palabra que ha quedado expulsada de los léxicos del mundo moderno. La palabra clave es, entonces, guelaguetza, reciprocamiento, intercambio y, por consecuencia, comunalidad. Hay que recorrer las barricadas y las fogatas que se usan para convocarlas para confirmar lo anterior.

Oaxaca no sólo es el estado biológica y culturalmente más rico de México, también es la entidad más avanzada del país. Ahí se viene realizando, de múltiples formas, una experiencia civilizatoria de vanguardia: la construcción de una modernidad que no destruye, como ha sucedido en buena parte del país y del mundo, la tradición. En una realidad donde más de 70 por ciento de un territorio rebosante de recursos (agua, bosques, selvas, lagunas costeras y biodiversidad) pertenece a mil 400 comunidades, donde se hablan 260 lenguas y dialectos, el proceso de modernización o se realiza respetando este legado natural, cultural e histórico o se termina en el fracaso.

Por ello, los logros oaxaqueños siempre han sido creaciones fincadas en lo tradicional y en el vigor de las empresas comunitarias. De ahí nacen productos híbridos de enorme originalidad. Para certificarlo están los cafés orgánicos, las maderas ecológicamente certificadas, la internacionalización del mezcal, las artesanías, los textiles, la pintura y la música (Francisco Toledo y Lila Downs son emblemas de ello), la producción de setas, el turismo, la difusión de la comida. Como soporte, hay que reconocerlo, existe un vigoroso sistema de tecnológicos distribuidos por toda la entidad, 600 experiencias de sustentabilidad en comunidades y cooperativas, la red más nutrida del país de radios locales comunitarias y 418 municipios donde no existen los partidos políticos, pues las autoridades se eligen de manera directa por medio de asambleas.

La rebelión oaxaqueña es un nuevo movimiento de autodefensa de los pueblos originarios en conjunción con las emergentes capas urbanas de profesionistas, universitarios y pequeños empresarios, y no puede entenderse por fuera del "choque de civilizaciones". Aquí, como en buena parte del centro y sur del país, el dilema es entre Mesoamérica o el neoliberalismo. La salida del gobernador déspota no es el final, sino el principio de una urgente reinvención de las condiciones políticas de la entidad que exige una sociedad pluricultural y milenaria. Oaxaca requiere de nuevos consensos, leyes, espacios, plataformas y apoyos que faciliten la integración de esta compleja sociedad a la modernidad sin perder su "control cultural", como diría Bonfil. Todo ello supone un enfrentamiento con el proyecto neoliberal.

Reprimir esta legítima movilización de autodefensa será, una vez más, la "gota que derramará el vaso", y hasta quizás la chispa de un incendio mayor. Al convertir la imagen de un Juárez rebelde en el icono de la resistencia, el movimiento escaló de las protestas magisteriales de siempre (encabezadas por un sector que es tan radical como anacrónico), a la expresión auténtica del "Oaxaca profundo". Yalalag, Santos Reyes Nopala, Zaachila, Juquila, Juxtlahuaca, Usila, Mitla, Coyotepec, Tututepec, Huautla, Tlaxiaco Lachirioag y Juchitán están esperando entrar a la fiesta. Y a la guelaguetza ninguna fuerza la detiene, porque siempre anuncia lo trascendental que viene, el canto que tiene una luz propia, la gran festividad, la Shi-Ve-u.

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