Usted está aquí: miércoles 4 de octubre de 2006 Opinión El culpable es Mozart

Arnoldo Kraus

El culpable es Mozart

Idomeneo, rey de Creta, nos dice la mitología griega, fue hijo de Deucalión y nieto de Minos. Fue a la guerra de Troya y sus hazañas fueron famosas. Amenazado por una tempestad en el mar, prometió a Poseidón sacrificar el primer ser vivo que le saliera a recibir al llegar a su casa. Ese fue su hijo. Ignoro si Mozart basó o no su ópera Idomeneo en la leyenda griega, pero, lo que sí sabemos, es que en la versión de la Deutsche Oper, Idomeneo no sólo mata a su hijo, sino que decapita a Jesús, a Buda y a Mahoma -Jehová, el Dios de los judíos, no corre con la misma mala suerte, pues, como se sabe, no existe figura que lo represente. En la escena final de la obra, Idomeneo se presenta con un bolso que contiene las tres cabezas.

En días pasados, la prensa anunció que la puesta en escena de la ópera, programada para noviembre en Berlín, se había cancelado por temor a ataques terroristas. La razón no es el desasosiego que invocan las decapitaciones, práctica común en nuestros días, sino la posible ira del mundo musulmán, el cual podría sentirse incomodado por la adaptación que de la obra hizo la Deutsche Oper, aunque, recapitulando, el encono también podría asociarse con la idea mozartiana e incluso con la mitología griega. Así, los alemanes serían responsables de modificar la idea del compositor polaco en aras del arte; Mozart por leer a los griegos y obsequiar al mundo el sabor de su genialidad, y los griegos por plantear escenarios donde un rey mata a su hijo para regresar a su tierra natal.

De la suspensión de la ópera y del "miedo al arte" los responsables somos todos. ¿Hasta dónde debe detener la humanidad su caminar por el temor a generar encono en algunos sectores del mundo musulmán? ¿Debe tener límites el papa Ratzinger cuando habla y cita las ideas del emperador bizantino Miguel II Paleólogo? ¿Es el Papa el responsable del asesinato de una monja por los islamitas? ¿No se ha repetido hasta el hartazgo que uno de los consuelos de la humanidad y una de las vías para salvarla es el arte? El intríngulis es complejo e irresoluble: no hay caminos donde diálogo y terrorismo encuentren intersecciones.

Eso lo sabemos no sólo porque queman la figura de Ratzinger en Irak o porque los palestinos apedrean iglesias o porque los fundamentalistas judíos consideran que Sharon se parecía a Hitler o porque los islamitas matan por doquier a quien pinte caricaturas o escriba libros, como Salman Rushdie. Lo conocemos también porque el mundo es mucho peor después del 11-S y porque figuras como las de Hussein, Milosevic, Bush, Ahmadinejad o Putin siguen y seguirán reproduciéndose ad nauseam. Lo sabemos, asimismo, porque cada uno de ellos engendra más terroristas y porque, a su modo, ese nefando enjambre de líderes ha permitido que el Idomeneo de Mozart y de la Deutsche Oper se lean no a través del prisma de la cultura y de la belleza, sino a través de la satanización de las decapitaciones de Jesús, de Buda y de Mahoma.

La cancelación del estreno implica el triunfo del miedo sobre el arte y la victoria de la imposición de una forma de pensar y actuar en la vida, el islamismo, sobre uno de los valores fundamentales de Occidente: la libertad de expresión. Implica, además, que de aquí en adelante el arte tendrá que vivir acotado y acoplado a los dictados de las religiones y a los permisos que ésta otorgue -en México y en varios países se han suspendido exposiciones porque ofenden la imagen de Jesús.

La libre expresión queda en suspenso. La moral de los creadores, pintores, músicos, escritores y bailarines tendrá que ceñirse a los códigos éticos de los fanatismos y no a la imaginación, a la libido o al poder lúdico y terapéutico de las artes. El triunfo de los fundamentalismos -ojo, en plural- sobre la libre expresión y sobre el quehacer artístico del ser humano es realidad. Realidad que restringe la libertad y que pone en peligro la vida de muchas personas -aunque no se vincule directamente, no puedo dejar de mencionar que en Estados Unidos han sido asesinados médicos por practicar abortos y que en México han parido niñas tras haber sido violadas.

Se dice que la directora del coliseo "quiso preservar la seguridad de sus empleados y de las 2 mil personas que caben en el patio de butacas de su ópera". Juzgar su postura es tarea difícil. La primera pregunta es: ¿debe limitarse el arte con tal de preservar vidas? La segunda es: al hablar de arte y en tiempos de terrorismo, ¿debe supeditarse el arte a la visión de los fundamentalistas? La tercera es: ¿cuáles son las fronteras entre arte y miedo? La cuarta es: ¿son Mozart, Idomeneo o la Deutsche Oper los culpables de esta nueva llamarada fundamentalista o es, más bien, este endeble y raquítico mundo, cuya libertad de expresión y de movimiento ha quedado en entredicho?

 
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