Usted está aquí: domingo 1 de octubre de 2006 Opinión ¿Se puede caminar por otro rumbo?

Rolando Cordera Campos

¿Se puede caminar por otro rumbo?

El sistema político mexicano se encuentra atascado y sólo los optimistas irredentos pueden sostener que lo único que se requiere para que funcione es buena voluntad. Los hechos son necios y el talante social, si es que se puede hablar de eso, indica que la gente dispuesta a actuar en política es mucha, pero que exige para hacerlo un cambio significativo en la manera de hacer las cosas por parte de los actores políticos. La dificultad es que estos actores en su mayoría parecen estar satisfechos con el marco institucional dentro del que actúan y en consecuencia no parecen dispuestos a prestar mucha atención a reclamos de cambio de régimen en consonancia con el descontento, el desaliento y la decepción que parecen imperar en el ánimo de una buena parte de la población políticamente activa.

Ignoro si puede invocarse con seriedad a un cambio de talante y ánimo de parte de los políticos en activo, que pudiese dar lugar a algo así como una nueva sensibilidad que fuese capaz de reaccionar con eficiencia y eficacia a estas señales que provienen de los llanos un tanto secos de la política nacional. Pero al mismo tiempo es obligado insistir en que el mantenimiento de la política democrática y el dejar atrás las pulsiones antipolíticas que amenazan con apoderarse del escenario supone del concurso activo y comprometido de los grupos políticos que controlan el foro público, tanto en los medios como en los órganos colegiados representativos del Estado. Allanarse a esta realidad parece el mejor camino para especular sobre la posibilidad de otro rumbo para la política democrática que nos permita caminar de un modo menos tortuoso en la búsqueda de reformas e instituciones capaces de encauzar el descontento, modular en el conflicto y darle a la lucha por el poder del Estado una senda productiva, distante de este recodo del desgaste necio en que nos encontramos.

Tal vez lo primero que requiramos sea admitir que todos estamos en la misma barca y que la fuga, a los lados o hacia delante, no ofrece nada bueno para prácticamente nadie. Las elites del dinero y los prestigios pueden soñar con su excepcionalidad guadalupana, pero es claro que los profusos informes mundiales sobre la desigualdad mexicana son claros y contundentes y las vuelven elites impresentables o dignas de toda sospecha. Si bien la globalización promete a todos la idea de que el mundo es ancho y ajeno, lo cierto es que el planeta global no ha dejado de ser una aldea donde muchos se conocen y donde no hay campo para los golpes de suerte aventureros. Todo está bajo custodia del Internet o de los archivos de los servicios, y por tanto el factor fuga, antaño tan del gusto de muchos habitantes de las cumbres del subdesarrollo, parece estar si no cancelado, sí limitado a unos cuantos afortunados por el parentesco o la simpatía especial de los en verdad poderosos del mundo.

Aquí nos tocó y qué le vamos a hacer, ha redicho el siempre joven Ixca Cienfuegos de la inolvidable novela de Carlos Fuentes.

Pero no por repetida, la frase memorable pierde actualidad y eficacia retórica. Con su portentosa unificación, el mundo de nuestros días vuelve más poderosa la fuerza de la gravedad nacional, y lo centrípeto se descubre como el único recurso sensato para aspirar a un camino de redención terrenal y creíble, y global.

La división entre los mexicanos del nuevo milenio debía haberse esperado. Como debían haberse previsto los cauces para evitar que se saliera de madre. Pero poco hicieron las soberbias "clases políticas" de la transición y de la alternancia, salvo regodearse con las capacidades supuestas y reales de las nuevas instituciones y prepararse para disputar sin descanso un lugar de privilegio en ellas y sus partidas presupuestales.

Por esto es que las prerrogativas, las presidencias de comisiones, las consejerías y demás, acaparan la disputa política, mientras que del resto del dinero público dispuesto para aceitar la democracia se encargan las grandes y no tan grandes empresas de los medios de comunicación de masas. Nos dimos, o presenciamos sin inmutarnos, a un festín que no tenía sustento y que en los hechos y en los dichos buscaba negar lo más profundo de una realidad de iniquidad y abuso que "de pronto" irrumpió en la superficie de un litigio que parecía terso y con muy mala cara reclamó un lugar en el escenario de la nueva política, cuyos personajes se vieron entonces como parte de una ópera bufa.

Nos cayó encima el bochorno del atraso y nuestras elites no saben cómo hacer para desembarazarse de él sin echar al niño junto con el agua sucia. Encontrar el artilugio retórico y mental que nos permita reconocer la realidad para superarla, es la gran adivinanza del momento. No hay ya jóvenes turcos que con audacia e ingenio puedan encabezar en soledad la aventura del desarrollo y la modernización política y mental que el país requiere para salvarse del incendio y rechazar la tentación del último encuentro. La tragedia nos ronda. Solos ante el mundo y con una realidad grosera e inicua a cuestas. Un laberinto que el poeta no soñó ni en sus peores pesadillas.

 
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